sábado, 8 de junio de 2019

IRONMAN 70.3 VICTORIA: Glad to be back!


¡Qué difícil va a ser resumir en unas pocas líneas uno de los días más intensos de mi vida! El medio Ironman de Ibiza, allá por octubre de 2017, fue el último testigo de mi andadura como triatleta. Ese día puse punto y aparte al deporte que me había acompañado los últimos 7 años. Hoy, en Victoria (Canadá) volví a él, a la media distancia y en una prueba preciosa de la franquicia Ironman. No sabría describir exactamente las sensaciones que me invadieron poco antes de la salida, pero fueron una mezcla entre el gusanillo del debutante y la calma del experto.


¡Empezamos!
Cuando me vine a vivir a Estados Unidos, hace poco más de un mes, lo hice con una inscripción debajo del brazo, la del Ironman 70.3 de Victoria ¿Y por qué ese? ¿y por qué Canadá? Pues porque Canadá es un país que siempre he tenido ganas de visitar, y el triatlón mi medio para conocer sitios, así que me lié la manta a la cabeza y facturé la bici para Santa Cruz, como había hecho en 2016. 



Este año estuve centrado en bajar peso y en carreras a pie, así que volver al deporte de las transiciones era una motivación adicional en este 2019. No fui tan riguroso con los entrenamientos como lo era hace dos años; ahora ya no condiciono otros planes por ir a entrenar, pero creo que este es el equilibrio perfecto para disfrutar de la vida y del deporte. Si mañana tocan 4 horas de bici pero te apetece ir a dar una vuelta por el Pienzu, pues vas al Pienzu.  Nos centramos en entrenar nuestro cuerpo y machacarlo, pero nos olvidamos de cuidar nuestra mente, procurar que esté bien, receptiva. Si la cabeza falla, todo falla.  Estas rebeliones puntuales cuando surgen planes alternativos a entrenar son el mejor entrenamiento para la mente. Y aunque de cabeza llegué al 100% y fresco como una lechuga, esta “autolibertad” hizo que de kilómetros en bici fuese un poco justo, a penas 2000, y esto es un problema cuando el ciclismo es el segmento más decisivo en la media distancia. A pie me encontraba bien, y nadando, pese a llevar relativamente pocos metros, también notaba estar al nivel de 2017. En bici no.

El domingo de carrera el despertador sonó a las 2:50 am. Horas intempestivas pero necesarias para que me diese tiempo a llevar a cabo todo mi ritual, esta vez con menos éxito del que me gustaría. A las 3:30 am cogimos el coche para ir al parking desde donde la organización tenía preparados varios autobuses que nos llevarían a la salida. El miedo a la aglomeración que se pudiera organizar con los más de 2000 corredores yendo al mismo sitio a la misma hora, me hizo ser precavido, y llegué de los primeros al parking. No solo eso, sino que también cogí el primer autobús lanzadera, junto a otros 15 “precavidos” más. En cuestión de minutos, nuestra cara de éxito se tornó en cara de “gilipollas”. El conductor cogió un camino agrícola en vez de la autovía, y cuando llevábamos un kilómetro recorrido quedó atascado… Ni para adelante, ni para detrás. Eran las 4 de la mañana y primera aventura del día. Un kilómetro a pie por aquel oscuro camino, con una mala ostia que no cabía en mí y sabiendo que ya me iba a encontrar con todo el follón a la hora de coger otro autobús. Conseguimos llegar al parking y por suerte no estaba todavía tan lleno. El segundo autobús sí que nos llevó directos a la transición sin ningún problema.


¡Huele a neopreno, digo, a triatlón! Y es que el inconfundible olor de nuestro traje de nadar impregna cualquier transición que se plazca, más cuando somos 2000 triatletas. Entré en boxes con tiempo suficiente para hinchar las ruedas, colocar los bidones en la bici y dejar preparado el material de carrera a pie. Ya no recordaba el “pifostio” logístico que supone un triatlón, pero es que, además, si es tan lejos de casa y con viaje en avión y en ferry de por medio (como en este caso) la logística te absorbe al 100% y no te deja pensar en la carrera. ¡Qué ganas de meterme en el agua y no tener que pensar más que en sufrir!


Calenté fuera del lago, pues cerraron la zona de calentamiento antes de que yo llegase. Lo hice con gomas, por primera vez, y me pareció un gran acierto. También troté 10 minutillos y tras comprobar que mi cuerpo estaba engrasado y en orden, me puse el neopreno. Primera vez que lo saco de la bolsa desde el verano pasado, y primera natación en aguas abiertas, también desde el verano pasado. Soy así de gallo, o burro.

