domingo, 21 de mayo de 2017

CTO DE ESPAÑA DE TRIATLÓN DE MEDIA DISTANCIA (PAMPLONA): ¡OCTAVO ÉLITE!

Antes de empezar, quiero agradecer públicamente a FotoTri, Imanol Mujika, Marta Bolado, Pablo Gutiérrez y Festak.com por las pedazo de fotos que nos hacéis en cada carrera y sin las cuales esta crónica sería infumable. "MIL GRACIAS"

Si ya de por sí me resulta fácil escribir cualquier crónica, las hay, como esta, que casi se escriben solas. El pasado fin de semana se disputó el Campeonato de España de Triatlón de Media Distancia, en Pamplona. La cuarta carrera consecutiva en mi particular calendario y la última antes de darme un respiro competitivo de tres semanas.

A Pamplona llegué en el mejor estado de forma de mi vida. Las carreras anteriores, unidas a la base de entrenamiento que fui cogiendo en los meses de invierno, me hicieron llegar a la "prueba objetivo" con unas sensaciones tan buenas que me daba "respeto" creérmelas. Era la primera vez que disputaba un Campeonato de España Élite. Ya no había excusas, el sexto puesto de Orihuela me había servido para quitar las dudas sobre mi rendimiento en este tipo de carreras que se van por encima de las 4 horas de duración, y ante rivales de mucho nivel.


El viernes, camino de Pamplona, iba pensando en lo que se podía cocinar al día siguiente. Repasaba la lista de inscritos y todos, o casi todos, eran conocidos. Y no por tener amistad con ellos, precisamente, sino de verlos ganar otras carreras o estar delante en la mayor parte de las competiciones, es decir, por ser "gallos" de la Media Distancia. Gustavo Rodríguez, Joan Ruvireta, Fernando Barroso, Daniel Bayón, Pablo Dapena, Ángel Salamanca, Cristobal Dios, Raúl Amatriaín, LLuis Vila, Ariel Hernández, Daniel Mujica, Pedro Andújar, Ivan Cáceres, Nacho Villarruel, Alberto Bravo, Roberto Cuesta, Jaime Menéndez de Luarca, Josep Torres, Eduardo Chordá, Javier Cardona, Andrés Carnevali... son solo una pequeña muestra del nivel de este Campeonato de España. Sin atreverme a pronosticar cuál era mi sitio, llegué a Pamplona con la ilusión de un niño en la noche de reyes, con la intriga de despertarme en meta y descubrir mi lugar, mi regalo. Soy una persona a la que le cuesta creer en sus posibilidades. Muchas veces me subestimo y me amilano antes de medirme en carrera. No me gusta la presión de salir con expectativas demasiado altas y después darme el batacazo, prefiero ser prudente, pero en esta ocasión, algo me decía que iba a ser distinto, que iba a ser un buen día y que lo iba a hacer bien. Subido en una nube de confianza, la noche antes quise testar en las redes sociales la idea que tendría la gente sobre mi rendimiento en esta carrera, y me llevé una sorpresa. La mayoría apostaba por un Top 10 (personalmente y viendo el cartel de salida yo lo veía inalcanzable), y particularmente me sorprendió ver que la mayor parte de los que hicieron el pronóstico me situaban entre el 5º y el 10º... Parece que la gente sabe más de triatlón de lo que pensaba.


Tras recoger el dorsal y bolsas de la transición, y ver la reunión técnica desde la habitación del hotel (bendito Facebook y sus retransmisiones en directo), me fui a dormir soñando con el día de mañana, con el arco de meta, con las calles pamplonesas llenas de gente y con el pañuelo San Ferminero de "finisher" que te ponen al cuello al llegar.

El sábado amaneció despejado. Buena señal, pues los pronósticos durante la semana eran inciertos. La carrera empezaba a las 14:00h pero la salida de la natación estaba ubicada a unos 40 km de Pamplona, en el embalse de Alloz. Desde allí cogeríamos la bici rumbo a Estella, Puente la Reina y, por último, Pamplona, dejándo nuestro caballo de batalla en la Plaza del Castillo y recorriendo, a continuación, 3 vueltas por el "pindio" y adoquinado casco urbano de Pamplona, por la zona amurallada y por los callejones donde, en poco menos de dos meses, soltarán a los morlacos en alguno de los encierros de San Fermín. No precisamente toros, sino triatletas, llenarían, en unas horas, la Cuesta de Santo Domingo, la calle Mercaderes y la Calle Estafeta, dispuestos a luchar cada uno por sus objetivos: superarse a sí mismo, sumar puntos en la Copa de España o conseguir un buen puesto o por las medallas en juego. Éramos muchos y la meta nuestro premio en común. En una prueba de media distancia no creo que haya vencedores ni vencidos, no creo que haya nadie que termine y no se sienta orgulloso. Yo, al menos, así lo percibo. Cruzar la meta significa la gloria, hacer un buen puesto, es solo la guinda del pastel.


Llegué dos horas antes del inicio de la prueba a la zona de boxes, en el precioso entorno del embalse de Alloz. El tráfico de triatletas (más de mil) entre Elite y Grupos de Edad, hizo que los accesos al pantano se colapsaran y tuve que ir en bicicleta, dejando el coche a un par de kilómetros. Al haber llegado con tiempo pude estudiar bien la primera transición, colocar con calma el material en boxes y saludar a varios amigos como Alex Rodríguez o mis compañeros cántabros, Sergio y Miguel, que también competían en Élite. Durante mi estudio de esta primera transición, quedé "acojonado" de la cuesta que debíamos subir desde el embalse hasta los boxes. Una emboscada de 400 metros de longitud que a mí, particularmente, me viene muy mal por el mareo y la desorientación con la que suelo salir del agua.


Se fue acercando la hora de la salida y a pocos minutos del bocinazo, los Élite fuimos ordenados por dorsal. Sólo los 15 primeros del año pasado tenían preferencia a la hora de escoger sitio en la salida, al resto, se nos había asignado un dorsal según el orden de inscripción. Haber sido de los más rápidos en apuntarme cuando estas se abrieron, me permitió tener un dorsal bastante bueno, el 33 de 100. Me coloqué en segunda fila, detrás de Gustavo Rodríguez, más o menos en el medio del grupo y con la primera boya justo de frente. Justo delante también tenía a Dani Bayón, otro crack con opciones serias de pódium. No sabía si estaba haciendo bien metiéndome en medio, pero había que intentar seguir los pies de mis predecesores (iluso de mí). Primero salieron las chicas, y 5 minutos después la música de Piratas del Caribe tensaba el ambiente previo al bocinazo de la Élite masculina.


¡A sus puestos! ¡BEEEEEEEEP! Los 100 competidores en Elite nos tiramos a las templadas aguas del embalse (17graditos) como si acabaran de soltar tiburones por detrás. ¡QUÉ OSTIAS! Y lo digo así, literalmente, porque eso fue lo que pasó. Nunca en mi vida recibí (y di) tantos leñazos. Ya no era cuestión de avanzar, sino de mantenerse a flote entre  brazos y piernas que solmenaban a diestro y siniestro.






