domingo, 5 de abril de 2020

CTO DE DUATLETAS DE ZWIFT: Primera crónica virtual

En los tiempos que corren, y en los que se nos vienen, la gente necesita refugiarse anímicamente y evadirse de la realidad. Como si de la película “La vida es Bella” (gran símil de Jaime Menéndez de Luarca) se tratase, a veces, vivir nuestro propio mundo de fantasía nos ayuda afrontar con mayor optimismo y predisposición los problemas reales que nos rodean.

El fin de semana del 4 y 5 de abril, Pedro Ramos, amigo, gran duatleta y mejor persona, decidió crear esa burbuja virtual donde cientos de deportistas pudimos refugiarnos por unas horas. Volver a sentir el gusanillo de la competición cuando sabes que, probablemente, en todo 2020 no vas a ponerte un dorsal, tiene un mérito increíble.

Cuando hemos tocado fondo como sociedad, nos hace falta muy poco para volver a sentirnos llenos e ilusionados. Y las personas que sienten ilusión, transmiten ilusión. Hoy domingo, creo que hay cientos de ellas “contagiando” a su entorno de este sentimiento, gracias a haber podido conectar durante un fin de semana con el deporte, con su gente y con el ambiente sano que se respira.


Creo que este Campeonato de Duatletas de Zwift, organizado casi sin querer, va a ser mucho más importante para el futuro de nuestro deporte de lo que podemos imaginarnos. Nos hemos reinventado, nos hemos adaptado a una situación difícil, y gracias a la tecnología, se han sentado las bases de una forma de evasión (y dolor de patas) inimaginable hace unos días. Hemos creado nuestro propio “juego”, hemos conectado aún estando a cientos (o miles de kilómetros) y nos hemos sentido más acompañados que nunca, rompiendo la soledad del confinamiento. Como en la película, todos hemos sido el niño que se divertía y divertía a los demás viviendo un mundo paralelo de ilusión, dentro de la cruda realidad.

Pero como toda prueba deportiva, por muy virtual que sea, tiene también su parte agónica, su sudor, lágrimas, gritos, nervios… También tiene sus campeones, aunque en realidad todos nos hemos sentido ganadores en la lucha contra el Coronavirus.

El formato de este primer Campeonato de Duatletas de Zwift se iba a disputar a tres rondas para los chicos, y final directa para las chicas. Llevo solo una semana metido en Zwift, pero ya me he hecho una idea de lo que se puede llegar a sufrir sobre la bicicleta. Si además se juntan los mejores duatletas/triatletas de España, os podéis imaginar lo que eso supone. Pero ¡qué feliz nos hace acabar reventados!

Para la primera ronda se eligieron tres circuitos y se repartió a los más de 300 participantes entre los tres. A mi me tocó correr el “Crit city race (A)”. Era la más corta de las tres pruebas; 8 vueltas a un circuito urbano, modo critérium. Pero que sea más corta no significa que duela menos ¡Al contrario! A la 1 de la mañana en California, me subí al rodillo. Competir de madrugada era el hándicap a pagar por vivir tan lejos. Calenté por New York (virtualmente) media hora y me uní al evento a falta de 5 min ¡ERROR! Cuando llegué ya estaban todos colocados y me tocó salir de los últimos. Salir a cola de pelotón en Zwift supone perder los grupos de cabeza. Y perder los grupos de cabeza supone decir adiós a cualquier opción de luchar por la victoria. Tras darse la salida oficial, y para “limpiar” la carrera de corredores que no formaban parte de nuestro campeonato, se decidió establecer la norma de dejar pasar 1 min sin pedalear. Aquí vino mi segundo error. Ese minuto no estaba cronometrado y yo no tenía la referencia del tiempo. Así que no me quedó otra que empezar a pedalear cuando vi que el resto se movía. Desde que das el primer pedal, hasta que el avatar comienza a moverse, suele haber un desfase de 3 o 4 segundos en los que prácticamente creí decir adiós a todas mis opciones. Comencé siendo de los 10 últimos, puesto 140 de unos 150 en total. Cerré los ojos y puse más watios en los pedales durante los primeros 2 min de los que nunca antes había puesto. Cuando volví a levantar la cabeza ya iba en un grupo cercano al puesto 100. Miré referencias y busqué gente conocida a mi alrededor. Allí estaba Gonzalo Fuentes, uno de los cabeza de serie que también debió de quedarse atascado en la salida. Fui con él y más corredores durante un par de vueltas, donde pudimos ir cogiendo pelotones que se nos iban uniendo. A falta de 5 vueltas ya estaba en el grupo del puesto 80 para atrás. Con nosotros venía Miguel, compañero del Vetusta triatlón, y Pablo Marcos, amigo del Campeonato del Mundo 70.3 de Chattanooga, en 2017. Seguimos pillando gente a una velocidad endiablada. Aunque no daba un duro por conseguir una de las 33 plazas que daban acceso a la semifinal, intenté darlo todo y probar mis límites durante los 20’ de carrera. A falta de una vuelta nuestro grupo era enorme, comprendido entre los puestos 55 y 90 aproximadamente. Llegamos al último kilómetro. Esperé en mitad de pelotón hasta los 300 metros finales para lanzar el sprint y conseguí colarme en el puesto 59, y el 23 de los españoles. ¡Clasificado! Menudo calentón. 20’ a 324 watios (4.5 w/kg) lo que suponía mi récord de potencia y nuevo FTP.

Contento pero muerto, intenté dormir algo antes de la semifinal, a las 6:45 de la mañana en California. Iba a ser duro pasar la noche en vela, pero merecía la pena. Tras a penas una hora de siesta, vuelta a la bici. Dos semifinales, de 50 corredores y 25 plazas cada una para  acceder a la final del día siguiente. Me tocó en la semifinal 1, de nuevo encuadrado con amigos como Miguel Arbesú, o compañeros de batallas en Cantabria como Sergio Sobrino. Circuito rompepiernas, a tres vueltas con una subida dura en cada una de ellas. En total serían unos 40’ de carrera, por lo que no podía tampoco salir a los mismos watios que la primera ronda.

Aprendiendo de mis errores, esta vez me uní al evento media hora antes, de los primeros. Y me pude poner en primera fila. En el calentamiento las piernas iban solas. Las sensaciones eran buenísimas y sin fatiga. Llegó el momento de salir, y al igual que en la ronda anterior, nos quedamos parados 1 minuto antes de empezar nuestra carrera. Pero… la tecnología y la mala suerte hizo que mis pedales transmitieran una señal de potencia falsa e instantánea al ordenador (yo estaba completamente quieto) que hizo que mi avatar se moviera 15 metros hacia delante ¿Y ahora qué hago? Porque eso es descalificación. Para compensarlo, y aunque se debiera a un error tecnológico, decidí quedarme parado 3 segundos desde que dieran la salida hasta empezar a pedalear (ver video debajo). Esos 3 segundos son clave para coger grupo, pero creí que sería lo más justo para demostrar la no intencionalidad de mi problema anterior. Salí con todo, rabiado y dando watios como nunca. Por suerte, un minuto después conseguí unirme al grupo de cabeza. El pelotón era enorme, y el ritmo fuerte, por lo que no hubo tiempo para relajarse antes de la primera subida ¿Resultado? Que me espatarraron en la rampa. ¡Qué agonía! Los ataques en esta primera vuelta habían roto el grupo. Me quedé descolgado pero con la cabeza fría y mucho sufrimiento, fui remontando poco a poco y cogiendo a gente que también se había quedado suelta por delante. Conseguí contactar con el grupo de Gonzalo Fuentes y Sobrino antes de la subida de la siguiente vuelta, donde, esta vez, no que quedé. Faltaba un solo giro, y sabía que si aguantaba en ese pelotón tenía la clasificación asegurada. Sufrí como un perro para ir a su rueda, y en la tercera y última subida volví a quedarme. Tan solo 3 kms a meta. Agaché la cabeza y conseguí de nuevo contactar con el grupo, a falta de 800 metros. Un respiro de unos segundos y sprint (ver vídeo debajo), esta vez sin tanta chicha como en la ronda anterior, pero que me permitió colarme 8º de los españoles y sacar billete para la final. 317 watios medios en 41 min (4.4 w/kg), y nuevo récord para mí. Mi FTP de nuevo actualizado por segunda vez en una noche…. Si llego vivo a la final, será un milagro.





