domingo, 29 de diciembre de 2019

CARRERA DE NOCHEBUENA DE GIJÓN: El turrón y los refugiados volvemos por Navidad


Cada 24 de diciembre, Gijón se llena de corredores populares. Algunos vienen a por el Papá Noel de chocolate, otros a darse candela y los que más, a reencontrarse con su gente y celebrar la Navidad haciendo deporte. Yo me siento representado en los tres aspectos. Desde hace ya muchos años, la carrera de Nochebuena ha sido el punto de unión del atletismo asturiano antes de las San Silvestres. Hay algo en ella que la hace especial, y este año más todavía. Hace 8 meses que me fui a vivir a California; demasiado tiempo desde la última vez que pisé la “tierrina”, y hay muchas cosas que se echan de menos cuando vives a miles de kilómetros. Poder juntar las ganas de volver a casa, con la afición que da sentido a tu vida es el mejor homenaje que uno puede darse a sí mismo. Este año, independientemente del estado de forma, o de las ganas, había que estar en Gijón. En realidad, ganas eran muchas, y eso eclipsa cualquier déficit de entrenamiento.


La última competición que hice fue el pasado septiembre, en el Mundial Ironman70.3 de Niza. No salió como esperaba, pero me dejó más ganas de volver a intentarlo. Desde entonces focalicé mis entrenamientos en potenciar tres aspectos: fuerza, técnica y velocidad; tanto nadando, como en bici y corriendo. Comencé la pretemporada con el objetivo de construir una base sólida capaz de soportar todo lo que vendrá en 2020. Las carreras de Navidad no eran un objetivo per se, aunque nunca voy a renunciar a ellas. Pero las buenas sensaciones de inicio de pretemporada se torcieron a principios de noviembre. Cuando la preparación iba sobre ruedas, cuando mejor me estaba encontrando ¡zas! Una lesión en la planta del pie me deja sin correr tres semanas. La única razón para no correr en Navidad era estar cojo, y se estaba cumpliendo. Pero a principios de diciembre el pie me dio la señal de estar listo para probar.

Con poco más de dos semanas de trote muy prudente para no volver a recaer, llegó el 24 de diciembre. Si el año pasado corrí esta carrera pasadísimo de peso, este año llegaba con la incógnita de saber cuánto partido le podía sacar al entrenamiento transversal de piscina, bici y gimnasio. Los trotes de las dos semanas previas poca información me podían dar, así que tiramos de “experiencia” para generar una confianza en mis posibilidades de correr rápido sin un sustento sólido.

El día 24 de diciembre amaneció despejado y fresco, unas condiciones óptimas para correr. Hace muchos años que no recuerdo una carrera de Nochebuena con mal tiempo. Esta carrera, como digo, también es sinónimo de reencuentros. El primero, Miguel, que otro año más me compaña a Gijón, con la idea de mejorar su marca e intentar correr los 5 km de carrera a un ritmo inferior a de 3:30’/km. Los minutos previos a la salida son un constante “saluda y abraza”. Creo que he calentado mejor la lengua y los brazos que las piernas, pero bueno, esto lo “guapo” de esta carrera.


A las 11 formamos los más de 2000 participantes por detrás de la línea imaginaria de la que yo también era partícipe. Que no llegue en forma no quiere decir que no vaya a competir con todo, y salir en primera fila es un requisito si se quiere optar a algo. Cuenta atrás de 5 segundos… y ¡comienzan los 5 km más rápidos y agónicos del año! Como siempre, la salida es un caos. 


Sin querer te ves engullido por un gran pelotón que rueda a menos de 3’/km los primeros metros. Intento no calentarme, pero es imposible. Noto como los cuádriceps se van cargando de ácido láctico los primeros segundos de carrera y decido ser prudente. La cosa no se despeja hasta el primer kilómetro, donde consigo espacio para correr solo. En ese instante tengo la sensación de estar a punto de explotar. Ritmos totalmente desconocidos, que mis piernas no identifican como familiares, son los culpables. Voy ciego, pero pienso que van a ser solo unos minutos y eso me permite seguir coqueteando con el umbral del dolor, “casi” insoportable. 