 El agobio extremo de los primeros segundos de natación me hizo replantear la estrategia de ir por el medio, por lo que, como pude, fui abriéndome hueco hacia la derecha, buscando la zona interior de giro de la primera boya y, a la vez, evitar la pelea. Antes del primer giro de derechas, a unos 400 metros de la orilla, ya me encontraba nadando solo. Alargando brazada y con el objetivo de relajarme un poco tras el tumulto inicial, me dediqué a deslizar lo máximo posible. Llegué al giro y lo cogí por dentro, muy pegadito a la boya, ganando posiciones respecto a los nadadores que iban por fuera. En esos momentos fue cuando aproveché para hacer tres o cuatro brazadas de braza y ubicarme. La siguiente boya roja estaba donde Cristo perdió las sandalias, así que a olvidarse de ella y a nadar, tratando de no alejarse mucho del grupo. Seguí yendo solo, por la derecha. Esto me permitió coger buen ritmo e ir adelantando puestos. 



No tenía ni idea de si iba en el último, penúltimo o cualquiera que fuese el grupo que me custodiaba, pero las buenas sensaciones en el agua de las últimas semanas se estaban viendo plasmadas. Casi sin enterarme llegué a la segunda boya, de nuevo por dentro. Unos 200 metros más adelante estaba el tercer flotante rojo, el último antes de afrontar una eterna recta hasta la orilla. Lo más complicado de la natación ya había pasado y yo seguía a mi bola. Si bien en Orihuela nadé a pies de un grupo que iba más despacio del ritmo que yo podía llevar, en Pamplona estaba nadando a mi ritmo, con mi frecuencia de brazada y bastante cómodo. No dejé de pasar gente en todo el segmento. La nefasta salida me había hecho irme muy atrás, al parecer. Toqué tierra en menos de 27 minutos, en el puesto 35 de 100, mi mejor natación del año y, probablemente, de las mejores que haya hecho nunca.


Me incorporé aturdido, sin referencias de donde iba y rodeado de un grupo numeroso. Los primeros metros de transición los hice caminando, quitándome la parte de arriba del neopreno con cierta dificultad. En pleno proceso de aturdimiento me pasaron por ambos lados dos caras conocidas, Luis Fernández Zapico y Daniel Bayón ¡Había salido con Bayón! No me lo podía creer, pues normalmente me sacaba entre uno y dos minutos en el agua. Pocos metros después me adelantó Jaime Menéndez de Luarca, un icono en el triatlón español, y que creo que, en condiciones normales, debería haber salido delante de mí.

Eufórico, mareado y sorprendido, llegué a la carpa donde teníamos las bolsas rojas con el casco y el dorsal. Cerca de mi sitio estaba Miguel Ruiz, que había hecho un buen sector de nado. Me costó lo indecible quitarme el neopreno. Se me atasca con todo, con el chip, con el reloj... entre eso y lo mareado que estaba me había dejado unos segundos en una T1 de nuevo bastante desastrosa, como pude comprobar tras la carrera. Más de tres minutos pasaron desde que salí del pantano hasta que me subí a la bici, unos 30''-40'' más la media de triatletas Elite.





Aún con todo, me monté en la Avenger a la vez que Zapico y Bayón que hicieron un cambio de material parecido al mío. Mientras me abrochaba las botas, mis compañeros de viaje abrieron un pequeño hueco respecto a mí, pero antes de empezar la peligrosísima bajada desde el embalse, ya los había pillado. No quise pasar a ningún triatleta de los que me precedían antes de superar, para mí, el punto más crítico de este segmento. En el kilómetro dos había que bajar por una carretera con rectas muy rápidas y curvas de 180 grados en las que entrar un poco colado podía significar irte por el precipicio. Y mira que yo soy de los que baja muy prudente... pues esta vez, en la penúltima curva se me pusieron los huevos de corbata al entrar colado y no irme de frente por poco. La suerte estuvo de mi parte e hizo que, aprovechando mi pasada de frenada, un triatleta que iba detrás me adelantara. Solo quedaba una curva para acabar el suplicio de la bajada, pero sucedió algo que me marcó para toda la carrera. El triatleta que me había adelantado y que en ese momento me precedía, entró colado en esa última curva, yéndose de cabeza contra el muro del puente que teníamos que cruzar, saliendo rebotado contra la carretera de nuevo y quedando tirado en el suelo. Se me heló la sangre al ver el accidente. Mi intención era parar para comprobar su estado, pero justo en esa curva había varias personas que ya corrían a socorrerlo. Quise pensar que quedaba en buenas manos y espero que todo se haya quedado en un susto. Desde aquí le quiero mandar mucho ánimo al chaval y que se recupere lo antes posible.


Con el miedo en el cuerpo y más de 80 km de bici por delante, ya menos peligrosos, solo quedaba olvidar lo ocurrido y centrar la cabeza en lo que teníamos entre manos. Con la accidentada bajada había perdido la estela del grupo de Bayón y Zapico, pero no demasiado. Pedaleé por encima de 300 watios un par de kilómetros y enseguida llegué donde los dos triatletas de la Academia Civil, pasándoles y tirando con todo hacia delante.

Empezó entonces un recital de adelantamientos, pues eran muchos los triatletas que se habían juntado e iba el grupo muy estirado, teniendo que abusar durante varios kilómetros de carril izquierdo y de watios... demasiados para mi gusto. El calentón estaba siendo curioso y el pulso, por encima de 170ppm en algún momento, se me estaba yendo de las manos. "Adelanto a uno más y paro", pensaba. Pero no, cada triatleta que adelantaba me abría la puerta a un nuevo objetivo, y la parte caliente de mi cerebro era la que mandaba en ese momento.


Casi sin querer encontré mi sitio. Por delante llevaba a un par de corredores, pero ya a una distancia que me era imposible recortar. Rondaba el kilómetro 10 y los watios empezaron a bajar, no mucho, pero sin necesidad de pegarme calentones para adelantar. Poco duró mi alegría, pues por detrás llegó Andújar con las rebajas y tan rápido como lo vi aparecer, se esfumó en el horizonte ¡menuda bala! Imposible seguirlo, ni siquiera con la vista. Poco después, otro triatleta, de cuyo nombre no me acuerdo, me adelantó, pero a un ritmo más "humano". Buena referencia parecía ser. Así que probé a seguir su ritmo y, poco a poco, la distancia con el grupito predecesor se fue recortando. Contactamos con ellos en el kilómetro 20 y ahí se produjo un parón. Con la moto de los jueces como testigo, pues no abandonó nuestra compañía en toda la carrera, fueron pasando los kilómetros. En el primer avituallamiento, cogí el bidón de sales y le pegué un trago. No tenía sed, porque había bebido 300 ml de Full Isotonic de Keepgoing en la transición, pero era mejor prevenir que curar.


Si bien los primeros 10 km de bici los hice, como diría Miguel Ruíz, "al corte" (a morir), en ese momento me encontraba en una posición de "apalanque" o acomodamiento que me hacía presagiar lo que no tardó en suceder. Por detrás no se habían dormido como yo y Zapico fue el encargado de despertarme de mi letargo. Contactó conmigo en el kilómetro 30, a su ritmo, con sus watios, siempre tan cuadriculado como es él con el tema de la bici. Sabía que podía ser un buen referente, pues no suele calentarse y tiene estudiado a qué intensidad debe ir en cada momento. Tanto yo, como los otros dos triatletas que rondaban a mi alrededor, cogimos la referencia de Luis y tiramos hacia delante. Por el camino fuimos recogiendo gente como Nacho Villarruel, que se unía a nosotros.