Pasé el sábado entero sin dormir, salvo una siesta de una hora por la tarde. La final, sería a las 2:10 am aquí en California. En ella estaban grandes nombres del duatlón/triatlón español como Antonio Benito, Okamika, Pello Osoro, Emilio Martín, Gustavo Rodríguez… Yo era de la partida tras gestionar los problemas de una posible descalificación por en incidente de la semifinal. Finalmente primó la justicia y pude correr. Pero las condiciones ya no eran las mismas que el día anterior. 48 horas sin dormir y carrera de madrugada, sumado al sobre-esfuerzo de las rondas anteriores y que el circuito de la final era durísimo (subida a Alp de Zwift incluida) hicieron que mi nivel fuera nulo en esta final. Me subí al rodillo porque quería tener la oportunidad de competir con los mejores, aunque mis piernas pedían cama. Ya en el calentamiento vi que no había watios, así que me esperaba más de una hora de agonía extrema. Se dio la salida y me quedé descolgado nada más empezar. Por suerte coincidí en estos primeros 15 kms de aproximación al puerto con Miguel Arbesú. Pero una vez llegaron las rampas de Alpe de Zwift tuve que bajar el pistón y tomármelo con calma. Disfruté de la subida a un ritmo ridículo, y completé la prueba a 270 watios medios, puesto 41 de la carrera. Aunque fui de los últimos, la sonrisa por haberme sentido tan cerca de mi mundo, estando tan lejos, no me la quita nadie.


Mil gracias a todos por la ilusión transmitida.

¡Nos vemos en Watopia!

domingo, 2 de febrero de 2020

DUATLÓN DE OVIEDO: No hay día malo en un ambiente feliz


A veces viene muy bien una dosis de realidad. Pasar de cola de ratón a cola de león es duro, pero a la vez mucho más productivo y gratificante si se consigue un buen resultado. Y es que no sé en qué estaría pensando cuando me apunté a este Duatlón de Oviedo, clasificatorio para el campeonato de España y con dos plazas para el europeo. Lo que había en juego hoy, en Oviedo dejó claro que la parrilla de salida no iba a ser cosa de asturianos.

Tan solo 100 duatletas pudimos inscribirnos a la prueba con más nivel que se va a disputar en España antes del campeonato de Europa. Y de esos 100, buena representación del Vetusta, con Miguel Arbesu, Eloy Norniella, Ángel Fernández, Pelayo Villota, David González, Adri García y yo mismo. Nada más y nada menos que 7 “Vetustos” en competición, pero lo mejor fue ver a casi todo el resto del equipo animando.


Recuerdo aquel año 2015, cuando un grupo de chavales nos juntábamos bajo los colores del Bender Triatlón e íbamos a las competiciones de Cantabria con la ilusión de un campeonato del mundo. Ese grupo transmitía entusiasmo por todo lo que hacía. Poco a poco la gente fue perdiendo la motivación por los duatlones y triatlones locales (yo incluido), los objetivos comunes que antes teníamos fueron divergiendo, y al final esa llama por competir se apagó. Pero mientras duró, lo recuerdo como uno de los mejores momentos de mi vida. Pues bien, cuando ya pensaba que esas sensaciones eran cosa del pasado, llegó el Vetusta, con un grupo de gente de Oviedo, del barrio, con las mismas ganas e ilusión que aquel Bender Triatlón. No fiché por el Vetusta por lo que me dan o me dejen de dar, fiché por el Vetusta porque me hicieron sentir de nuevo esas ganas e ilusión. Recuperar la pasión por carreras de casa y compartirlas en equipo es lo máximo que un club me puede ofrecer. Por eso estoy aquí, vestido de azul, y feliz de ello.


Pero volvamos a Oviedo. Mañana perfecta en este 2 de febrero de 2020. Llegamos con tiempo al Parque San Francisco. Nos juntamos todos bajo la dirección y organización de nuestro CEO, Marqui, para colocar los dorsales y la bici, y a las 10 de la mañana formamos en línea de salida. Ya de entrada la salida era estrecha. Pues si a eso le sumas una curva a los 70 metros en la que solo cabemos de tres en tres, el tapón está asegurado. Hoy me tocó salir con el dorsal 85 (de 100), lo que hizo que me colocara muy atrás en la salida. La velocidad con la que empiezan la carrera, segurament iba a provocar que me quedase descolgado nada más empezar, así que cabeza fría y a intentar ganar posiciones poco a poco. Lo de cabeza fría me duró lo mismo que tardaron en dar el bocinazo...


Como estaba previsto, al llegar a la primera curva casi me tengo que parar. Veo por delante que el grupo se ha estirado y cabeza de carrera me saca 100 metros en los 200 primeros metros de carrera. Bajamos por dentro del parque, paralelos a Toreno, y todo el mundo va rápido. Soy incapaz de remontar posiciones en la bajada, pero al llegar al llano y comenzar a subir me caliento y empiezo a pasar gente. Muy poco a poco, porque van rápido, pero aún así consigo progresar algo en el grupo. Este calentón me hace ir muy por encima de mi ritmo. Veo a Celestino a mi lado, también algo retrasado. Este es de los que queda por delante, tan mal no voy (pienso). También iban cerca Peón, Tijero y Barroso. Sin embargo yo seguía empeñado en avanzar, porque eran muchos corredores los que veía por delante. Al pasar por la primera vuelta empiezo a notar que la mecha está acabándose, y al terminar la bajada de la segunda vuelta, efectivamente, se termina la mecha, toca pólvora y ¡BOOOM! Explota la bomba. ¡Qué pelotazo! Pongo el modo supervivencia, empiezo a ceder con Peón, mi referencia hasta entonces, y me empieza a pasar gente por detrás ¡Quedan dos vueltas y media todavía! No sé cómo pude acabar este primer segmento, pero creedme, ha sido el peor y más agónico que recuerdo en años.



Llego ciego a la transición, pero al menos no me confundo de bici y hago el cambio en unos decentes 24 segundillos. Corro con la bici en la mano, descalzo, por el duro suelo del Parque San Francisco, hasta salir a Santa Susana. Sigo ciego, de hecho no puedo dar detalles de cómo me subí a la bici ni de como fueron esos primero metros porque en mi cabeza solo había pajaritos revoloteando. Sin pensar, comienzo a pedalear detrás de Barroso, calle Toreno abajo. El circuito de bici de 4 km al que había que dar 5 vueltas era peligrosísimo, muy técnico, muchas curvas y muchos baches. No me imaginaba que el centro de Oviedo estuviera tan mal asfaltado. En la primera vuelta se fue formando un grupo con gente que iba suelta por delante y otros que enlazaron por detrás. Las subidas las hacíamos con “sobredosis” de vatios, y las bajadas con algo de cautela. Pasamos la primera vuelta y empecé a tener consciencia de dónde estaba. 


Las piernas empezaron a funcionar y me dediqué a salvar el pellejo, ir siempre atento a los demás para evitar accidentes y también atento a posibles ataques. La experiencia me está ayudando a distinguir los ataques que son de verdad de los de fogueo, y ante estos últimos lo mejor es mantenerte a un ritmo constante, aunque cedas unos metros, porque luego siempre hay un parón y acabas contactando de nuevo. En la vuelta dos enlazó con nosotros mi compañero Eloy, que es una máquina en bici, y en la vuelta siguiente Castilla. En ese momento decidí que era mejor marcar por delante los posibles cambios de ritmo y evitar el efecto látigo de los giros de 180 grados. El ritmo del grupo de unos 20 duatletas en el que iba era bueno. Nos cruzábamos con cabeza de carrera prácticamente en el mismo sitio en cada vuelta.