La salida de los pros es a las 5:50 am, mientras que los grupos de edad nos vamos colocando para salir en modo “Rolling Start”, es decir, el tiempo empieza a contar cuando te tiras al agua, y puedes hacerlo cuando quieras entre las 6:10 am y las 7:00 am. Este tipo de salidas tienen la ventaja de que la natación es muy limpia y sin golpes, pero el inconveniente de que nunca sabes cómo vas hasta que llegas a meta.

A las 6:00 me coloqué en el corralito de los nadadores, en la primera tanda de salida. No me considero buen nadador, pero tampoco puedo dejar que los buenos se me vayan. Así que, para estar en la pomada y para evitar tráfico, decidí salir de los primeros. Con puntualidad nos colocan en tres filas. Yo me quedo el décimo o así, y cada 5 segundos van saliendo tres. Se acerca mi turno, el corazón empieza a bombear, y antes de que mi cabeza pueda pensar en nada más, arranco hacia la primer aboya amarilla ¿Dónde está la banda que registra el tiempo cada vez que uno sale? Me temo que ese minuto que estuve esperando en la fila me ha contado para el tiempo final, y solo espero no echarlo de menos al llegar.

Por fin estoy nadando, mis primeras brazadas en carrera después de mucho tiempo. No recibo ningún golpe, ni tampoco noto a nadie cerca, así que nado suavemente intentado deslizar ¡Menuda diferencia a nadar sin neopreno! El recorrido era bien sencillo, 900 metros de ida, marcado por 9 boyas amarillas numeradas cada 100 metros, giro a la derecha, 100 metros paralelos a la orilla, nuevo giro a la derecha y 900 metros hasta tocar tierra. A partir de la primera boya empiezo a encontrar gente, triatletas que habían salido por delante, lo cual me sorprende ¿Estoy adelantando a gente del cajón de sub-27’? Sigo a mi ritmo, sin agobios, concentrado, pero sin matarme. El primer largo lo hago completamente solo, y al girar a la derecha levanto la cabeza con la idea de encontrar unos pies más rápidos a los que “agarrarme”. En pocas nataciones había sentido tener tanto control como en esta sobre lo que pasaba a mi alrededor. A los 1200 metros me adelanta un chico por la derecha. Le dejo pasar, pego un quiebro e intento cogerle los pies ¡Imposible! Mi gozo en un poco. Se me queda cara de tonto viendo cómo se me escapa el fueraborda, y sigo solo, como hasta el momento.


Los últimos metros me cuestan un poco más y se me hacen largos, aun así, termino la natación con muy buenas sensaciones. Al tocar tierra miro el reloj para poner números a un segmento que aparentemente me había salido bien ¡26’ 50”! ¡Ole! Yo esperaba ver un “28” y me encuentro un “26. Además, la natación salió un poco larga, casi 2 kilómetros. En ese momento no lo sabía, pero estaba saliendo el primero del agua en mi grupo de edad. Si me dicen que iba a liderar una natación no me lo hubiese creído. Corro hacia mi bici, me calzo las zapatillas, pues una de las normas “raras” de esta carrera era que no se podía salir de boxes con las zapatillas de la bici enganchadas a los pedales, y arranco hacia mi sector más flojo.


Los 2000 km de entreno que llevo de bici no me dan mucha garantía, aunque me estaba encontrando bien, todavía no me conozco y no sé dónde tengo los límites. Empecé enchufado los primeros metros ¿A dónde vas Pelayín? En esos primeros metros adelanto a un chico que creo que era de mi grupo. Me devuelve el adelantamiento en un llano, poco después y me descuelgo, pero veo que en las subidas afloja mucho. Sin duda va regulando watios ¡Eso es conocerse! Me gusta su plan, así que me quedo detrás, no solo para marcarme el ritmo sino también las curvas, que en Victoria las hay de todos los “colores”. Pero, al igual que sucedió con el fueraborda que intenté seguir en la natación, este triatleta “regulator” tampoco era para mí. Me quedo a unos 50 metros, pero le sigo viendo. Voy fuera de punto en los llanos y las bajadas, y recupero en las subidas. Aun así, me hace ir pasado de watios. Gracias a él vamos pasando ciclistas que apenas nos siguen, pero el exceso tiene un límite, y tras hacer muchas veces la goma, definitivamente se me va en el kilómetro 15. Me quedo tirado como una mierda ¡Joder! ¡Qué putada! 