Sin duda el ritmo de Luis era lo que necesitaba para motivarme, pero la comodidad del terreno por donde rodábamos (llano o, en su defecto, picando hacia abajo) se terminó pronto. Una subida de 2 km con rampas del 7% hizo estragos en el grupo. Tanto, que nos quedamos solos Luis y yo, dejando al resto de integrantes por detrás e incluso adelantando a Fernando Barroso. Me froté los ojos para ver si era cierto. ¡Sí! Habíamos llegado hasta Don Fernando, que no llevaba buena cara. Llegar a la altura del triatleta del Santander fue un plus de moral y un mini premio para la cabeza, que en este tipo de pruebas funciona como un interruptor, si está encendido, las piernas van, pero como desconecte, se acabó. En la bajada Luis marcó las pautas. Yo me descolgué y lo perdí de vista, mientras que Barroso aguantaba por detrás. Cuando pasamos la zona delicada y pude dar pedales, volví a contactar con Luis, pero esta vez pasando yo a tirar, labor que no dejaría de hacer hasta llegar a Pamplona. Era el kilómetro 50 y el terreno, en esos 30 kilómetros restantes, picaba ligeramente hacia arriba.


En ese tramo adelanté a la chica que iba líder. No veáis qué calentón me tuve que dar para pasarla. Y claro, después de hacerlo uno tiene que mantener el orgullo y no bajar el ritmo, por lo que el sufrimiento era doble. Con la vista clavada en el manillar, cada vez que levantaba la cabeza buscaba algo con lo que motivarme, y esto llegó sobre el kilómetro 65. Estábamos pillando a dos triatletas que rodaban por delante. En una subida, justo antes del último avituallamiento, llegué a la altura de mis predecesores. Quedaba poco para llegar a Pamplona y, aunque las piernas me decían "¡hoy sí!", preferí darles un pequeño descanso en los últimos kilómetros. Acomodado sobre mi cabra, aguanté los envites de los dos triatletas con los que había contactado y que, a mi parecer, habían acelerado el ritmo.


Solo 10 kilómetros de bici, solo 10 kilómetros para empezar mi sector favorito, pero sin duda los 10 km más cabrones que recuerdo. Al paso por uno de los preciosos pueblos navarros, nos encontramos en medio de la carretera con ¡TRES BORDILLOS! sí, sí, tres escalones que me comí de lleno y donde no me maté de milagro. Si ya las tachuelas que te encuentras molestan un poco, imaginaros tres bordillos de unos 5 centímetros de alto atravesados en medio de la carretera. Con el traqueteo se me torció el manillar hacia la derecha. Mala pinta tenía la cosa... Preocupado, comprobé que la torcedura de manillar no hubiese provocado que este se soltase. Por suerte no fue así y, aunque torcido, el manillar no se movía.

Con la rueda apuntando a Cuenca y los acoples apuntando a Albacete, sobreviví al último tramo de bici como pude. No disfruté de la llegada a Pamplona, pendiente de mantener la bici recta y que no se me fuera en las curvas. Y por si fuera poco, los últimos metros por la adoquinada calle Mercaderes y entrada a la Plaza del Castillo, ponían más aun en peligro la integridad de mi bicicleta.


Renqueante, conseguí llegar a boxes sin perder tiempo ni con Luis ni con los dos chicos que habíamos alcanzado. Ni idea del puesto en el que íbamos, aunque mis cálculos apuntaban a estar en torno a la trigésima posición. Aunque no lo sabía, entré en boxes en el puesto 25, similar al Half de Orihuela, y con una media maratón durísima por delante en la que tocaba remontar. ¿Hasta dónde? Pues hasta donde las piernas dijeran, y en el momento de bajarme de la bici apuntaban muy alto.

Entré en la carpa donde teníamos las bolsas con el material de correr. Allí había dejado zapatillas, calcetines, geles, gafas de sol y gorra. Con las prisas de querer hacer una buena transición, no me puse la gorra ni las gafas, y salí de la carpa hacia el serpenteo por la Plaza como si se acabara la carrera ahí mismo. Fui el último de mis compañeros de bici en salir a correr, pero a los 200 metros ya los había adelantado a los tres. Puesto 22 momentáneo y tres vueltas eternas que iban a dar para mucho.


La primera parte de la vuelta, salvo unos metros de subida por un paseo peatonal hacia la muralla, eran cuesta abajo... ¡y qué bajada!. Las adoquinadas y pendientes calles de Pamplona nos iban a hacer sufrir. Esta primera cuesta es de las que, o vas muy rápido despendolado, o vas muy despacio reteniendo. Opté por lo primero, y me tiré a lo "kamikace", cruzando la muralla a un ritmo por debajo de 3'/km y pasando a triatletas como el asturiano Moro, que se había bajado a correr en muy buena posición.


Había que aprovechar esta primera vuelta para coger referencias, pues, en cuanto pasáramos por meta, se iba a acabar la soledad y nos empezaríamos a juntar con atletas doblados de grupos de edad. Al terminar la bajada y empezar a correr por el Parque situado a las afueras de Pamplona, sucedió lo que no me esperaba. El vasto interno de la pierna izquierda se me subió por completo ¡Mierda! Era el kilómetro 2 y los fantasmas de los calambres del Half de Valencia del pasado año habían aparecido, pero en aquella ocasión fue a partir del kilómetro 11 y de ahí al final la carrera consistió en una lucha por sobrevivir. En Pamplona me había llevado el mazazo en el kilómetro 2, con casi toda la carrera a pie por delante. Intenté centrar la cabeza, no pensar en los dolores y apoyar más del lado derecho, dándome un pequeño margen para ver si desaparecía el agarrotamiento muscular. No las tenía todas conmigo y la retirada pasó por mi cabeza. Pensé que se me había acabado la competición, aunque, por otro lado, pese a ir medio cojo, miraba el reloj y marcaba un ritmo de 3:35. Como digo, de fuerzas iba genial, así que traté de engañar a mi cerebro haciendo que las buenas sensaciones predominaran frente al dolor. Lo conseguí, más o menos, coincidiendo con el adelantamiento a Jaime Menéndez de Luarca, mi tocayo de apellido a quién animé y con quien me hizo mucha ilusión coincidir en carrera, pues es para mí un referente en el triatlón nacional y le sigo bastante en su día a día de entrenos, publicaciones, tests de material, consejos... Un pozo de sabiduría y experiencia triatlética.


En el recorrido por el parque, completamente llano, de la primera vuelta, también di caza a otros corredores, pero estaba tan concentrado en lo mío que no sé a cuantos pasé. Tocaba entonces volver al centro de Pamplona subiendo la temida Cuesta de Santo Domingo. Las duras rampas de bajada del inicio se tornaron en pindias subidas, pero allí estaba la gente para anestesiar nuestra agonía. Un público entregado a nuestro paso entre el que oí la voz inconfundible de mi madre "¡Estás remontando!" El chute de adrenalina fue tal, que me olvidé de que estaba subiendo y las piernas corrían solas. Entré en la Plaza del Castillo animado por Pablo y Almudena, que habían venido a Pamplona para ver la carrera y luego participar en la "tercera transición".  Al paso de la primera vuelta marcaba el mejor parcial a pie con 22'35'', un minuto menos que el líder, Gustavo Rodríguez, y 30'' mejor que la, hasta entonces, mejor primera vuelta, de Pablo Dapena (segundo clasificado).