La cuarta y quinta vuelta pasaron sin muchas complicaciones. Llegamos a boxes todos juntos y, cómo no, me acabé bajando de los últimos. Fue un segmento de bici exigente, a 315 vatios medios, lo cual me iba a servir de test para ver cómo corro tras una bici dura y en fatiga. Al bajarme casi me caigo, no por tropezar, si no por falta de chicha ¡Joder qué día! La bajada descalzo con la bici en la mano hasta la T2 se me hizo eterna. Llego a mi sitio, dejo la bici, me pongo rápido las zapatillas y salgo a correr en torno al puesto 40. En realidad no me jugaba nada, pero cuando perteneces a un club siempre salen esas fuerzas extra derivadas del “por si acaso hacemos pódium por equipos”. Así que, más por el Vetusta que por mí mismo, empecé a correr fuerte. 


En la primer vuelta las sensaciones fueron mejorando y avancé unos 10 puestos. Pero en los duatlones sprint solo tienes 2,5 kms al final, demasiado poco para remontar. A mitad de segunda vuelta ya me había colocado primero del grupo de bici. Por delante un mundo hasta el siguiente, Miguel Arbesu. Sufrí un poco los últimos metros para hacer el mejor tiempo posible por el equipo, y entré en meta en el puesto 23, a años luz de la élite de España pero contento con las sensaciones del final.


El esfuerzo se vio recompensado al verme entre los mejores tiempos del segundo parcial a pie, parecido al de duatletas internacionales como Javi, Berlanas, Cristobal… Y mucho más recompensado al ver al vetusta cuarto por equipos. Medalla de chocolate a solo 20 segundos del pódium. Eso sí, primer equipo asturiano en meta, lo cual, para nosotros, es un gran logro.


Bonita, dura y sufrida carrera. Es un lujo compartir calle con los mejores duatletas del panorama nacional, pero más lujo aún es poder presumir de tener la mejor afición apoyándonos ¡GRACIAS!

…y que dure…

domingo, 29 de diciembre de 2019

CARRERA DE NOCHEBUENA DE GIJÓN: El turrón y los refugiados volvemos por Navidad


Cada 24 de diciembre, Gijón se llena de corredores populares. Algunos vienen a por el Papá Noel de chocolate, otros a darse candela y los que más, a reencontrarse con su gente y celebrar la Navidad haciendo deporte. Yo me siento representado en los tres aspectos. Desde hace ya muchos años, la carrera de Nochebuena ha sido el punto de unión del atletismo asturiano antes de las San Silvestres. Hay algo en ella que la hace especial, y este año más todavía. Hace 8 meses que me fui a vivir a California; demasiado tiempo desde la última vez que pisé la “tierrina”, y hay muchas cosas que se echan de menos cuando vives a miles de kilómetros. Poder juntar las ganas de volver a casa, con la afición que da sentido a tu vida es el mejor homenaje que uno puede darse a sí mismo. Este año, independientemente del estado de forma, o de las ganas, había que estar en Gijón. En realidad, ganas eran muchas, y eso eclipsa cualquier déficit de entrenamiento.


La última competición que hice fue el pasado septiembre, en el Mundial Ironman70.3 de Niza. No salió como esperaba, pero me dejó más ganas de volver a intentarlo. Desde entonces focalicé mis entrenamientos en potenciar tres aspectos: fuerza, técnica y velocidad; tanto nadando, como en bici y corriendo. Comencé la pretemporada con el objetivo de construir una base sólida capaz de soportar todo lo que vendrá en 2020. Las carreras de Navidad no eran un objetivo per se, aunque nunca voy a renunciar a ellas. Pero las buenas sensaciones de inicio de pretemporada se torcieron a principios de noviembre. Cuando la preparación iba sobre ruedas, cuando mejor me estaba encontrando ¡zas! Una lesión en la planta del pie me deja sin correr tres semanas. La única razón para no correr en Navidad era estar cojo, y se estaba cumpliendo. Pero a principios de diciembre el pie me dio la señal de estar listo para probar.

Con poco más de dos semanas de trote muy prudente para no volver a recaer, llegó el 24 de diciembre. Si el año pasado corrí esta carrera pasadísimo de peso, este año llegaba con la incógnita de saber cuánto partido le podía sacar al entrenamiento transversal de piscina, bici y gimnasio. Los trotes de las dos semanas previas poca información me podían dar, así que tiramos de “experiencia” para generar una confianza en mis posibilidades de correr rápido sin un sustento sólido.

El día 24 de diciembre amaneció despejado y fresco, unas condiciones óptimas para correr. Hace muchos años que no recuerdo una carrera de Nochebuena con mal tiempo. Esta carrera, como digo, también es sinónimo de reencuentros. El primero, Miguel, que otro año más me compaña a Gijón, con la idea de mejorar su marca e intentar correr los 5 km de carrera a un ritmo inferior a de 3:30’/km. Los minutos previos a la salida son un constante “saluda y abraza”. Creo que he calentado mejor la lengua y los brazos que las piernas, pero bueno, esto lo “guapo” de esta carrera.


A las 11 formamos los más de 2000 participantes por detrás de la línea imaginaria de la que yo también era partícipe. Que no llegue en forma no quiere decir que no vaya a competir con todo, y salir en primera fila es un requisito si se quiere optar a algo. Cuenta atrás de 5 segundos… y ¡comienzan los 5 km más rápidos y agónicos del año! Como siempre, la salida es un caos. 


Sin querer te ves engullido por un gran pelotón que rueda a menos de 3’/km los primeros metros. Intento no calentarme, pero es imposible. Noto como los cuádriceps se van cargando de ácido láctico los primeros segundos de carrera y decido ser prudente. La cosa no se despeja hasta el primer kilómetro, donde consigo espacio para correr solo. En ese instante tengo la sensación de estar a punto de explotar. Ritmos totalmente desconocidos, que mis piernas no identifican como familiares, son los culpables. Voy ciego, pero pienso que van a ser solo unos minutos y eso me permite seguir coqueteando con el umbral del dolor, “casi” insoportable. 


Al paso por el kilómetro 1 se forma un grupo por delante con gente de la Universidad de Oviedo. Yo me quedo en el siguiente, donde va la primera chica y otros atletas conocidos como Manu Álvarez Prado. Me engancho detrás como un pez al anzuelo y giramos la glorieta de vuelta hacia las Mestas. Pequeña subida del kilómetro 1,5 al 2 que me hace perder unos metros. 


Consigo recuperar el espacio perdido y antes de la curva a la derecha hacia el Molinón levanto la vista y veo que varios del primer grupo se están quedando. Coincido con Juan Ojanguren, una alegría verle de nuevo a ese nivel, y sigo para delante. El tramo de ida y vuelta hasta el Molinón se me hace eterno. Me descuelgo de Manu y a su vez abro un pequeño hueco con los de detrás. Paso por una pequeña y rara crisis. Por un lado pierdo comba por delante, y por otro, consigo margen por detrás.


Llegamos al último kilómetro y no tengo cambio. Espero a falta de 700 metros, y tampoco, espero al 500, pero ¡qué va! Mientras tanto, me quedo solo en tierra de nadie. Entro en el velódromo, últimos 300 metros, y veo un crono que marca 14’:55” ¡Joder! ¡Voy a bajar de 16! Es ahí cuando saco un poquito más e intento esprintar contra mi mismo (porque al lado no tenía a nadie) consiguiendo entrar en meta en 15’:49”, a 3:09’/km y en el puesto 15 de la general, pegado al grupo que me precedía pero al que no llegué a adelantar.


¡Qué alegría más tonta te genera esto de correr! Ni de coña me hubiera imaginado rodar a esos ritmos. La duda sobre el efecto de la transversalidad de entrenamiento queda resuelta ¡SIRVE! Quizás no para ganar, pero sí para rendir casi al mismo nivel que cuando entrenaba específicamente atletismo para estas carreras. El chute de motivación es grande, y el de confianza más. Gijón vuelve a ser el punto de inflexión de unas Navidades que prometen ser disfrutonas.