Al paso por el kilómetro 1 se forma un grupo por delante con gente de la Universidad de Oviedo. Yo me quedo en el siguiente, donde va la primera chica y otros atletas conocidos como Manu Álvarez Prado. Me engancho detrás como un pez al anzuelo y giramos la glorieta de vuelta hacia las Mestas. Pequeña subida del kilómetro 1,5 al 2 que me hace perder unos metros. 


Consigo recuperar el espacio perdido y antes de la curva a la derecha hacia el Molinón levanto la vista y veo que varios del primer grupo se están quedando. Coincido con Juan Ojanguren, una alegría verle de nuevo a ese nivel, y sigo para delante. El tramo de ida y vuelta hasta el Molinón se me hace eterno. Me descuelgo de Manu y a su vez abro un pequeño hueco con los de detrás. Paso por una pequeña y rara crisis. Por un lado pierdo comba por delante, y por otro, consigo margen por detrás.


Llegamos al último kilómetro y no tengo cambio. Espero a falta de 700 metros, y tampoco, espero al 500, pero ¡qué va! Mientras tanto, me quedo solo en tierra de nadie. Entro en el velódromo, últimos 300 metros, y veo un crono que marca 14’:55” ¡Joder! ¡Voy a bajar de 16! Es ahí cuando saco un poquito más e intento esprintar contra mi mismo (porque al lado no tenía a nadie) consiguiendo entrar en meta en 15’:49”, a 3:09’/km y en el puesto 15 de la general, pegado al grupo que me precedía pero al que no llegué a adelantar.


¡Qué alegría más tonta te genera esto de correr! Ni de coña me hubiera imaginado rodar a esos ritmos. La duda sobre el efecto de la transversalidad de entrenamiento queda resuelta ¡SIRVE! Quizás no para ganar, pero sí para rendir casi al mismo nivel que cuando entrenaba específicamente atletismo para estas carreras. El chute de motivación es grande, y el de confianza más. Gijón vuelve a ser el punto de inflexión de unas Navidades que prometen ser disfrutonas.

…y que dure…  

jueves, 8 de agosto de 2019

IRONMAN 70.3 SANTA ROSA: Una carrera mental y otro slot a la buchaca


¡Qué envidia me da Estados Unidos! Hay algo fundamental que deberíamos aprender de este país en relación con el deporte, y en concreto con el triatlón: el respeto que se tiene a todos y cada uno de los participantes de una carrera, del primer “pro”, al último grupo de edad, en reconocimiento al esfuerzo de cada uno. Cuando ganas una carrera en Grupos de Edad en Estados Unidos, te sientes valorado; cuando ganas una carrera de Grupos de Edad en España, casi tienes que pedir perdón. Aquí, en América, se sabe reconocer el mérito de cada deportista, acorde con su nivel y capacidades. Dejé España habiendo competido en 2017 por última vez, y con la idea de que correr en grupos de edad era un desprestigio absoluto. Dos carreras en USA me han servido para darme cuenta de lo bonito que es disfrutar del deporte compitiendo de tú a tú con gente de un nivel alto, no profesional, y ser reconocido por ello. Aquí no se vende humo, si eres el campeón “amateur” de una prueba eres las dos cosas: “campeón” y “amateur”.

Quería hacer esta reflexión antes de entrar en la crónica del Ironman 70.3 de Santa Rosa para, por un lado, animar a todos esos grupos de edad que se matan a entrenar día a día y que cuando consiguen un resultado destacado siempre les dicen eso de “no sé por qué compites en grupos de edad…”, “ganar en grupos de edad es engañarse…” o “tenías que correr en Elite…”. Señores, dejemos las envidias de lado y seamos sensatos. Ni el 90% de los teóricos Élite, ni ningún grupo de edad vivimos de esto, por tanto ¡que cada uno corra donde le salga de las pelotas y que sea feliz! Nadie es mejor o peor que otro por correr en una u otra categoría.