Y el esfuerzo del primer giro lo pagué. Ya al inicio de la segunda vuelta, cuando empecé a bajar la cuesta, adopté la opción conservadora de bajar reteniendo en lugar de despendolarme. Y lo hice cargando el peso con la pierna derecha, evitando forzar el vasto interno de la izquierda y que no se subiera de nuevo. ¡Qué larga se me hizo la bajada! En el momento de llegar al llano y empezar a correr se me pusieron los cataplines de corbata. Prueba de fuego para los calambres... que por suerte ¡superé con éxito. Ni rastro de ese calambrazo en el vasto, lo cual me dio confianza y me permitió seguir corriendo en el llano a un ritmo de entorno a 3':30''.

Mezclado entre el batiburrillo de triatletas de grupos de edad, andaba más perdido que un pato en un garaje. Ya no distinguía contra quien estaba luchando por un puesto. Lejos de desesperarme, seguí a lo mío, zancada a zancada, tomando el primer gel antes del kilómetro 10, para afrontar con garantías la segunda subida a Santo Domingo. Pero en el kilómetro previo a esa subida, me vine abajo. Paré a coger agua en un avituallamiento y no arranqué. Iba atascado, me había pegado un pequeño bajón. Aproveché la cuesta para tomarme un respiro, y la subí al mismo ritmo que un grupito de triatletas doblados. No fue mala idea hacer eso, había que guardar fuerzas para sobrevivir a lo que se preveía una eterna y sufrida última vuelta.


Al paso de nuevo por la Plaza del Castillo todavía conservaba el mejor parcial de carrera a pie, con un tiempo intermedio de 45'55'', por los 46'18'' de Dapena o los 46'41'' de Gustavo. No estaba mal, pero el ritmo iba a menos. ¡Venga Pelayín, que solo queda una y pa meta!" Trataba de animarme. Pero ni con esas. La última vuelta sí que fue una lucha por sobrevivir, pero es en esos momento en los que las piernas no van y el cuerpo se apaga, es cuando hay que tirar de cabeza y recordar todos los entrenos en fatiga realizados en ayunas, a las 6 de la mañana, sin apenas haber dormido, con sueño, lloviendo, con frío. ¡Anda que no he entrenado carrera a pie en condiciones adversas estos últimos meses! Pues no me iba a dejar vencer así de fácil por el agotamiento. Tras superar la zona de bajada y empezar el llano, pasé a Andújar y a Cristobal Dios, dos atletas Elite de mucho nivel que, en ese momento, marcaban el límite del Top 10. Yo no lo sabía, pero me estaba colando en una fiesta a la que no había sido invitado. El siguiente en caer fue Dani Mújica, también en la zona del Parque.

Motivado por saber que, aun con la castaña que llevaba, seguía adelantando puestos, apreté el culo y subí lo más dignamente que pude la Cuesta de Santo Domingo por última vez. Toqué el adoquín de la Calle Mercaderes, troté por el centro de Estafeta, giro a la derecha, subo las cuatro escaleras que salvan el desnivel con la Plaza del Castillo y huelo la alfombra roja de Pamplona, mientras por megafonía anuncian la llegada a meta de Raul Amatriaín, otro triatleta Top nacional que al parecer, había quedado muy poquito por delante de mí. Últimos giros, miro a la grada y veo caras conocidas, sonrío, es inevitable, choco las palmas del público apoyado en las vallas y disfruto de una de las llegadas más luchadas de mi corta vida de triatleta de media distancia. 

Y además ¡OCTAVO DE ESPAÑA ÉLITE!


Es Pablo quien me informa antes de cruzar el arco, y Miguel Ruíz quien me lo confirma al pasar la línea de meta. Lo había hecho, puesto de finalista en un Cto de España Elite. Sigo sin creerme capaz de estar ahí en la pomada, pero ya van dos carreras en las que lo estoy y tengo que empezar a confiar más en mis posibilidades. Mirar hacia delante y ver a Gustavo, Dapena, Rubireta, Lluis Vila, Salamanca, Amatriaín y Ariel, no me hace sino ponerme más contento y sentirme orgulloso de acompañar a unos cracks como ellos en el Top 10 nacional.


Y para rematar, con este resultado y el de Orihuela, me coloco tercero en la Copa de España de Media Distancia, tras Gustavo y Dapena, otro golpe de moral para lo que viene ahora.


Acabamos de cerrar un ciclo de cuatro carreras seguidas en cuatro fines de semana, que ni en mis mejores sueños hubiese imaginado que iba a salir así: 6º Elite en el Half de Orihuela, Campeón de Europa de Duatlón de mi grupo de edad, Campeón del Circuito Cántabro de duatlón y 8º Elite en el Cto de España de Triatlón de Media Distancia, saliendo de esta prueba tercero en la general de la Copa de España...


Mientras me dejen, seguiré soñando....

domingo, 7 de mayo de 2017

DUATLÓN DE POLANCO 2017: ¡CAMPEÓN DEL CIRCUITO CÁNTABRO DE DUATLÓN!

*Fotos cortesía de Pablo Gutiérrez, Yaiza Natural, Alfredo Poomusaieva y "D objetivo foto". MUCHAS GRACIAS

Este año se dio la extraordinaria y paradójica circunstancia de que, a fecha 5 de Mayo y tras haberse disputado 4 de las 6 pruebas del Circuito Cántabro de Duatlón, llegué a la 5ª, el duatlón de Polanco, en segunda posición del mismo y con las matemáticas de mi parte para hacerme con el título. Jamás me había planteado ganar el circuito de duatlón de Cantabria. Primero, porque nunca me cuadra para completar el mínimo de carreras necesarias para puntuar, y segundo, porque por las características de los duatlones de aquí (casi todos sin drafting y con unos segmentos ciclistas que tienen mucho más peso que la carrera a pie) nunca había sido competitivo, y mi mejor puesto se limitaba a un 5º Absoluto logrado en el Circuito del año 2015.


Por tanto, esta temporada, y con la vista puesta en los Triatlones de Media Distancia, aproveché los duatlones de Cantabria que me cuadraban por el medio para coger el punto a la competición, con tan buena suerte de que tras correr Astillero, Galizano y Santander, tan solo me faltaba completar uno más para puntuar y, además, me servía con vigilar solo a un par de rivales que podían disputármelo: Otaegui (Santander) y Pablo Herrero (Trisport).

Ante esta circunstancia no quedaba otra que ir a correr a Polanco este fin de semana, el Campeonato Regional de Duatlón. Prueba sin drafting, pura para ciclistas y donde siempre me ha costado más de lo normal hacer un buen puesto por mis limitaciones en bici respecto a gente como Pando, Monagas, Toñín...


No pintaba la cosa muy halagüeña en la tarde del Sábado. La fatiga tras haber corrido el Half de Orihuela y el Cto de Europa de Duatlón en las últimas dos semanas, unido a entrenos exigentes, más bien pensando en el Cto de España de Triatlón de Media Distancia de la semana que viene, me hicieron llegar a Polanco bastante vacío de fuerzas y con el único objetivo de salvar los muebles y asegurar la victoria del circuito.