…y que dure…  

jueves, 8 de agosto de 2019

IRONMAN 70.3 SANTA ROSA: Una carrera mental y otro slot a la buchaca


¡Qué envidia me da Estados Unidos! Hay algo fundamental que deberíamos aprender de este país en relación con el deporte, y en concreto con el triatlón: el respeto que se tiene a todos y cada uno de los participantes de una carrera, del primer “pro”, al último grupo de edad, en reconocimiento al esfuerzo de cada uno. Cuando ganas una carrera en Grupos de Edad en Estados Unidos, te sientes valorado; cuando ganas una carrera de Grupos de Edad en España, casi tienes que pedir perdón. Aquí, en América, se sabe reconocer el mérito de cada deportista, acorde con su nivel y capacidades. Dejé España habiendo competido en 2017 por última vez, y con la idea de que correr en grupos de edad era un desprestigio absoluto. Dos carreras en USA me han servido para darme cuenta de lo bonito que es disfrutar del deporte compitiendo de tú a tú con gente de un nivel alto, no profesional, y ser reconocido por ello. Aquí no se vende humo, si eres el campeón “amateur” de una prueba eres las dos cosas: “campeón” y “amateur”.

Quería hacer esta reflexión antes de entrar en la crónica del Ironman 70.3 de Santa Rosa para, por un lado, animar a todos esos grupos de edad que se matan a entrenar día a día y que cuando consiguen un resultado destacado siempre les dicen eso de “no sé por qué compites en grupos de edad…”, “ganar en grupos de edad es engañarse…” o “tenías que correr en Elite…”. Señores, dejemos las envidias de lado y seamos sensatos. Ni el 90% de los teóricos Élite, ni ningún grupo de edad vivimos de esto, por tanto ¡que cada uno corra donde le salga de las pelotas y que sea feliz! Nadie es mejor o peor que otro por correr en una u otra categoría.

¡GRACIAS RICARDO!
Dicho esto, tras reengancharme a los triatlones en el 70.3 de Victoria y conseguir el pase, in extremis, para el Mundial de Niza (8 de septiembre), vi que el 70.3 de Santa Rosa podía ser una buena forma de mantener encendida la llama de la motivación. Fueron dos meses de preparación entre ambas pruebas, en los que me centré, sobre todo, en mejorar la bici, y en los que hubo días de entrenamiento realmente buenos. Si los números no engañan, llegaba a Santa Rosa en el mejor estado físico y mental de mi vida, sobre todo esto último, el estado mental. Estar motivado es la pieza que a mucha gente le falta para rendir al 100% de su potencial. Estos meses he conseguido llegar a ese estado de motivación que te hace creer que no tienes límites, pero eso hay que demostrarlo luego en carrera.


Santa Rosa es una localidad californiana al Norte de San Francisco, muy cerca del famoso “Napa Valley”, donde los viñedos cubren casi la totalidad de su superficie y el sector vinícola es la base de su economía. El mejor vino de Estados Unidos sale de allí, y los paisajes por donde discurría el triatlón hacían honor a dicho reconocimiento. Al ser una carrera relativamente cerca de casa (unas 3 horas de coche) no fue necesario preparar el viaje con mucha antelación. Competíamos de sábado, y el viernes subimos para allá. El día previo siempre es bastante ajetreado. Primero había que recoger el dorsal en la ciudad de Santa Rosa, donde estaba la T2 y la meta. Luego había que conducir 45’ hacia el Norte hasta el lago Sonoma, donde estaba la T1, para dejar la bici. Me pareció un sitio precioso, y, aunque las carreras con dos transiciones siempre son un desafío logístico, en este caso merecía la pena por el hecho nadar en un enclave como ese. Tras hacer el check-in, me metí al lago a dar unas brazadas y pude comprobar de primera mano que la temperatura del agua estaba ligeramente por debajo de la temperatura de permisividad de neopreno ¡Menos mal! No obstante, tocaba rezar por la noche para que el día siguiente no subiera ese gradito que nos hiciera nadar sin mi “salvavidas”. A las 19:00 ya me recogí en el hotel, y una hora más tarde estaba haciendo el gran esfuerzo de dormir, porque la alarma del sábado iba a sonar a las 3 de la mañana. A las nueve de la noche conseguí sumergirme en el mundo de los sueños. Aun así, cuando sonó la alarma, me dio la sensación no haber dormido suficiente. Oír el despertador tan temprano, mirar por la ventana y verlo todo oscuro, hace que te preguntes que quién cojones te manda meterte en estos jaleos… luego se te pasa.

Salí del hotel a las 3:45 am, y llegué 15 minutos más tarde a los autobuses que nos llevarían al lago. En ese trayecto de 45 minutos en el que solo viajamos con lo justo para competir, puedes empaparte del ambiente de triatlón que se respira, de los nervios, de la ilusión… Me senté al lado de un neoyorquino, debutante tanto en la distancia como en triatlón. Me encantó conócele, charlar con él y ayudar a quitarle un poco los nervios del debutante. No volví a saber más de él, pero estoy seguro de que se lo habrá pasado como nunca. ¿Veis? De estas cosas os hablo. En el autobús había de todo, pros, amateurs buenos, malos, regulares… pero todos camino de lo mismo. En ese momento te mimetizas con el entorno y te sientes uno más de la gran familia tratlética. Sin duda un ambiente sensacional.


Llegamos a la T1, y el enclave de la natación nos regala unos de los amaneceres más bonitos que haya visto nunca, con un cielo rojo fuego hipnótico. A las 5:30 am éramos más de 2000 personas en boxes, terminando de colocar el material, compartiendo estrategias y con ganas de empezar. En la transición me encontré con Alberto, compatriota español, amigo del mundial de Chattanooga y que vive en San Francisco. También está clasificado para Niza, y en Santa Rosa iba a dejar el pabellón español bien alto en su grupo de edad, 30-34. De mi grupo no conocía a nadie. Éramos unos 150 y, por lo que se ve, siempre es el grupo de edad más potente en media distancia. Aun sin conocer a los rivales podía asegurar (y no me equivoqué) que el Top 5 iba a estar muy complicado, pero yo sabía que llegaba en mi mejor momento, así que solo tenía centrarme en mí y preocuparme de rendir al 100%. Es lo bueno de las carreras de fondo, importa más centrarse en uno mismo que en los demás, aunque luego, durante el transcurso de la misma, se den momentos puntuales en los que te bates el cobre de tú a tú con otros competidores.


A las 6:30 am me dirigí hacia la rampa de la natación, al mismo tiempo que daban la salida a los pros masculinos. Conseguí hacerme hueco entre la multitud y coger sitio en las primeras filas. Aunque la salida era “Rolling start” (en tiempo empieza a contar cuando cruzas la alfombra del chip) siempre es mejor salir por delante y asegurarse estar en la pelea desde el principio. Los primeros puestos estaban copados por triatletas del equipo “Every Man Jack”, muchos de ellos de mi categoría, confirmando lo dicho anteriormente, el nivel del grupo de edad 25-29 era altísimo. Me coloqué entre ellos, Alberto también, y empezaron a dar la salida a las 6:45 am. Al estar en quinta fila tardé poco en echarme al agua en una natación que finalmente iba a ser con neopreno y que iba a tener un invitado inesperado, presto a aguarme la fiesta: la niebla. Y es que se había formado una capa de un par de metros de espesor sobre el lago que limitaba la visibilidad cuando estabas nadando a la altura de la superficie del agua. Aunque Ironman coloca boyas cada 100 metros, costaba mucho ver la siguiente. Al contrario que en Victoria, esta vez el nivel de natación de los que salieron conmigo era mayor, y no solo no podía seguir a nadie, sino que también me empezaron a pasar los que habían salido por detrás. En medio del descontrol y al ver a mucha gente saltarse boyas descaradamente, me entró algo de ansiedad me volví un poco loco (¡Error! Pase lo que pase alrededor has de hacer tu carrera, Pelayo). Tardé en encontrar mi brazada y relajarme, cosa que conseguí tras el primer giro de derechas, pero la niebla y la soledad hicieron que me perdiera y tuviese que parar a reorientarme. ¡Menudo caos!