¡GRACIAS RICARDO!
Dicho esto, tras reengancharme a los triatlones en el 70.3 de Victoria y conseguir el pase, in extremis, para el Mundial de Niza (8 de septiembre), vi que el 70.3 de Santa Rosa podía ser una buena forma de mantener encendida la llama de la motivación. Fueron dos meses de preparación entre ambas pruebas, en los que me centré, sobre todo, en mejorar la bici, y en los que hubo días de entrenamiento realmente buenos. Si los números no engañan, llegaba a Santa Rosa en el mejor estado físico y mental de mi vida, sobre todo esto último, el estado mental. Estar motivado es la pieza que a mucha gente le falta para rendir al 100% de su potencial. Estos meses he conseguido llegar a ese estado de motivación que te hace creer que no tienes límites, pero eso hay que demostrarlo luego en carrera.


Santa Rosa es una localidad californiana al Norte de San Francisco, muy cerca del famoso “Napa Valley”, donde los viñedos cubren casi la totalidad de su superficie y el sector vinícola es la base de su economía. El mejor vino de Estados Unidos sale de allí, y los paisajes por donde discurría el triatlón hacían honor a dicho reconocimiento. Al ser una carrera relativamente cerca de casa (unas 3 horas de coche) no fue necesario preparar el viaje con mucha antelación. Competíamos de sábado, y el viernes subimos para allá. El día previo siempre es bastante ajetreado. Primero había que recoger el dorsal en la ciudad de Santa Rosa, donde estaba la T2 y la meta. Luego había que conducir 45’ hacia el Norte hasta el lago Sonoma, donde estaba la T1, para dejar la bici. Me pareció un sitio precioso, y, aunque las carreras con dos transiciones siempre son un desafío logístico, en este caso merecía la pena por el hecho nadar en un enclave como ese. Tras hacer el check-in, me metí al lago a dar unas brazadas y pude comprobar de primera mano que la temperatura del agua estaba ligeramente por debajo de la temperatura de permisividad de neopreno ¡Menos mal! No obstante, tocaba rezar por la noche para que el día siguiente no subiera ese gradito que nos hiciera nadar sin mi “salvavidas”. A las 19:00 ya me recogí en el hotel, y una hora más tarde estaba haciendo el gran esfuerzo de dormir, porque la alarma del sábado iba a sonar a las 3 de la mañana. A las nueve de la noche conseguí sumergirme en el mundo de los sueños. Aun así, cuando sonó la alarma, me dio la sensación no haber dormido suficiente. Oír el despertador tan temprano, mirar por la ventana y verlo todo oscuro, hace que te preguntes que quién cojones te manda meterte en estos jaleos… luego se te pasa.

Salí del hotel a las 3:45 am, y llegué 15 minutos más tarde a los autobuses que nos llevarían al lago. En ese trayecto de 45 minutos en el que solo viajamos con lo justo para competir, puedes empaparte del ambiente de triatlón que se respira, de los nervios, de la ilusión… Me senté al lado de un neoyorquino, debutante tanto en la distancia como en triatlón. Me encantó conócele, charlar con él y ayudar a quitarle un poco los nervios del debutante. No volví a saber más de él, pero estoy seguro de que se lo habrá pasado como nunca. ¿Veis? De estas cosas os hablo. En el autobús había de todo, pros, amateurs buenos, malos, regulares… pero todos camino de lo mismo. En ese momento te mimetizas con el entorno y te sientes uno más de la gran familia tratlética. Sin duda un ambiente sensacional.


Llegamos a la T1, y el enclave de la natación nos regala unos de los amaneceres más bonitos que haya visto nunca, con un cielo rojo fuego hipnótico. A las 5:30 am éramos más de 2000 personas en boxes, terminando de colocar el material, compartiendo estrategias y con ganas de empezar. En la transición me encontré con Alberto, compatriota español, amigo del mundial de Chattanooga y que vive en San Francisco. También está clasificado para Niza, y en Santa Rosa iba a dejar el pabellón español bien alto en su grupo de edad, 30-34. De mi grupo no conocía a nadie. Éramos unos 150 y, por lo que se ve, siempre es el grupo de edad más potente en media distancia. Aun sin conocer a los rivales podía asegurar (y no me equivoqué) que el Top 5 iba a estar muy complicado, pero yo sabía que llegaba en mi mejor momento, así que solo tenía centrarme en mí y preocuparme de rendir al 100%. Es lo bueno de las carreras de fondo, importa más centrarse en uno mismo que en los demás, aunque luego, durante el transcurso de la misma, se den momentos puntuales en los que te bates el cobre de tú a tú con otros competidores.