Más de un centenar de duatletas nos apuntamos a este clásico de la región, en un año, creo, con el mejor cartel de corredores de las últimas ediciones. Al buen estado de forma o a la notable mejoría respecto a pruebas anteriores de gente como Mendiguchía, Pablo Herrero, David González, Manu Vega... (gente que siempre está en la pomada), se unía un elenco de duatletas que en bici son auténticos aviones, como Monagas, Pando, Barroso, Bolado, Guerra, Cuesta, Otaegui, Toñín Suárez... además de Karich Moussa, el internacional bahreiní que tras disputar el Cto de Europa Élite, también era de la partida. Me pongo a contar y como me descuide un poco me salen 20 nombres de mucho nivel. ¡Cómo para despistarse estaba la cosa!


Puntualmente, a las 17:40h, se dio la salida. El circuito de carrera a pie, que consta de dos vueltas de 3 km con 1,5 de bajada y 1,5 de subida, se convirtió en una carrera de "locos" lanzándose cuesta abajo a un ritmo vertiginoso. ¡A dónde va la gente!  Un descuido con el Gármin me hizo pasar los primeros 150 metros de carrera programándolo en modo "Duatlón", y cuando levanté la cabeza del reloj, a pesar de ir rápido, rondaba el puesto 30. 


La primera bajada fue, como digo, un suicidio, encabezado por Karich y seguido de Toñín, que siempre sale a por todas. Con el cuerpo apaleado de batallas anteriores preferí ser cauto en estos primeros compases y esperé a que la carretera se pusiera llana para coger ritmo y avanzar posiciones. Así, justo antes de empezar la "cuestona" que termina en el Ayuntamiento, donde estaban los boxes y donde se había dado la salida, conseguí contactar con Mendiguchía, que en ese momento iba segundo. Lo hice yo y lo hizo también un grupito en el que iban Barroso (Santander), Ruíz (Reinosa) y Manu Vega (Buelna). Subimos juntos la cuesta y coronamos a unos 30 segundos del Karich, que se había escapado descaradamente. Mis sensaciones no eran malas del todo, pero tampoco estaba para tirar cohetes. Sufría más de la cuenta a ritmos teóricamente asumibles pero que bajo las circunstancias de ayer, me hacían ir a tope de pulso.



Empezamos la segunda vuelta y ya en la bajada mis compañeros se fueron quedando. No aumenté el ritmo, pero me quedé solo, casi sin querer. Mantuve la velocidad, seguido de cerca por Barroso. Las piernas ardían y más aún en la p... subida ¡Qué agonía! Allí se agolpaba el público, antes de vernos coger las bicis camino del decisivo segmento ciclista. Este año, las diferencias a pie con los buenos ciclistas fueron menores que otras veces y mi segundo puesto al entrar en boxes era un espejismo... ¡Empezaba la sangría!



Ya en la primera transición cedí mi posición a Barroso. Al ponerme el casco se me cayó la visera y perdí unos 10 segundillos que me hicieron caer al tercer puesto. Salí de boxes con la referencia de el del Santander a unos 100 metros. Tratando de mantenerle a la vista me tuve que calentar bastante a la salida de Polanco. Curveo sube y baja y en apenas 3 kilómetros llegamos a la primer trampa del día. La subida al Alto de Pedroa por el lado que lo hacíamos tenía un regalo en forma de rampa al 12-14% que, con un 39-25 que llevaba de desarrollo, no se sube cómodo. 


Estaba consiguiendo mantener la diferencia de unos 10 segundos con Barroso, pero en la parte más pendiente, mientras me retorcía de dolor a casi 180 pulsaciones por minuto, la locomotora Monagas le quitó las pegatinas como si yo fuera montado en un triciclo y él en una moto ¡QUÉ ABUSÓN señor Emilio ;)!. Exactamente en el mismo lugar que el año pasado, el duatleta mallorquín, que venía desde atrás arrasando con todo a su paso, me hizo ver lo que era montar en bicicleta de verdad. Mi sorpresa fue que por detrás, Otaeguí venía haciendo lo propio, y ya en el llano de arriba también me adelantó como un avión. Mis piernas no iban más y ese quinto puesto momentáneo era, quizás, a lo mejor que podía aspirar. Barroso, al ser sobrepasado por ambos intentó seguir su ritmo y lo perdí de vista, quedándome completamente solo.


Fue entonces cuando mi cabeza cambió el chip. Ese puesto era suficiente para ganar el circuito cántabro y, con Pamplona a una semana, no quería gastar balas inútilmente, así que, sin dormirme pero con cabeza, me puse a rodar a mi ritmo. Bajé Pedroa, llegué a Oruña, donde adelanté a Vanesa, dándole ánimos y recibiéndolos por su parte. Recorrí la zona del Pas en solitario, llegando a Salcedo. Y antes justo de enfilar la recta de Zurita, salí de mi ensimismamiento y vi, sorprendido, que estaba pillando a Barroso. Empezamos la eterna recta con aire a favor pero siempre pica para arriba, en sentido Torrelavega. La carrera por delante estaba decidida, con Moussa, Monagas y Otaegui a un mundo. Barroso y yo, cuarto y quinto, bastante juntos y, creo, que ambos pensando en el sábado que viene. Pero la alegría de poder guardar fuerzas se terminó en la parte alta de la recta de Zurita.

Un pelotón, precedido por Pando, y en el que iban metidos casi todos los hombres peligrosos como Bolado, David, Pablo, Manu Vega, Mendiguchía, Guerra, Toñín... me engulló de repente. ¿qué es esto? Llevaba 20 kilómetros bregando en solitario y ver con la facilidad que te adelanta todo un grupo da un poco de rabia, así que tras pensármelo un poco intenté reaccionar. Lo suyo me costó, y sufrí como un perro camino de Torrelavega hasta que Pablo Herrero me adelantó. Llevábamos al grupo a unos 300-400 metros por delante, todavía a golpe de vista, y ya un poco descolgados nos habíamos quedado Pablo, Manu y yo. Con una ceguera importante por el esfuerzo seguí a Pablo unos 4 kilómetros hasta llegar casi a Polanco. Aún no estaba la carrera decidida, pues del 4º al 15º apenas nos separaban 30 segundos, pero justo antes de afrontar la última rampa hacia Polanco, varios de los del grupo que me precedía se confunden y se meten por donde iba la carrera a pie, rectificando e incorporándose de nuevo justo cuando yo pasaba. Con la ventaja de 300 metros que me llevaban, reducida circunstancialmente a cero, llegamos a boxes todos juntos para jugarnos los puestos que iban del 4º al 15º.


Tras un paso por la segunda transición menos accidentado que la primera, empecé a correr en novena posición. No me servía ese puesto para ganar el circuito, así que de guardar fuerzas, nada de nada. Me tiré con todo a por mis predecesores y, en los primeros 400 metros adelanté a Mendiguchía y Pablo Herrero. Iba séptimo, pero tampoco me valía, aún tenía que recuperar dos posiciones más para que las matemáticas estuvieran de mi parte. Viendo que Otaegui iba a hacer segundo y sumar 95 puntos, yo debía, al menos, sumar 80. En ese momento y según mi puesto sumaba 78, insuficiente todavía. Pero quedaba subir, 1,5 kilómetros agónicos de llano y subida final.