Bajo el ritmo estrepitosamente, pues mis patas van echando humo y de seguir así  no llego a correr. Aprovecho para beber, pero se me cae el bidón de sales ¡Bravo! Un lastre menos piensa el lado optimista de mi cabeza, mientras que el otro lado se acojona de hacer toda la bici con solo 50 cl de mezcla de Triforza con agua. Tampoco le doy muchas vueltas y trato de mantenerme en mis watios, hasta que por detrás aparece un chico al que había adelantado previamente. Pienso que puede ser buena referencia. Como digo, el circuito es muy revirado y si me marcan los giros lo voy a agradecer. Me acomodo a una distancia de 30 metros del chico de azul, suficiente para anticipar las curvas, y van pasando los kilómetros a un ritmo demasiado cómodo. Creo que estoy pecando de conservador, pero tampoco me atrevo a tomar la iniciativa pues estamos en el kilómetro 30 todavía. Poco después adelantamos un triatleta que nos coge la referencia y nos sigue, por detrás llega otro, y ya somos 4. No quiero que me pase lo del mundial de Chattanooga, así que voy muy atento para no entrar en la distancia de drafting. Los watios son mucho más bajos que al principio y la velocidad empieza a decaer. Me pongo algo nervioso porque intuyo que por delante nos están metiendo un mundo, pero no me atrevo a pegar un cambio e irme solo. Las veces que me pongo al frente del grupo acabo siendo adelantado porque las curvitas de las narices no se me dan bien, así que nada, a cola y a dejar que vaya pasando el segmento. 

Sobre el kilómetro 50 llega la moto de los jueces y pilla a los tres que me preceden muy pegaditos. No creo que les haya sacado tarjeta, pero sí un aviso les ha dado. Mientras, yo a lo mío. Los watios que estoy guardando, son watios que tengo para correr después. Aun así sigo con la necesidad de probarme un poco. En el kilómetro 72 tenemos que subir un puertecillo de 2 km y es ahí donde aprovecho para abrir gas. Les meto 30 segundos a los tres con los que iba y ya pienso que los 15 km restantes me va a tocar bregar solo. ¿Por qué no ataqué antes? Las sensaciones son buenísimas rodando esos últimos kilómetros camino de boxes, ahora sí estoy notando que voy a todo lo que tengo. De hecho, esos 30 segundos de margen se amplían a 1 minuto en la T2, a la que llego solo.


No sé cómo voy de posición, pero intuyo que tengo a varios de mi grupo de edad por delante y muy lejos. Como me “sobra tiempo” decido darme una vueltita por boxes y coger el camino más largo hacia mi bici ¡seré borrego! Mira que había estudiado la T2, pero el ciego que llevaba me hizo correr con la bici a cuestas 100 metros de más de la cuenta hasta mi sitio. Me puse los calcetines, me calcé las Nike y salí dispuesto a demostrarme que ese parcial a pie que tantas alegrías me dio en su día, seguía estando en mis piernas. 


El Ironman 70.3 de Victoria no tiene la carrera a pie más propicia para hacer buen tiempo, pero sí para disfrutar de ella. ¡Preciosa! De las más entretenidas que he corrido nunca. Las dos vueltas al lago son un auténtico Trail, con subidas, bajadas, curvas cerradas, raíces, piedras. Me lo paso pipa haciendo “eses” entre los árboles el primer kilómetro. Al ser el sendero tan estrecho, aunque vayas a 3:50’/km tiene uno la sensación de ir desbocado. 


Me planteo una carrera a pie constante. Si tengo que pillar a alguien, mejor hacerlo a ritmo constante, no tiene por qué ser nada más empezar. Pero los primeros kilómetros son desoladores. No vi a nadie hasta el kilómetro 4. Al girar y coger una pequeña recta, veo que hay un corredor a 100 metros. Tardo poco el pillarle y pasarle. Le miro el gemelo y veo que lleva pintada la “P” de “Pro” (yo llevo 29, de mi edad, como todos los que competimos por grupos de edad). Cuando lo adelanto le doy ánimos. Él ya está en su segunda vuelta, yo en mi primera, así que me estoy desdoblando, aunque no sé de quién. Sigo corriendo y un kilómetro y medio más adelante alcanzo a otro triatleta ¿Será de mi grupo? Pues no, la “P” tatuada en su pierna me hace ver que no, que es “Pro”. También le animo al adelantarle, pero al contrario que el anterior, este chico me pega una voz al pasar: “Are you a Pro?” No sé si descojonarme o darle un susto y decirle que sí, que soy Pro, pero parece majete y le digo que no, que yo voy en la vuelta 1. Me pregunta que a cuánto viene el de detrás, y le digo que a 30 segundos. Le ofrezco marcarle el ritmo (el que yo llevo, no el suyo) y me lo agradece, pero a penas me sigue 500 metros. En la subida cabrona que nos meten en el kilómetro 8 se me queda. Yo sigo a mi bola y completo la primera vuelta sin saber que los dos encuentros que tuve en ella iban a suponer la anécdota del día. El primer Pro del que me desdoblé era Cody Beal, ganador de pruebas Ironman y uno de los Top en Kona. Iba segundo cuando le pasé. Pero es que el otro chico al que le marqué un poco el ritmo ¡era el que iba primero, Sam Long! ¡Claro! Ahora entiendo por qué me animaba la gente al pasar por la zona de meta para empezar la segunda vuelta. De hecho, ¡oí varios “come on Cody!”, creo que me confundieron con él. Unos metros por detrás venían jugándose la carrera y yo sin enterarme. 