A las 6:30 am me dirigí hacia la rampa de la natación, al mismo tiempo que daban la salida a los pros masculinos. Conseguí hacerme hueco entre la multitud y coger sitio en las primeras filas. Aunque la salida era “Rolling start” (en tiempo empieza a contar cuando cruzas la alfombra del chip) siempre es mejor salir por delante y asegurarse estar en la pelea desde el principio. Los primeros puestos estaban copados por triatletas del equipo “Every Man Jack”, muchos de ellos de mi categoría, confirmando lo dicho anteriormente, el nivel del grupo de edad 25-29 era altísimo. Me coloqué entre ellos, Alberto también, y empezaron a dar la salida a las 6:45 am. Al estar en quinta fila tardé poco en echarme al agua en una natación que finalmente iba a ser con neopreno y que iba a tener un invitado inesperado, presto a aguarme la fiesta: la niebla. Y es que se había formado una capa de un par de metros de espesor sobre el lago que limitaba la visibilidad cuando estabas nadando a la altura de la superficie del agua. Aunque Ironman coloca boyas cada 100 metros, costaba mucho ver la siguiente. Al contrario que en Victoria, esta vez el nivel de natación de los que salieron conmigo era mayor, y no solo no podía seguir a nadie, sino que también me empezaron a pasar los que habían salido por detrás. En medio del descontrol y al ver a mucha gente saltarse boyas descaradamente, me entró algo de ansiedad me volví un poco loco (¡Error! Pase lo que pase alrededor has de hacer tu carrera, Pelayo). Tardé en encontrar mi brazada y relajarme, cosa que conseguí tras el primer giro de derechas, pero la niebla y la soledad hicieron que me perdiera y tuviese que parar a reorientarme. ¡Menudo caos!

Fui siguiendo las boyas yo solo, como pude, con unas ganas enorme de salir de “mordor” y coger la bici. Tenía la sensación de estar haciendo una natación horrible, pero al tocar tierra y ver 28’ en el reloj, me di cuenta de que tampoco había sido un desastre. Con el obstáculo del agua superado nos dimos de bruces con otra emboscada: la transición. Desde el agua hasta la T1 había que salvar un desnivel de 70 metros en 650 metros de distancia, es decir, subir una rampa corriendo de más del 10% de pendiente. Como el mareo habitual en mí al salir del agua, me sufrí más de la cuenta subiendo al trote la rampa, y llegué a boxes atufado y desorientado. Esto hizo que me costase la vida coordinar algo tan sencillo como poner el casco y las zapatillas. ¡Cinco minutos de transición! ¡Qué barbaridad! Cinco minutos desde que salí del agua, hasta que pude subirme a la bici.


Empezaba ahí el segmento que más ganas tenía de hacer para poner en valor el progreso visto en los entrenamientos. Salí decidido del lago, con media sonrisa de “voy a reventarlo”, pero la sonrisa me duró un suspiro, lo mismo que tardé en coger el primer bache, en la junta del puente, pegar un bote y ver salir volando mi bidón con la mezcla hidratos de carbono y sales. ¡Otra vez no! Y ya van más de cinco carreras en las que me pasa. Como era en bajada, los 10 segundos que tardé en decidir si parar o no parar hicieron que me pasase 400 m del lugar donde había perdido el bidón. Finalmente di la vuelta, consciente de que no podía hacer la bici sin hidratos ni sales desde el primer kilómetro, pero mi gozo en un pozo cuando al encontrarlo veo que está sin tapón y vacío. ¡Qué putada! Casi dos minutos perdidos y por delante una carrera de supervivencia, sin comida. En vez de venirme abajo me lo tomé como un reto. No me gusta dar nada por perdido, y menos cuando todavía tienes 90 km de ciclismo y 21 km de carrera a pie para darle la vuelta a la tortilla. Además, seguía en competición, igual que los que en ese momento me rodeaban, ¿qué es eso de tirar la toalla? ¡Con dos cojones a luchar hasta el final, hombre! Diría, incluso, que salí reforzado moralmente tras el incidente, fue como una liberación, de repente sentí que no tenía nada que perder, así que abrí gas y que fuera lo que sea.