Conseguí pasar a Toñín Suárez y a David González antes de empezar la subida ¡Objetivo conseguido! pero no quería cantar victoria; aun había que mantener el puesto. En quita posición y vigilando que no se me acercaran, empecé a subir la cuesta, topándome a mitad de ella con Barroso... ¿Y ahora qué hacemos? ¿pacto mutuo de no agresión para no jodernos el uno al otro de cara a Pamplona? Pues no, señores, aquí no venimos a regalar nada y si se puede quedar cuarto en vez de quinto, pues se lucha por ello. Así debió pensar también Barroso, y me alegro por ello porque demuestra que es un tipo luchador y competitivo y da mucho más valor a mi esfuerzo. Sufrí como en mi vida detrás de él lo que faltaba de cuesta. A 50 metros de coronar me cambió el ritmo, pero aun me quedaba una marcha más y el sprint. Aguanté el envite y al llegar al alto, 100 metros antes de meta, me vacé en un sprint por el cuarto puesto que finalmente consigo.



VACÍO, DESTROZADO, MUERTO... se quedan cortos estos calificativos para describir el estado en el que llegué a meta. Por primera vez en mi vida, nada más cruzar el arco me derrumbé y tuve que apoyarme en las vallas porque me caía. La felicidad por haber ganado el Circuito Cántabro de Duatlón 2017 contrastaba con mi destrozo físico. Lo había dado todo, no tenía ni un ápice más de fuerza, pero no vale lamentarse, así lo elegí y como se suele decir: "sarna con gusto no pica"



Ahora, con un nuevo título, que no tenía, en el bolsillo, toca recuperar para Pamplona. Motivado al 100% y con más ganas que nunca de volver a medirme con la Élite española de Media Distancia.


Buena semana a todos y a disfrutar! 

jueves, 4 de mayo de 2017

CAMPEONATO DE EUROPA DE DUATLÓN 2017: ¡POR FIN UN ORO!

Si hace una semana, tras cruzar la línea de meta del Medio Ironman de Orihuela, me dicen que siete días después iba a estar disputando la medalla de oro y, además, llevándomela para casa en el europeo de Duatlón celebrado en Soria, no me lo hubiese creído.


Suelo ser demasiado ambicioso con mis objetivos, pero a estas alturas de la temporada me estoy pasando un poco. En cuatro semanas voy a enlazar cuatro pruebas que tengo marcadas con una cruz en mi calendario. Todas importantes y ninguna sacrificable: Medio Ironman de Orihuela (donde quedé sexto), Campeonato de Europa de Duatlón por Grupos de Edad en distancia Estándar (sobre el que versa esta crónica) y las dos que faltan: Duatlón de Polanco y Campeonato de España de Medio Ironman, en Pamplona.

Dicho así me da un poco de miedo pensar en qué estado de recuperación voy a llegar a las dos carreras que faltan para completar este periplo primaveral, pero hasta ahora las dos que hice me han dado una moral y una motivación extra para ir a por todas en las siguientes.

El viernes pasado puse rumbo a Soria, sede, este año, del Campeonato de Europa de Duatlón. Como siempre que se disputa una prueba internacional de este tipo, el campeonato se divide en dos categorías bien diferenciadas. Por un lado, los Élite, los verdaderos profesionales de este deporte, con el español Emilio Martín como favorito para hacerse con el VERDADERO y único título de campeón de Europa. Por otro lado los Grupos de Edad, donde cientos de aficionados, con mayor o menor dedicación, pero al fin y al cabo aficionados, tenemos la oportunidad de medirnos con duatletas de otros países en una carrera catalogada como “Campeonato de Europa”, y que preparamos con la mayor ilusión del mundo. Cada uno a su nivel, pero todos con el objetivo de dar el máximo. Aun así, aunque sea un Campeonato de Europa de “no profesionales”, hay grupos de edad en los que el nivel no desmerece, para nada, ser digno de reconocimiento. No veáis lo jodido que es plantarse en una carrera de estas y sacar medalla. Tengo, o he tenido la suerte, de haber disputado dos mundiales y dos europeos hasta la fecha, y haber subido al pódium en todos ellos, pero no penséis que es lo normal, porque a veces nos mal-acostumbramos a los buenos resultados y no valoramos lo que hacemos. Cada chapita, aunque sea en Grupos de Edad, lleva detrás una dedicación, una cantidad de horas de entrenamiento, un sacrificio, una organización para encajar horarios y un cuidado personal enormes, pero, al final, una satisfacción que lo compensa todo. Me faltaba el oro, y a Soria fui con un objetivo claro: Subir al primer cajón del pódium por primera vez en una prueba internacional.

El sábado fue día de disfrute viendo a los Élite y en especial a los nuestros, que rindieron como nunca, consiguiendo Emilio Martín el Oro y Mavi García la Plata. Presencia española en ambos pódiums continentales, masculino y femenino. El duro circuito soriano, con una carrera a pie sube y baja por el pulmón de la ciudad, el parque de La Alameda de Cervantes, y una bici rompe-piernas (también con subidas), unido a la altitud a la que se encuentra Soria (más de 1000 metros sobre el nivel del mar) ponían los ingredientes a una receta deportiva más que complicada. Pero, a las dificultades que mostraba el circuito se unió un invitado inesperado: la climatología. 


Si bien el sábado el tiempo respetó a los Elite, el domingo, día en que nos tocaba a nosotros batirnos el cobre, amaneció frío, ventoso y con amenaza de lluvia. Se veía venir que Soria 2017 sería la versión 2.0 de Alcobendas 2015, el último europeo que se disputó en España y que lo hizo bajo unas condiciones infernales. Aquella plata conseguida hace dos años tenía más épica que cualquier otro pódium por lo complicado que era mantenerse sobre la bici debido a la lluvia, el viento y las “tropocientasveinticuincemil” glorietas que había que pasar.

Como estaba previsto, el domingo amaneció “feo”. A las 10.30 salí del hotel, abrigado como un esquimal, rumbo a boxes. Unos 300 duatletas íbamos a competir en el Campeonato de Europa de Duatlón por Grupos de Edad en distancia Estándar (10km a pie, 40km de bici sin drafting y 5 km a pie para terminar). La primera transición, ubicada en el bonito césped del Parque de la Alameda, era un bullicio de corredores, todos con la vista puesta en un cielo gris que amenazaba lluvia. El otro invitado indeseado, el viento, ya formaba parte de la fiesta, y zarandeaba virulentamente las bicicletas colocadas en las barras de boxes, con rachas de más de 50 km/h. Mientras colocaba la bici en mi sitio, llegó la hora de reencontrarse con viejos amigos y, en pocos minutos rivales. Josemi (4º en el último europeo en Alcobendas) o Alex (subcampeón del mundo en Avilés), eran dos de los españoles con opciones de medalla y, para mí, los dos rivales más duros, a priori. También el vasco Joanes Goitisolo apuntaba al pódium y, aunque no había competido nunca contra él, también lo tenía en la lista de favoritos. De la delegación inglesa, la más numerosa en mi grupo de edad de 25 a 29 años, no conocía a nadie, pero por la experiencia que tenía hasta la fecha, estaba seguro de que alguno vendría con nivel para dar guerra. Faltaba Samuel Pictor, vigente campeón de Europa y del Mundo, pero había muchos otros con ganas de defender el título de su compatriota. En definitiva, que esto es un Campeonato de Europa y si pienso que va a ser fácil estoy muy equivocado.