Fui siguiendo las boyas yo solo, como pude, con unas ganas enorme de salir de “mordor” y coger la bici. Tenía la sensación de estar haciendo una natación horrible, pero al tocar tierra y ver 28’ en el reloj, me di cuenta de que tampoco había sido un desastre. Con el obstáculo del agua superado nos dimos de bruces con otra emboscada: la transición. Desde el agua hasta la T1 había que salvar un desnivel de 70 metros en 650 metros de distancia, es decir, subir una rampa corriendo de más del 10% de pendiente. Como el mareo habitual en mí al salir del agua, me sufrí más de la cuenta subiendo al trote la rampa, y llegué a boxes atufado y desorientado. Esto hizo que me costase la vida coordinar algo tan sencillo como poner el casco y las zapatillas. ¡Cinco minutos de transición! ¡Qué barbaridad! Cinco minutos desde que salí del agua, hasta que pude subirme a la bici.


Empezaba ahí el segmento que más ganas tenía de hacer para poner en valor el progreso visto en los entrenamientos. Salí decidido del lago, con media sonrisa de “voy a reventarlo”, pero la sonrisa me duró un suspiro, lo mismo que tardé en coger el primer bache, en la junta del puente, pegar un bote y ver salir volando mi bidón con la mezcla hidratos de carbono y sales. ¡Otra vez no! Y ya van más de cinco carreras en las que me pasa. Como era en bajada, los 10 segundos que tardé en decidir si parar o no parar hicieron que me pasase 400 m del lugar donde había perdido el bidón. Finalmente di la vuelta, consciente de que no podía hacer la bici sin hidratos ni sales desde el primer kilómetro, pero mi gozo en un pozo cuando al encontrarlo veo que está sin tapón y vacío. ¡Qué putada! Casi dos minutos perdidos y por delante una carrera de supervivencia, sin comida. En vez de venirme abajo me lo tomé como un reto. No me gusta dar nada por perdido, y menos cuando todavía tienes 90 km de ciclismo y 21 km de carrera a pie para darle la vuelta a la tortilla. Además, seguía en competición, igual que los que en ese momento me rodeaban, ¿qué es eso de tirar la toalla? ¡Con dos cojones a luchar hasta el final, hombre! Diría, incluso, que salí reforzado moralmente tras el incidente, fue como una liberación, de repente sentí que no tenía nada que perder, así que abrí gas y que fuera lo que sea.


Los primeros dos kilómetros bajando del pantano eran rapidísimos, pero enseguida la carretera se puso rompepiernas. En el primer tramo llano comencé a adelantar triatletas con bastante diferencia de velocidad. Las piernas iban, y la cabeza estaba desatada. A los 10 km afrontamos la primera subida, con rampas de hasta el 8%, y donde seguí pasando gente. Subiendo me noté muy bien, y creo que es ahí donde más rendimiento puedo dar en la bici. Perdí la cuenta del número de competidores que había rebasado, pero ya empezaba a notarse más limpia la carretera. Alguno de ellos de equipos punteros como Every Man Jack o el Olimpic Triathlon, señal que las cosas iban por buen camino. De inicio, el circuito de bici se desvía unos kilómetros hacia el Norte para luego coger sentido Sur, hacia Santa Rosa, topándonos en el kilómetro 15 con el primer avituallamiento de obligatoria parada para mí, pues dependía de ellos para asegurar la hidratación. Conseguí coger un Gatorade, beber parte y volcar algo más sobre el bidón delantero. La mitad del bote me lo tiré encima, pero bueno, al menos había conseguido pillar algo. 


Tras el tenso avituallamiento, de nuevo me escondo entre los acoples de mi Orbea y sigo dando pedales. Al fondo avisto a un grupo de 4 que van rodando bastante juntos. Tardo poco en llegar a ellos y sin pensarlo, los adelanto a todos de golpe. No me creo que yo sea capaz de hacer esto en bici. Intuyo que me van a intentar coger la referencia y seguirme, pero no, un kilómetro después de pasarles ya estoy solo de nuevo. ¡Genial! Rondaba el kilómetro 20, y el terreno era rompepiernas, con repechos cortos, y un asfalto horrible, que daba la sensación de ir montado en una batidora. En ese momento comenzó el juego mental más duro del segmento ciclista. En las largas rectas podía intuir, al fondo, una pequeña mancha azul del triatleta que me precedía. Sin volverme loco y sosteniendo unos 270 watios, me iba acercando a él. Pero, tan poco a poco, que no fue hasta el kilómetro 45 cuando por fin lo tuve a tiro. Coincidió, cómo no, con una subida corta y dura. Pese a haberme costado la vida llegar hasta él, di por hecho que tenía más ritmo, así que en la subida lo pasé y seguí a lo mío, pensando que me iba a quedar solo de nuevo, pero no fue así. En el primer llano después de coronar, Justin Riele (que así se llama el chico), de Every Man Jack, me devuelve el adelantamiento y se pone delante. Curioso, yo iba con la misma percepción de esfuerzo que me hizo llegar hasta él, ¿y ahora parece que quiere tirar? Pues estupendo. No tengo ningún problema en dejar que tire. Yendo detrás, aún en distancia de no drafting, se va muchísimo más cómodo. Tras comprobar que íbamos a la misma velocidad que cuando yo tiraba, pero con mitad de esfuerzo, no tuve duda de que esa era la mejor situación de carrera que podía darse. 


Los watios bajaron, pero el ritmo no, y los kilómetros iban pasando. Además, seguimos pillando y dejando atrás a triatletas, entre ellos algún compañero suyo de equipo. Con la comodidad que da ir siguiendo una referencia en la bici, las pulsaciones bajaron y el cerebro empezó a funcionar mejor. Buen momento para hacerme una idea de cuál era la situación de carrera, pues desconocía el número de triatletas que llevaba delante. Esto se produjo en torno al kilómetro 65, donde había un tramo de ida y vuelta. Nada más entrar en ese tramo nos cruzamos con un grupo compacto de 5, donde va Alberto ¡JODER! ¡NOS SACAN 4’! Lo mismo debió de pensar Justin, porque nada más cruzarnos con ellos metió una marcha más y durante 10 kilómetros me llevó al límite. Me vino bien despertar del letargo, además, seguro que les estábamos reduciendo diferencias. Las piernas respondían al cambio de ritmo de Justin, lo cual era buena señal, aunque se acercaba el momento de correr. Una vez más, si quería meterme en el pódium y optar a slot para el mundial, iba a necesitar hacer una carrera a pie sin errores, casi a mi 100%.


Entramos en Santa Rosa y la llegada a la línea de desmontaje me pilla un poco despistado. Solo me da tiempo a descalzarme la zapatilla derecha; la izquierda se me queda en el pie, y “me hago la picha un lío” para sacarla. Corro por la transición con una zapatilla en la mano y la otra en el pedal… ¡Pareces nuevo en esto, Pelayín! El box se me hizo larguísimo y duro, por tener que correr descalzo por un asfalto caliente que me dejó los pies medio KO. Aun así, conseguí ser un poco más rápido que Justin dejando la bici y llegar a la bolsa de la T2 antes que él, pero ahí me volví a liar. Vacío la bolsa, y el ansia me puede. No sé qué ponerme antes, si el calcetín, la gorra, el dorsal… Acabo perdiendo unos segundos cambiándome, mientras veo que Justin sale a correr. Y para colmo, cuando consigo terminar, tengo la brillante idea de empezar la carrera a pie con la bolsa en la mano ¡Estoy “sembrao” hoy! Por suerte me doy cuenta antes de cruzar la banda del chip y rectifico. Empiezo a correr el 9º de todos los grupos de edad y el 6º de mi grupo, 15 segundos detrás de Justin (¿alguna duda de cuál es el grupo más potente en media distancia?).