Los primeros dos kilómetros bajando del pantano eran rapidísimos, pero enseguida la carretera se puso rompepiernas. En el primer tramo llano comencé a adelantar triatletas con bastante diferencia de velocidad. Las piernas iban, y la cabeza estaba desatada. A los 10 km afrontamos la primera subida, con rampas de hasta el 8%, y donde seguí pasando gente. Subiendo me noté muy bien, y creo que es ahí donde más rendimiento puedo dar en la bici. Perdí la cuenta del número de competidores que había rebasado, pero ya empezaba a notarse más limpia la carretera. Alguno de ellos de equipos punteros como Every Man Jack o el Olimpic Triathlon, señal que las cosas iban por buen camino. De inicio, el circuito de bici se desvía unos kilómetros hacia el Norte para luego coger sentido Sur, hacia Santa Rosa, topándonos en el kilómetro 15 con el primer avituallamiento de obligatoria parada para mí, pues dependía de ellos para asegurar la hidratación. Conseguí coger un Gatorade, beber parte y volcar algo más sobre el bidón delantero. La mitad del bote me lo tiré encima, pero bueno, al menos había conseguido pillar algo. 


Tras el tenso avituallamiento, de nuevo me escondo entre los acoples de mi Orbea y sigo dando pedales. Al fondo avisto a un grupo de 4 que van rodando bastante juntos. Tardo poco en llegar a ellos y sin pensarlo, los adelanto a todos de golpe. No me creo que yo sea capaz de hacer esto en bici. Intuyo que me van a intentar coger la referencia y seguirme, pero no, un kilómetro después de pasarles ya estoy solo de nuevo. ¡Genial! Rondaba el kilómetro 20, y el terreno era rompepiernas, con repechos cortos, y un asfalto horrible, que daba la sensación de ir montado en una batidora. En ese momento comenzó el juego mental más duro del segmento ciclista. En las largas rectas podía intuir, al fondo, una pequeña mancha azul del triatleta que me precedía. Sin volverme loco y sosteniendo unos 270 watios, me iba acercando a él. Pero, tan poco a poco, que no fue hasta el kilómetro 45 cuando por fin lo tuve a tiro. Coincidió, cómo no, con una subida corta y dura. Pese a haberme costado la vida llegar hasta él, di por hecho que tenía más ritmo, así que en la subida lo pasé y seguí a lo mío, pensando que me iba a quedar solo de nuevo, pero no fue así. En el primer llano después de coronar, Justin Riele (que así se llama el chico), de Every Man Jack, me devuelve el adelantamiento y se pone delante. Curioso, yo iba con la misma percepción de esfuerzo que me hizo llegar hasta él, ¿y ahora parece que quiere tirar? Pues estupendo. No tengo ningún problema en dejar que tire. Yendo detrás, aún en distancia de no drafting, se va muchísimo más cómodo. Tras comprobar que íbamos a la misma velocidad que cuando yo tiraba, pero con mitad de esfuerzo, no tuve duda de que esa era la mejor situación de carrera que podía darse. 


Los watios bajaron, pero el ritmo no, y los kilómetros iban pasando. Además, seguimos pillando y dejando atrás a triatletas, entre ellos algún compañero suyo de equipo. Con la comodidad que da ir siguiendo una referencia en la bici, las pulsaciones bajaron y el cerebro empezó a funcionar mejor. Buen momento para hacerme una idea de cuál era la situación de carrera, pues desconocía el número de triatletas que llevaba delante. Esto se produjo en torno al kilómetro 65, donde había un tramo de ida y vuelta. Nada más entrar en ese tramo nos cruzamos con un grupo compacto de 5, donde va Alberto ¡JODER! ¡NOS SACAN 4’! Lo mismo debió de pensar Justin, porque nada más cruzarnos con ellos metió una marcha más y durante 10 kilómetros me llevó al límite. Me vino bien despertar del letargo, además, seguro que les estábamos reduciendo diferencias. Las piernas respondían al cambio de ritmo de Justin, lo cual era buena señal, aunque se acercaba el momento de correr. Una vez más, si quería meterme en el pódium y optar a slot para el mundial, iba a necesitar hacer una carrera a pie sin errores, casi a mi 100%.