Con bastantes nervios y mucha más concentración que otras veces, entré en la cámara de llamadas unos 10 minutos antes de empezar la carrera. Los 300 duatletas de grupos de edad saldríamos por tandas y nosotros, los comprendidos entre 18 y 29 años, lo haríamos en la primera de ellas. Mientras esperábamos sobre la alfombra azul a que se diera el bocinazo de inicio, empezó a llover. ¡Lo que faltaba! La ya de por sí dura climatología, con frío y viento,  se complicaba aun más. Pero ya no había tiempo para darle vueltas a la cabeza. Por mi mente solo pasaban pensamientos sobre la gestión de carrera. Primer segmento de 10 kilómetros a pie dando cuatro vueltas a un circuito ratonero y con más de 100 metros de desnivel positivo acumulado. Mi intención era salir controlando, valorar el estado de recuperación del Medio Ironman de la semana pasada, e intentar llegar a boxes con fuerzas para darlo todo en bici.


Puntualmente, y con la tensa sinfonía que precede las salidas de los duatlones y triatlones en España, sonó la bocina. Ya no había marcha atrás, el europeo había empezado y allí nadie iba a regalar nada. Salimos cuesta arriba y la gente esprinta para coger posición. No me caliento porque, esta vez, más que nunca, debía gestionar muy bien las fuerzas. Esto me hace pasar el primer 500  inmerso en medio de un pelotón multicolor liderado por el austriaco Oliver Kreindl. En la primera subida por el parque de La Alameda pude avanzar posiciones y llegar a la altura de Aleixandre. El ritmo era alto pero tampoco excesivo, lo cual me permitió seguir progresando en el grupo, esta vez en la parte de bajada. Pasamos el primer kilómetro a 3:28’/km y el segundo a 3:34’/km,  y, casi sin querer, me había puesto tercero, detrás del austriaco y del español Goitisolo.


 ¿Y ahora qué hago? Pues lo que hice fue romper con la estrategia conservadora que tenía pensado plantear y tomar la iniciativa del pelotón. ¡Qué leches! Más que tomar la iniciativa me tiré, a lo kamikaze, a reventar la carrera desde el kilómetro 2.  Cuesta abajo lancé el ataque, sin mirar atrás hasta pasada la primera de las cuatro vueltas. Aunque no me hizo falta girar la cabeza para saber que la manada se había disgregado y que conmigo solo viajaba el vasco Goitisolo. El speaker anunció nuestra escapada por megafonía al pasar por la zona de gradas. Es una pasada el ambiente que se vive en Soria con estas carreras. En todo el recorrido había gente, pero es que en la zona de meta la cosa estaba a reventar.


Espoleados por el público, Joanes y yo emprendimos nuestra marcha en solitario con, aún 7,5 kilómetros por delante. Durante la segunda vuelta mi compañero de fuga se puso a tirar. Aproveché para resguardarme detrás de él en las zonas de viento. Íbamos a buen ritmo, no al 100%, pero alegres. En los giros de 180 grados aprovechamos para tomar referencias con nuestros perseguidores. Josemi era el tercero, y poco a poco, en cada giro, veíamos como el hueco aumentaba. Pasamos la segunda vuelta con más de 40 segundos de ventaja sobre Josemi y Aleixandre, que había conseguido contactar con este último viniendo desde atrás. Yo, conocedor del potencial en bici de Alex, quería abrir todo el hueco posible con él y tratar de aguantarle en bici.


La tercera vuelta fue cosa mía, tirando de Joanes, y en la cuarta éste pegó un cambio de ritmo al que no quise entrar por precaución. Se me fue unos metros, no demasiados, y preferí seguir a ritmo que pegarme un calentón. Tocaba la parte decisiva de la carrera, la bici. Pero antes, una emboscada en forma de cuesta para acceder a boxes donde volví a echarme encima de Joanes. Solo seis segundos nos separaban a nuestra entrada en boxes, y tras un sorprendente y novedoso rápido cambio en la transición, lograba salir con la bici tres segundos detrás del vasco.


Por detrás la carrera iba rota. Un segundo grupo formado por Alex y Josemi llegaban a la transición a casi un minuto, mientras que el austriaco era el cuarto en llegar, a un minuto y medio.
Empezaba un sector de carrera que probablemente dejaría sentenciadas las plazas de pódium. Al ser un circuito sin drafting y tras haberlo reconocido el día anterior, decidí ir con la cabra, aunque tenía dudas. El fuerte viento y los 650 metros de desnivel positivo en 40 km hacían que las fuerzas estuvieran muy igualadas entre aquellos que iban con bici de carretera y los que íbamos con la de crono. Goitisolo, líder al inicio del segmento ciclista, había optado por ir con bici de carretera. Josemi y Alex, al igual que yo, iban con la cabra.


Salí tras la estela del vasco en las primeras rampas que nos conducirían rumbo a la carretera de Madrid. Un recorrido de ida y vuelta, plagado de repechos y con un viento de cara a la ida infernal. Pero la alegría de seguir a Joanes me duró lo que tardó la carretera en ponerse cuesta abajo. Antes del kilómetro 1, al paso por una curva rapidísima en bajada, me pilló una ráfaga de viento lateral e hice un recto hacia la acera, clavando frenos, echando pie a tierra y estando a punto de irme al suelo a las primeras de cambio. ¡Madre mía, qué acojone! Me volví a subir a la bici y afronté la bajada con muchísimo cuidado, agarrado a los laterales del manillar para controlar los envites del viento que, al paso por algún viaducto, me hacía hacer unas “eses” peligrosísimas.

“Termino esta vuelta y me retiro”, fue lo primero que pensé tras superar la zona de bajada. El circuito estaba peligrosísimo y no iba a poder apretar en casi ningún momento, así que “¿para qué jugármela?” Me di una vuelta de margen antes de decidir abandonar. Si os soy sincero, no me siento nada orgulloso de haber pensado esto, y de verdad os digo que es la vez que más cerca estuve de retirarme.


Aun manteniendo el segundo puesto, pero con Goitisolo muy alejado, luché en la subida contra un viento de cara que te “clavaba”. Era desesperante, el punto de giro no llegaba nunca y la sensación era de ir parado. No quise mirar hacia atrás, pero contaba los segundos que faltaban para que Josemi o Alex me quitasen las pegatinas. Entre el incidente de la bajada, el acojone y la clavada por el viento, estaba cubriéndome de gloria en este inicio de sector.

Pero por fin llegué al punto de giro y, cuál fue mi sorpresa, que ni Alex ni Josemi venían demasiado cerca. Me crucé con ellos y calculé aproximadamente 30 segundos de ventaja. Con el viento soplando de culo a la vuelta, por fin pude acoplarme en la cabra y tener la sensación de “volar”. Se notaba una barbaridad el viento favorable y los repechos de vuelta hacia Soria se subían solos.

El pensamiento de retirada desapareció tras completar la primera vuelta. ¿Cómo iba a retirarme yendo segundo en un europeo? Las condiciones climatológicas eran iguales para todos, así que había que aguantar. Con unos 30 segundos de desventaja con el líder empecé la segunda vuelta, llegando de nuevo a la bajada en la que había tenido el susto. Esta segunda vez tomé la curva casi parado, agarrado al manillar como si me fuera la vida en ello, y no cambié de posición hasta que la carretera se puso de nuevo cuesta arriba.