Empecé la segunda vuelta y el cambio de escenario fue radical. De la soledad a la muchedumbre. Al encontrarme con triatletas doblados, tuve que bajar una marcha en los primeros kilómetros ratoneros por el sendero del bosque. 


Ahora ya sí que no tenía ni idea de si estaba pasando gente de mi vuelta o de una menos. Pero me importaba bien poco, el objetivo era mantener el ritmo constante y fuerte hasta el final, pensar en mí y no en el resto. Me tomé un gel en el kilómetro 14 que me permitió no tener el mítico bajón que me suele dar entre el 15 y el 19. De hecho, estaba siendo de las pocas carreras a pie de un medio Ironman sin amagos de calambres, y eso que no había bebido sales en bici, pues las perdí en los primeros kilómetros. Sorprendido de la solidez de mi carrera a pie, muchos meses después de mi último triatlón, fui acercándome a la meta. A falta de un kilómetro por fin salimos a un claro desde donde se puede ver la zona de llegada ¡Venga que lo tienes! 


Aprieto los dientes, sé que cada segundo puede ser clave, y entro en meta haciendo 1h 17’ 01’’ en la media maratón, tercer mejor parcial de todos, contando los Pros, y un tiempo total de 1h 17’52”.




¡Contentísimo! Creo que he sacado casi lo mejor que tenía dentro. Quizás en bici me acomodé un poco, pero también me ayudó a llegar con fuerzas a correr. El puesto no lo supe hasta llegar al hotel. Al parecer había quedado 2º de mi grupo de edad, a un mundo de Jesse Frank, “vecino” mío en Santa Cruz, y 3º de los casi 2000 participantes en grupos de edad, detrás del citado Jesse y de Travis Wood, un chico del grupo 20-24 con el que estuve charlando en la entrega de premios y que el año que viene va a correr en Pro. Si contamos a los Pros, entré 10º de la general ¿Qué más puedo pedir? Es un lujo volver a estar compitiendo y ser capaz de rozar mis límites. Y si esos límites sirven para estar en la pomada, el disfrute es doble. Pero lo mejor vino luego. 


El segundo puesto de mi grupo no me aseguraba el slot para el Campeonato del Mundo, así que fui al “Roll Down” (ceremonia de reparto de slots) con pocas esperanzas, y resultó que ¡SÍ! Mi grupo de edad tenía 2 slots y pude coger uno. Sin comérmelo ni bebérmelo acabo de sacar billete a Niza, el próximo septiembre, con la idea de quitarme la espinita del Mundial de Chattanooga. ¡¿Quién me iba a decir que después de dos años volvería a tener la oportunidad de correr otro mundial?!




Las experiencias que surgen de repente en la vida hay que aprovecharlas, y si se puede, no deberíamos renunciar a ellas. ¡GRACIAS! Ricardo Lanza, por sacar lo mejor de mí en todos los sentidos, por aprender tanto juntos y por haber ayudado a encender la llama que se había atenuado en 2018. Estamos juntos en esto para hacer un “Road to Nice” en el que cada día sea mejor que el anterior y en el que disfrutar del camino sea la prioridad. Tengo un entrenador que antes es amigo y amante del deporte. Entrenar no es seguir un plan, es compartir el día a día, y con él lo hago. ¡Qué orgulloso estoy de pertenecer a su grupo, BRAGUÍA 1146 ENTRENAMIENTOS! 



¡GRACIAS de nuevo! 
¡A por ello!

#RoadToNice

No hay comentarios:

Publicar un comentario