Entramos en Santa Rosa y la llegada a la línea de desmontaje me pilla un poco despistado. Solo me da tiempo a descalzarme la zapatilla derecha; la izquierda se me queda en el pie, y “me hago la picha un lío” para sacarla. Corro por la transición con una zapatilla en la mano y la otra en el pedal… ¡Pareces nuevo en esto, Pelayín! El box se me hizo larguísimo y duro, por tener que correr descalzo por un asfalto caliente que me dejó los pies medio KO. Aun así, conseguí ser un poco más rápido que Justin dejando la bici y llegar a la bolsa de la T2 antes que él, pero ahí me volví a liar. Vacío la bolsa, y el ansia me puede. No sé qué ponerme antes, si el calcetín, la gorra, el dorsal… Acabo perdiendo unos segundos cambiándome, mientras veo que Justin sale a correr. Y para colmo, cuando consigo terminar, tengo la brillante idea de empezar la carrera a pie con la bolsa en la mano ¡Estoy “sembrao” hoy! Por suerte me doy cuenta antes de cruzar la banda del chip y rectifico. Empiezo a correr el 9º de todos los grupos de edad y el 6º de mi grupo, 15 segundos detrás de Justin (¿alguna duda de cuál es el grupo más potente en media distancia?).


Empieza mi parte fuerte, y al contrario que en Victoria, donde comencé tranquilo, aquí salí demasiado enchufado. Es increíble cómo se le olvidan a uno los problemas y re-conecta con la carrera de esa forma. Sin acordarme de que llevaba un déficit de alimentación, hice los primeros metros con una sola palabra en la cabeza: remontar, remontar y remontar. Tardé solo 500 metros en llegar a Justin, pero al pasarle se pone detrás. No me importó marcar el ritmo un rato, sabía que no era sostenible y los 21 km acaban poniendo a cada uno en su sitio, pero hombre, pasar a 3:15 el primer kilómetro y verle pegado a mi espalda me hizo pensar que iba a ser un rival a tener en cuenta. Falsa alarma. De un instante para otro mi compañero de viaje desapareció, puso su ritmo y yo seguí solo. ¡Empieza la caza!

Octavo puesto parcial, quinto de mi grupo en ese momento. Cinco de los ocho que me precedían eran los mismos que me había cruzado en bici y con los que tenía referencias. Sabía que si conseguía contactar con ellos iba a adelantar 5 puestos de una tacada. El primero cayó antes del kilómetro 2. Después, el circuito se mete de lleno en un paseo sombrío paralelo al río, donde las rectas me permitieron ver al siguiente rival, en este caso el triatleta de Every Man Jack, Brian Oneil. Poco después de superarle, vislumbré la mancha roja del tritraje de Alberto. ¡Qué carrerón estaba haciendo! Me costó más llegar a él que a los dos anteriores, y no lo hice hasta el kilómetro 5. Le animé, me animó y me dijo que tenía a tres por delante. Al menos uno de ellos estaba a tiro, Eric Abbott, a quien conseguí pasar en el kilómetro 6. 

Con tanto adelantamiento no me había preocupado de otra cosa que no fuera pillar gente, ni del ritmo, ni de comer ni de nada. Me había saltado 3 avituallamientos, y en el siguiente tenía que coger agua sí o sí. Empezaba aquí la parte más dura del día. Por delante había un vacío de 6 min 30 segundos con el segundo clasificado, Davis Frease, y 7 minutos con el primero, Jan Stopinski, ambos de mi grupo de edad. Era tal diferencia de tiempo que no me planteé ir a por ellos, simplemente debía concentrarme en mi ritmo, sufrir en soledad y tratar de evitar el desfallecimiento. Llegué al kilómetro 10 con un ritmo medio de carrera inferior a 3’30” /km. Ahora había que volver por el otro lado del río y con pendiente ascendente, condiciones idóneas para empezar a sufrir una pequeña crisis. La gasolina se me estaba acabando, y era solo el kilómetro 11 ¡Joder lo que iba a tocar sufrir! En caso de seguir a 3:30 la explosión podía ser monumental, así que para evitar un desfallecimiento bajé mucho el ritmo, puse la marcha de supervivencia y fui restando metros muy poco a poco. Además, la temperatura ambiente era de más de 30 grados y el camino de vuelta a penas tenía sombras. Todos los ingredientes para una gran petada. 