Empieza mi parte fuerte, y al contrario que en Victoria, donde comencé tranquilo, aquí salí demasiado enchufado. Es increíble cómo se le olvidan a uno los problemas y re-conecta con la carrera de esa forma. Sin acordarme de que llevaba un déficit de alimentación, hice los primeros metros con una sola palabra en la cabeza: remontar, remontar y remontar. Tardé solo 500 metros en llegar a Justin, pero al pasarle se pone detrás. No me importó marcar el ritmo un rato, sabía que no era sostenible y los 21 km acaban poniendo a cada uno en su sitio, pero hombre, pasar a 3:15 el primer kilómetro y verle pegado a mi espalda me hizo pensar que iba a ser un rival a tener en cuenta. Falsa alarma. De un instante para otro mi compañero de viaje desapareció, puso su ritmo y yo seguí solo. ¡Empieza la caza!

Octavo puesto parcial, quinto de mi grupo en ese momento. Cinco de los ocho que me precedían eran los mismos que me había cruzado en bici y con los que tenía referencias. Sabía que si conseguía contactar con ellos iba a adelantar 5 puestos de una tacada. El primero cayó antes del kilómetro 2. Después, el circuito se mete de lleno en un paseo sombrío paralelo al río, donde las rectas me permitieron ver al siguiente rival, en este caso el triatleta de Every Man Jack, Brian Oneil. Poco después de superarle, vislumbré la mancha roja del tritraje de Alberto. ¡Qué carrerón estaba haciendo! Me costó más llegar a él que a los dos anteriores, y no lo hice hasta el kilómetro 5. Le animé, me animó y me dijo que tenía a tres por delante. Al menos uno de ellos estaba a tiro, Eric Abbott, a quien conseguí pasar en el kilómetro 6. 

Con tanto adelantamiento no me había preocupado de otra cosa que no fuera pillar gente, ni del ritmo, ni de comer ni de nada. Me había saltado 3 avituallamientos, y en el siguiente tenía que coger agua sí o sí. Empezaba aquí la parte más dura del día. Por delante había un vacío de 6 min 30 segundos con el segundo clasificado, Davis Frease, y 7 minutos con el primero, Jan Stopinski, ambos de mi grupo de edad. Era tal diferencia de tiempo que no me planteé ir a por ellos, simplemente debía concentrarme en mi ritmo, sufrir en soledad y tratar de evitar el desfallecimiento. Llegué al kilómetro 10 con un ritmo medio de carrera inferior a 3’30” /km. Ahora había que volver por el otro lado del río y con pendiente ascendente, condiciones idóneas para empezar a sufrir una pequeña crisis. La gasolina se me estaba acabando, y era solo el kilómetro 11 ¡Joder lo que iba a tocar sufrir! En caso de seguir a 3:30 la explosión podía ser monumental, así que para evitar un desfallecimiento bajé mucho el ritmo, puse la marcha de supervivencia y fui restando metros muy poco a poco. Además, la temperatura ambiente era de más de 30 grados y el camino de vuelta a penas tenía sombras. Todos los ingredientes para una gran petada. 


Haciendo un esfuerzo descomunal para correr a 3:50, conseguí pasar a varias chicas pros y a algún chico que iba tocado, pero los de mi grupo de edad aún me sacaban mucho. “Bueno, tercero no está mal”, pensaba. Cada paso era un cachito menos para llegar a Santa Rosa y cruzar la meta, pero antes de salir de la zona del río, la carrera me tenía preparada una grata sorpresa ¡Davis Frease estaba a tiro! No esperaba que en el kilómetro 19 se me presentara esa oportunidad, la oportunidad de alcanzar un nuevo slot para el mundial 70.3 de 2020 y la oportunidad de subir un escalón en el pódium. Forcé la máquina y lo adelanté tratando de mantener el ritmo alto para que no pudiera hacer el amago de seguirme. La verdad es que no reparé mucho en las condiciones en las que se encontraba Davis, pero olía a explosión, porque al poco de pasarle ya ni siquiera le veía al mirar hacia atrás. 


Termino la parte del río y paso por delante del último avituallamiento, donde los voluntarios animaban como si me conocieran de siempre, al igual que los triatletas con los que me iba cruzando. Últimos metros, giro a la izquierda y veo la alfombra de Ironman. Esta vez la recorro con tranquilidad, saboreando la carrera y entrando en meta ¡SEGUNDO AMATEUR Y DECIMOTERCERO DE LA GENERAL! y sobre todo muy satisfecho de haber sabido sobreponerme a los imprevistos que fueron surgiendo y no desconectar nunca de la competición. Me llevo una lección de Santa Rosa: En carreras de 4 horas, NUNCA hay que tirar la toalla, siempre hay tiempo para arreglar los problemas que surjan.


EL ganador Jan Stopinski, me sacó 5’, y yo le saqué 2’ al tercero. Entre los 10 primeros amateurs entramos 8 de mi grupo de edad ¡ALUCINANTE! Cada vez se pone más cara la categoría y cada vez es más difícil conseguir un slot para un mundial.

Y hablando de slots… ¡HABEMUS CLASIFICACIÓN PARA EL MUNDIAL 70.3 2020! Siiiiiiii ¡¡OTRO SLOT PARA CASA!! Con el segundo puesto me aseguraba el pase al Mundial de 2020 en Taupo, Nueva Zelanda.

 ¡Quién me iba a decir hace dos meses que en ese tiempo tendría la clasificación para los mundiales de 2019 y 2020!




No puedo estar más feliz, pero sobre todo agradecido. Agradecido a la persona que me rescató de mi letargo no competitivo, supo afinar el piano y dar en la tecla para, no solo ponerme en el mejor estado de forma posible, sino por hacerlo también en el ámbito mental, sabiendo adaptar el día a día a mis virtudes y a mis debilidades. ¡Gracias Ricardo Lanza! Desde fuera puede parecer que es fácil entrenarme, puedo dar la imagen de persona seria y que siempre cumple con lo que le mandan, pero la realidad es bien distinta. A mi entrenador se lo he puesto cada vez más difícil hasta conseguir, a día de hoy, una compenetración casi perfecta, en la que cada entrenamiento aprendemos algo, tomamos nota y procuramos aplicarlo en el siguiente. El tándem Ricardo-Pelayo está funcionando mejor que nunca, así que, míster, esta clasificación te la dedico. ¡Seguimos aprendiendo!



¡NOS VEMOS EN NIZA!

sábado, 8 de junio de 2019

IRONMAN 70.3 VICTORIA: Glad to be back!


¡Qué difícil va a ser resumir en unas pocas líneas uno de los días más intensos de mi vida! El medio Ironman de Ibiza, allá por octubre de 2017, fue el último testigo de mi andadura como triatleta. Ese día puse punto y aparte al deporte que me había acompañado los últimos 7 años. Hoy, en Victoria (Canadá) volví a él, a la media distancia y en una prueba preciosa de la franquicia Ironman. No sabría describir exactamente las sensaciones que me invadieron poco antes de la salida, pero fueron una mezcla entre el gusanillo del debutante y la calma del experto.


¡Empezamos!
Cuando me vine a vivir a Estados Unidos, hace poco más de un mes, lo hice con una inscripción debajo del brazo, la del Ironman 70.3 de Victoria ¿Y por qué ese? ¿y por qué Canadá? Pues porque Canadá es un país que siempre he tenido ganas de visitar, y el triatlón mi medio para conocer sitios, así que me lié la manta a la cabeza y facturé la bici para Santa Cruz, como había hecho en 2016. 



Este año estuve centrado en bajar peso y en carreras a pie, así que volver al deporte de las transiciones era una motivación adicional en este 2019. No fui tan riguroso con los entrenamientos como lo era hace dos años; ahora ya no condiciono otros planes por ir a entrenar, pero creo que este es el equilibrio perfecto para disfrutar de la vida y del deporte. Si mañana tocan 4 horas de bici pero te apetece ir a dar una vuelta por el Pienzu, pues vas al Pienzu.  Nos centramos en entrenar nuestro cuerpo y machacarlo, pero nos olvidamos de cuidar nuestra mente, procurar que esté bien, receptiva. Si la cabeza falla, todo falla.  Estas rebeliones puntuales cuando surgen planes alternativos a entrenar son el mejor entrenamiento para la mente. Y aunque de cabeza llegué al 100% y fresco como una lechuga, esta “autolibertad” hizo que de kilómetros en bici fuese un poco justo, a penas 2000, y esto es un problema cuando el ciclismo es el segmento más decisivo en la media distancia. A pie me encontraba bien, y nadando, pese a llevar relativamente pocos metros, también notaba estar al nivel de 2017. En bici no.