No estaba pudiendo apretar en muchos tramos y seguro que estaba dando más watios con los brazos que con las piernas, pero como me gusta ver el lado positivo de las cosas, ese ahorro de energía en el tren inferior me permitía guardar fuerzas para los momentos en los que hubiese que bregar en contra del viento en subida. Llegué al punto de retorno por segunda vez y volví a buscar referencia con mis perseguidores. Esta vez las noticias fueron buenas ¡Estaba abriendo hueco! Me crucé con Josemi mucho más adelante que en la primera vuelta, mientras que Alex se había quedado más descolgado. “Solo queda la mitad” trataba de animarme. Con viento de culo y con más confianza que la primera vez, pude apretar las bielas y rodar a gusto camino de Soria.

Cuál fue mi sorpresa que en el repecho de entrada en la ciudad soriana me encontré, sin querer, con Joanes justo delante. ¡Lo tenía a tiro! El medio minuto que llegó a sacarme se había reducido a apenas 5 segundillos.


Empezamos la tercera vuelta muy juntos, pero en la zona de bajada, donde yo todavía iba acojonado, se me fue un poco la referencia del español. Ya superado lo más peligroso, en la segunda parte de la ida, con rampas del 10%, viento de cara, comencé a recortarle hasta llegar a él. Un invitado que, aunque llevaba presente toda la carrera, ahora lo hacía incesantemente, la lluvia, fue el protagonista de los últimos compases del segmento ciclista. ¡Cómo dolían esas gotas golpeando en la cara! El ya de por sí épico sector ciclista se estaba convirtiendo en heroico.

No me lo pensé y traté de atacar para abrir hueco antes de bajarnos a correr. Me puse delante de Joanes y… ¡Zasca! Una ráfaga de viento me dejó clavado en el sitio. Íbamos, literalmente, parados hasta que por fin llegamos al punto de retorno. Lo hice en primera posición pero con el segundo pisándome los talones. La carrera parecía decantada a nuestro favor, pues por detrás las diferencias habían aumentado hasta irse por encima del minuto con Josemi y el inglés Harry Boscawen, que venía haciendo una gran remontada.

Con el viento a favor traté de sacar partido a la cabra y beneficiarme de la posición aerodinámica. Conseguí despegar ligeramente a Joanes, aunque un par de glorietas mojadas y deslizantes que tomé con precaución, tuvieron la culpa de que me volviese a pillar.


Tan solo quedaba 1,5 kilómetros para terminar esta tortura, y eran en subida. Sin cebarme y ya consciente de que nos íbamos a jugar el oro y la plata entre los dos, cubrí los metros que faltaban hasta la T2. Este pequeño momento de relax lo aprovechó Joanes para adelantarme y entrar justo delante de mí al cambio.


Siempre tengo la duda de cómo van a responder las piernas al tocar en el suelo tras la bici y echar a correr, pero esta vez, con el frío y la lluvia tenía la sensación de que me iba a costar más de la cuenta entrar en carrera. Recorrimos la larga alfombra azul con la bici en la mano. Iba segundo, a 10 metros de mi compañero de fatigas. Entré en boxes directo a mi sitio, y conseguí hacer algo de lo que me siento especialmente orgulloso: ser el más rápido de todos los grupos de edad en hacer la segunda transición. Normalmente se me suelen dar mal los cambios y pierdo tiempo, pero esta vez salió perfecto, las zapatillas entraron a la primera y en 35 segundos ya estaba iniciando el último 5000, camino de una nueva medalla continental. Aun así, mi transición no sirvió para coger el liderato, y Joanes mantuvo el primer puesto en el inicio de la carrera a pie.

Ya lo había predicho, las piernas estaban atontadas al bajarme a correr, y los primeros metros cuesta abajo fueron una tortura. Eso, unido a que el líder salió como un obús, me hizo pensar que la plata tampoco estaba tan mal. Pero aún faltaban 5 kilómetros de cuestas para entrar en calor.
Al paso por la zona de meta y con dos vueltas por delante, animados por el público que llenaba las gradas, el motor empezó a carburar y, poco a poco, fui limando las diferencias con el primer clasificado. Llegué a la espalda de Joanes en el kilómetro 1. No había tiempo de pensárselo y, como suelo hacer en la última carrera a pie de los duatlones y triatlones, tomé la iniciativa y mantuve el ritmo, pasando a liderar la carrera de nuevo.


Aunque iba fundido, traté de dar la sensación de ir guardando un par de balas en la recámara. ¡Qué agonía! Probablemente nos íbamos a jugar el oro al sprint y viendo lo fuerte que mi rival terminó la primera carrera a pie, no lo tenía nada claro.

Pero antes de completar esta primera vuelta llegó la oportunidad. Casi sin querer, el ritmo impuesto hizo que Joanes cediera unos metros. ¡Esto hay que aprovecharlo! No tenía fuerzas y aún quedaban 2 kilómetros, pero cuando un rival muestra debilidad es cuando hay que saber sufrir y rematar.


Ataqué fuerte en la bajada, pasé por meta por última vez y empecé la segunda vuelta. Cuál fue mi sorpresa que, al mirar hacia atrás, no vi a nadie. ¡Me había escapado! Tampoco acerté a calcular cuánta ventaja tenía, pero sí estaba claro que no me podía confiar. Subí la primera rampa del parque y al hacer el giro de 180 grados lo vi todo de color de oro. Joanes se había descolgado por completo y, en un kilómetro, le sacaba ya más de 30 segundos. ¡A disfrutar! Con la motivación de ver la meta tan cerca y la felicidad de acariciar un objetivo que me hacía muchísima ilusión, mantuve el ritmo en los últimos compases de la carrera a pie animado por el numeroso público y amigos del mundillo de triatlón que veían la prueba en el parque de La Alameda.


Bajada por el adoquinado soriano, la bici que abre carrera se aparta y me señala el carril que desemboca en la meta, giro, toco la alfombra azul, respiro hondo, siento los aplausos del público, me relajo, disfruto y ¡cruzo la meta como Campeón de Europa de Duatlón por grupos de edad! Segundo fue Joanes Goitisolo, a algo más de un minuto, y tercero Josemi, por quien me alegro especialmente tras haber rozado la medalla en el mundial de Avilés (2016) y en el Europeo de Alcobendas (2015). ¡Enhorabuena a los dos!



Pufff ¡qué sensación! ¡Qué alegría! Como dije al inicio de la crónica del Campeonato de España de Duatlón, "Dale valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan", y esto significa mucho. Significa que todas las horas dedicadas a entrenar para llegar a tope a esta parte de la temporada han merecido la pena, significa que todas las personas que me ayudan día a día y dedican tiempo en mi preparación (Ricardo y Juan Carlos) ven recompensado su trabajo, y significa que ya tengo una experiencia de vida más, conmigo y para siempre. No somos profesionales, no nos dedicamos a ello, pero ponemos toda nuestra ilusión en esta afición. No sé dónde estaré mañana, ni si voy a poder hacer esto mucho tiempo, pero mientras llega el momento… “¡Que me quiten lo ‘bailao’!”




Y sin tiempo para celebrarlo mucho, ponemos ya la cabeza en los dos próximos objetivos: Duatlón de Polanco y Campeonato de España de Media Distancia.

¡Salga lo que salga vamos a seguir disfrutándolo!

Y que dure…