Haciendo un esfuerzo descomunal para correr a 3:50, conseguí pasar a varias chicas pros y a algún chico que iba tocado, pero los de mi grupo de edad aún me sacaban mucho. “Bueno, tercero no está mal”, pensaba. Cada paso era un cachito menos para llegar a Santa Rosa y cruzar la meta, pero antes de salir de la zona del río, la carrera me tenía preparada una grata sorpresa ¡Davis Frease estaba a tiro! No esperaba que en el kilómetro 19 se me presentara esa oportunidad, la oportunidad de alcanzar un nuevo slot para el mundial 70.3 de 2020 y la oportunidad de subir un escalón en el pódium. Forcé la máquina y lo adelanté tratando de mantener el ritmo alto para que no pudiera hacer el amago de seguirme. La verdad es que no reparé mucho en las condiciones en las que se encontraba Davis, pero olía a explosión, porque al poco de pasarle ya ni siquiera le veía al mirar hacia atrás. 


Termino la parte del río y paso por delante del último avituallamiento, donde los voluntarios animaban como si me conocieran de siempre, al igual que los triatletas con los que me iba cruzando. Últimos metros, giro a la izquierda y veo la alfombra de Ironman. Esta vez la recorro con tranquilidad, saboreando la carrera y entrando en meta ¡SEGUNDO AMATEUR Y DECIMOTERCERO DE LA GENERAL! y sobre todo muy satisfecho de haber sabido sobreponerme a los imprevistos que fueron surgiendo y no desconectar nunca de la competición. Me llevo una lección de Santa Rosa: En carreras de 4 horas, NUNCA hay que tirar la toalla, siempre hay tiempo para arreglar los problemas que surjan.


EL ganador Jan Stopinski, me sacó 5’, y yo le saqué 2’ al tercero. Entre los 10 primeros amateurs entramos 8 de mi grupo de edad ¡ALUCINANTE! Cada vez se pone más cara la categoría y cada vez es más difícil conseguir un slot para un mundial.

Y hablando de slots… ¡HABEMUS CLASIFICACIÓN PARA EL MUNDIAL 70.3 2020! Siiiiiiii ¡¡OTRO SLOT PARA CASA!! Con el segundo puesto me aseguraba el pase al Mundial de 2020 en Taupo, Nueva Zelanda.

 ¡Quién me iba a decir hace dos meses que en ese tiempo tendría la clasificación para los mundiales de 2019 y 2020!




No puedo estar más feliz, pero sobre todo agradecido. Agradecido a la persona que me rescató de mi letargo no competitivo, supo afinar el piano y dar en la tecla para, no solo ponerme en el mejor estado de forma posible, sino por hacerlo también en el ámbito mental, sabiendo adaptar el día a día a mis virtudes y a mis debilidades. ¡Gracias Ricardo Lanza! Desde fuera puede parecer que es fácil entrenarme, puedo dar la imagen de persona seria y que siempre cumple con lo que le mandan, pero la realidad es bien distinta. A mi entrenador se lo he puesto cada vez más difícil hasta conseguir, a día de hoy, una compenetración casi perfecta, en la que cada entrenamiento aprendemos algo, tomamos nota y procuramos aplicarlo en el siguiente. El tándem Ricardo-Pelayo está funcionando mejor que nunca, así que, míster, esta clasificación te la dedico. ¡Seguimos aprendiendo!



¡NOS VEMOS EN NIZA!

sábado, 8 de junio de 2019

IRONMAN 70.3 VICTORIA: Glad to be back!


¡Qué difícil va a ser resumir en unas pocas líneas uno de los días más intensos de mi vida! El medio Ironman de Ibiza, allá por octubre de 2017, fue el último testigo de mi andadura como triatleta. Ese día puse punto y aparte al deporte que me había acompañado los últimos 7 años. Hoy, en Victoria (Canadá) volví a él, a la media distancia y en una prueba preciosa de la franquicia Ironman. No sabría describir exactamente las sensaciones que me invadieron poco antes de la salida, pero fueron una mezcla entre el gusanillo del debutante y la calma del experto.