El domingo de carrera el despertador sonó a las 2:50 am. Horas intempestivas pero necesarias para que me diese tiempo a llevar a cabo todo mi ritual, esta vez con menos éxito del que me gustaría. A las 3:30 am cogimos el coche para ir al parking desde donde la organización tenía preparados varios autobuses que nos llevarían a la salida. El miedo a la aglomeración que se pudiera organizar con los más de 2000 corredores yendo al mismo sitio a la misma hora, me hizo ser precavido, y llegué de los primeros al parking. No solo eso, sino que también cogí el primer autobús lanzadera, junto a otros 15 “precavidos” más. En cuestión de minutos, nuestra cara de éxito se tornó en cara de “gilipollas”. El conductor cogió un camino agrícola en vez de la autovía, y cuando llevábamos un kilómetro recorrido quedó atascado… Ni para adelante, ni para detrás. Eran las 4 de la mañana y primera aventura del día. Un kilómetro a pie por aquel oscuro camino, con una mala ostia que no cabía en mí y sabiendo que ya me iba a encontrar con todo el follón a la hora de coger otro autobús. Conseguimos llegar al parking y por suerte no estaba todavía tan lleno. El segundo autobús sí que nos llevó directos a la transición sin ningún problema.


¡Huele a neopreno, digo, a triatlón! Y es que el inconfundible olor de nuestro traje de nadar impregna cualquier transición que se plazca, más cuando somos 2000 triatletas. Entré en boxes con tiempo suficiente para hinchar las ruedas, colocar los bidones en la bici y dejar preparado el material de carrera a pie. Ya no recordaba el “pifostio” logístico que supone un triatlón, pero es que, además, si es tan lejos de casa y con viaje en avión y en ferry de por medio (como en este caso) la logística te absorbe al 100% y no te deja pensar en la carrera. ¡Qué ganas de meterme en el agua y no tener que pensar más que en sufrir!


Calenté fuera del lago, pues cerraron la zona de calentamiento antes de que yo llegase. Lo hice con gomas, por primera vez, y me pareció un gran acierto. También troté 10 minutillos y tras comprobar que mi cuerpo estaba engrasado y en orden, me puse el neopreno. Primera vez que lo saco de la bolsa desde el verano pasado, y primera natación en aguas abiertas, también desde el verano pasado. Soy así de gallo, o burro.

La salida de los pros es a las 5:50 am, mientras que los grupos de edad nos vamos colocando para salir en modo “Rolling Start”, es decir, el tiempo empieza a contar cuando te tiras al agua, y puedes hacerlo cuando quieras entre las 6:10 am y las 7:00 am. Este tipo de salidas tienen la ventaja de que la natación es muy limpia y sin golpes, pero el inconveniente de que nunca sabes cómo vas hasta que llegas a meta.

A las 6:00 me coloqué en el corralito de los nadadores, en la primera tanda de salida. No me considero buen nadador, pero tampoco puedo dejar que los buenos se me vayan. Así que, para estar en la pomada y para evitar tráfico, decidí salir de los primeros. Con puntualidad nos colocan en tres filas. Yo me quedo el décimo o así, y cada 5 segundos van saliendo tres. Se acerca mi turno, el corazón empieza a bombear, y antes de que mi cabeza pueda pensar en nada más, arranco hacia la primer aboya amarilla ¿Dónde está la banda que registra el tiempo cada vez que uno sale? Me temo que ese minuto que estuve esperando en la fila me ha contado para el tiempo final, y solo espero no echarlo de menos al llegar.

Por fin estoy nadando, mis primeras brazadas en carrera después de mucho tiempo. No recibo ningún golpe, ni tampoco noto a nadie cerca, así que nado suavemente intentado deslizar ¡Menuda diferencia a nadar sin neopreno! El recorrido era bien sencillo, 900 metros de ida, marcado por 9 boyas amarillas numeradas cada 100 metros, giro a la derecha, 100 metros paralelos a la orilla, nuevo giro a la derecha y 900 metros hasta tocar tierra. A partir de la primera boya empiezo a encontrar gente, triatletas que habían salido por delante, lo cual me sorprende ¿Estoy adelantando a gente del cajón de sub-27’? Sigo a mi ritmo, sin agobios, concentrado, pero sin matarme. El primer largo lo hago completamente solo, y al girar a la derecha levanto la cabeza con la idea de encontrar unos pies más rápidos a los que “agarrarme”. En pocas nataciones había sentido tener tanto control como en esta sobre lo que pasaba a mi alrededor. A los 1200 metros me adelanta un chico por la derecha. Le dejo pasar, pego un quiebro e intento cogerle los pies ¡Imposible! Mi gozo en un poco. Se me queda cara de tonto viendo cómo se me escapa el fueraborda, y sigo solo, como hasta el momento.


Los últimos metros me cuestan un poco más y se me hacen largos, aun así, termino la natación con muy buenas sensaciones. Al tocar tierra miro el reloj para poner números a un segmento que aparentemente me había salido bien ¡26’ 50”! ¡Ole! Yo esperaba ver un “28” y me encuentro un “26. Además, la natación salió un poco larga, casi 2 kilómetros. En ese momento no lo sabía, pero estaba saliendo el primero del agua en mi grupo de edad. Si me dicen que iba a liderar una natación no me lo hubiese creído. Corro hacia mi bici, me calzo las zapatillas, pues una de las normas “raras” de esta carrera era que no se podía salir de boxes con las zapatillas de la bici enganchadas a los pedales, y arranco hacia mi sector más flojo.


Los 2000 km de entreno que llevo de bici no me dan mucha garantía, aunque me estaba encontrando bien, todavía no me conozco y no sé dónde tengo los límites. Empecé enchufado los primeros metros ¿A dónde vas Pelayín? En esos primeros metros adelanto a un chico que creo que era de mi grupo. Me devuelve el adelantamiento en un llano, poco después y me descuelgo, pero veo que en las subidas afloja mucho. Sin duda va regulando watios ¡Eso es conocerse! Me gusta su plan, así que me quedo detrás, no solo para marcarme el ritmo sino también las curvas, que en Victoria las hay de todos los “colores”. Pero, al igual que sucedió con el fueraborda que intenté seguir en la natación, este triatleta “regulator” tampoco era para mí. Me quedo a unos 50 metros, pero le sigo viendo. Voy fuera de punto en los llanos y las bajadas, y recupero en las subidas. Aun así, me hace ir pasado de watios. Gracias a él vamos pasando ciclistas que apenas nos siguen, pero el exceso tiene un límite, y tras hacer muchas veces la goma, definitivamente se me va en el kilómetro 15. Me quedo tirado como una mierda ¡Joder! ¡Qué putada! 


Bajo el ritmo estrepitosamente, pues mis patas van echando humo y de seguir así  no llego a correr. Aprovecho para beber, pero se me cae el bidón de sales ¡Bravo! Un lastre menos piensa el lado optimista de mi cabeza, mientras que el otro lado se acojona de hacer toda la bici con solo 50 cl de mezcla de Triforza con agua. Tampoco le doy muchas vueltas y trato de mantenerme en mis watios, hasta que por detrás aparece un chico al que había adelantado previamente. Pienso que puede ser buena referencia. Como digo, el circuito es muy revirado y si me marcan los giros lo voy a agradecer. Me acomodo a una distancia de 30 metros del chico de azul, suficiente para anticipar las curvas, y van pasando los kilómetros a un ritmo demasiado cómodo. Creo que estoy pecando de conservador, pero tampoco me atrevo a tomar la iniciativa pues estamos en el kilómetro 30 todavía. Poco después adelantamos un triatleta que nos coge la referencia y nos sigue, por detrás llega otro, y ya somos 4. No quiero que me pase lo del mundial de Chattanooga, así que voy muy atento para no entrar en la distancia de drafting. Los watios son mucho más bajos que al principio y la velocidad empieza a decaer. Me pongo algo nervioso porque intuyo que por delante nos están metiendo un mundo, pero no me atrevo a pegar un cambio e irme solo. Las veces que me pongo al frente del grupo acabo siendo adelantado porque las curvitas de las narices no se me dan bien, así que nada, a cola y a dejar que vaya pasando el segmento. 

Sobre el kilómetro 50 llega la moto de los jueces y pilla a los tres que me preceden muy pegaditos. No creo que les haya sacado tarjeta, pero sí un aviso les ha dado. Mientras, yo a lo mío. Los watios que estoy guardando, son watios que tengo para correr después. Aun así sigo con la necesidad de probarme un poco. En el kilómetro 72 tenemos que subir un puertecillo de 2 km y es ahí donde aprovecho para abrir gas. Les meto 30 segundos a los tres con los que iba y ya pienso que los 15 km restantes me va a tocar bregar solo. ¿Por qué no ataqué antes? Las sensaciones son buenísimas rodando esos últimos kilómetros camino de boxes, ahora sí estoy notando que voy a todo lo que tengo. De hecho, esos 30 segundos de margen se amplían a 1 minuto en la T2, a la que llego solo.


No sé cómo voy de posición, pero intuyo que tengo a varios de mi grupo de edad por delante y muy lejos. Como me “sobra tiempo” decido darme una vueltita por boxes y coger el camino más largo hacia mi bici ¡seré borrego! Mira que había estudiado la T2, pero el ciego que llevaba me hizo correr con la bici a cuestas 100 metros de más de la cuenta hasta mi sitio. Me puse los calcetines, me calcé las Nike y salí dispuesto a demostrarme que ese parcial a pie que tantas alegrías me dio en su día, seguía estando en mis piernas. 


El Ironman 70.3 de Victoria no tiene la carrera a pie más propicia para hacer buen tiempo, pero sí para disfrutar de ella. ¡Preciosa! De las más entretenidas que he corrido nunca. Las dos vueltas al lago son un auténtico Trail, con subidas, bajadas, curvas cerradas, raíces, piedras. Me lo paso pipa haciendo “eses” entre los árboles el primer kilómetro. Al ser el sendero tan estrecho, aunque vayas a 3:50’/km tiene uno la sensación de ir desbocado. 


Me planteo una carrera a pie constante. Si tengo que pillar a alguien, mejor hacerlo a ritmo constante, no tiene por qué ser nada más empezar. Pero los primeros kilómetros son desoladores. No vi a nadie hasta el kilómetro 4. Al girar y coger una pequeña recta, veo que hay un corredor a 100 metros. Tardo poco el pillarle y pasarle. Le miro el gemelo y veo que lleva pintada la “P” de “Pro” (yo llevo 29, de mi edad, como todos los que competimos por grupos de edad). Cuando lo adelanto le doy ánimos. Él ya está en su segunda vuelta, yo en mi primera, así que me estoy desdoblando, aunque no sé de quién. Sigo corriendo y un kilómetro y medio más adelante alcanzo a otro triatleta ¿Será de mi grupo? Pues no, la “P” tatuada en su pierna me hace ver que no, que es “Pro”. También le animo al adelantarle, pero al contrario que el anterior, este chico me pega una voz al pasar: “Are you a Pro?” No sé si descojonarme o darle un susto y decirle que sí, que soy Pro, pero parece majete y le digo que no, que yo voy en la vuelta 1. Me pregunta que a cuánto viene el de detrás, y le digo que a 30 segundos. Le ofrezco marcarle el ritmo (el que yo llevo, no el suyo) y me lo agradece, pero a penas me sigue 500 metros. En la subida cabrona que nos meten en el kilómetro 8 se me queda. Yo sigo a mi bola y completo la primera vuelta sin saber que los dos encuentros que tuve en ella iban a suponer la anécdota del día. El primer Pro del que me desdoblé era Cody Beal, ganador de pruebas Ironman y uno de los Top en Kona. Iba segundo cuando le pasé. Pero es que el otro chico al que le marqué un poco el ritmo ¡era el que iba primero, Sam Long! ¡Claro! Ahora entiendo por qué me animaba la gente al pasar por la zona de meta para empezar la segunda vuelta. De hecho, ¡oí varios “come on Cody!”, creo que me confundieron con él. Unos metros por detrás venían jugándose la carrera y yo sin enterarme. 

Empecé la segunda vuelta y el cambio de escenario fue radical. De la soledad a la muchedumbre. Al encontrarme con triatletas doblados, tuve que bajar una marcha en los primeros kilómetros ratoneros por el sendero del bosque. 


Ahora ya sí que no tenía ni idea de si estaba pasando gente de mi vuelta o de una menos. Pero me importaba bien poco, el objetivo era mantener el ritmo constante y fuerte hasta el final, pensar en mí y no en el resto. Me tomé un gel en el kilómetro 14 que me permitió no tener el mítico bajón que me suele dar entre el 15 y el 19. De hecho, estaba siendo de las pocas carreras a pie de un medio Ironman sin amagos de calambres, y eso que no había bebido sales en bici, pues las perdí en los primeros kilómetros. Sorprendido de la solidez de mi carrera a pie, muchos meses después de mi último triatlón, fui acercándome a la meta. A falta de un kilómetro por fin salimos a un claro desde donde se puede ver la zona de llegada ¡Venga que lo tienes! 


Aprieto los dientes, sé que cada segundo puede ser clave, y entro en meta haciendo 1h 17’ 01’’ en la media maratón, tercer mejor parcial de todos, contando los Pros, y un tiempo total de 1h 17’52”.




¡Contentísimo! Creo que he sacado casi lo mejor que tenía dentro. Quizás en bici me acomodé un poco, pero también me ayudó a llegar con fuerzas a correr. El puesto no lo supe hasta llegar al hotel. Al parecer había quedado 2º de mi grupo de edad, a un mundo de Jesse Frank, “vecino” mío en Santa Cruz, y 3º de los casi 2000 participantes en grupos de edad, detrás del citado Jesse y de Travis Wood, un chico del grupo 20-24 con el que estuve charlando en la entrega de premios y que el año que viene va a correr en Pro. Si contamos a los Pros, entré 10º de la general ¿Qué más puedo pedir? Es un lujo volver a estar compitiendo y ser capaz de rozar mis límites. Y si esos límites sirven para estar en la pomada, el disfrute es doble. Pero lo mejor vino luego. 


El segundo puesto de mi grupo no me aseguraba el slot para el Campeonato del Mundo, así que fui al “Roll Down” (ceremonia de reparto de slots) con pocas esperanzas, y resultó que ¡SÍ! Mi grupo de edad tenía 2 slots y pude coger uno. Sin comérmelo ni bebérmelo acabo de sacar billete a Niza, el próximo septiembre, con la idea de quitarme la espinita del Mundial de Chattanooga. ¡¿Quién me iba a decir que después de dos años volvería a tener la oportunidad de correr otro mundial?!




Las experiencias que surgen de repente en la vida hay que aprovecharlas, y si se puede, no deberíamos renunciar a ellas. ¡GRACIAS! Ricardo Lanza, por sacar lo mejor de mí en todos los sentidos, por aprender tanto juntos y por haber ayudado a encender la llama que se había atenuado en 2018. Estamos juntos en esto para hacer un “Road to Nice” en el que cada día sea mejor que el anterior y en el que disfrutar del camino sea la prioridad. Tengo un entrenador que antes es amigo y amante del deporte. Entrenar no es seguir un plan, es compartir el día a día, y con él lo hago. ¡Qué orgulloso estoy de pertenecer a su grupo, BRAGUÍA 1146 ENTRENAMIENTOS! 



¡GRACIAS de nuevo! 
¡A por ello!

#RoadToNice