¡Empezamos!
Cuando me vine a vivir a Estados Unidos, hace poco más de un mes, lo hice con una inscripción debajo del brazo, la del Ironman 70.3 de Victoria ¿Y por qué ese? ¿y por qué Canadá? Pues porque Canadá es un país que siempre he tenido ganas de visitar, y el triatlón mi medio para conocer sitios, así que me lié la manta a la cabeza y facturé la bici para Santa Cruz, como había hecho en 2016. 



Este año estuve centrado en bajar peso y en carreras a pie, así que volver al deporte de las transiciones era una motivación adicional en este 2019. No fui tan riguroso con los entrenamientos como lo era hace dos años; ahora ya no condiciono otros planes por ir a entrenar, pero creo que este es el equilibrio perfecto para disfrutar de la vida y del deporte. Si mañana tocan 4 horas de bici pero te apetece ir a dar una vuelta por el Pienzu, pues vas al Pienzu.  Nos centramos en entrenar nuestro cuerpo y machacarlo, pero nos olvidamos de cuidar nuestra mente, procurar que esté bien, receptiva. Si la cabeza falla, todo falla.  Estas rebeliones puntuales cuando surgen planes alternativos a entrenar son el mejor entrenamiento para la mente. Y aunque de cabeza llegué al 100% y fresco como una lechuga, esta “autolibertad” hizo que de kilómetros en bici fuese un poco justo, a penas 2000, y esto es un problema cuando el ciclismo es el segmento más decisivo en la media distancia. A pie me encontraba bien, y nadando, pese a llevar relativamente pocos metros, también notaba estar al nivel de 2017. En bici no.

El domingo de carrera el despertador sonó a las 2:50 am. Horas intempestivas pero necesarias para que me diese tiempo a llevar a cabo todo mi ritual, esta vez con menos éxito del que me gustaría. A las 3:30 am cogimos el coche para ir al parking desde donde la organización tenía preparados varios autobuses que nos llevarían a la salida. El miedo a la aglomeración que se pudiera organizar con los más de 2000 corredores yendo al mismo sitio a la misma hora, me hizo ser precavido, y llegué de los primeros al parking. No solo eso, sino que también cogí el primer autobús lanzadera, junto a otros 15 “precavidos” más. En cuestión de minutos, nuestra cara de éxito se tornó en cara de “gilipollas”. El conductor cogió un camino agrícola en vez de la autovía, y cuando llevábamos un kilómetro recorrido quedó atascado… Ni para adelante, ni para detrás. Eran las 4 de la mañana y primera aventura del día. Un kilómetro a pie por aquel oscuro camino, con una mala ostia que no cabía en mí y sabiendo que ya me iba a encontrar con todo el follón a la hora de coger otro autobús. Conseguimos llegar al parking y por suerte no estaba todavía tan lleno. El segundo autobús sí que nos llevó directos a la transición sin ningún problema.


¡Huele a neopreno, digo, a triatlón! Y es que el inconfundible olor de nuestro traje de nadar impregna cualquier transición que se plazca, más cuando somos 2000 triatletas. Entré en boxes con tiempo suficiente para hinchar las ruedas, colocar los bidones en la bici y dejar preparado el material de carrera a pie. Ya no recordaba el “pifostio” logístico que supone un triatlón, pero es que, además, si es tan lejos de casa y con viaje en avión y en ferry de por medio (como en este caso) la logística te absorbe al 100% y no te deja pensar en la carrera. ¡Qué ganas de meterme en el agua y no tener que pensar más que en sufrir!


Calenté fuera del lago, pues cerraron la zona de calentamiento antes de que yo llegase. Lo hice con gomas, por primera vez, y me pareció un gran acierto. También troté 10 minutillos y tras comprobar que mi cuerpo estaba engrasado y en orden, me puse el neopreno. Primera vez que lo saco de la bolsa desde el verano pasado, y primera natación en aguas abiertas, también desde el verano pasado. Soy así de gallo, o burro.

La salida de los pros es a las 5:50 am, mientras que los grupos de edad nos vamos colocando para salir en modo “Rolling Start”, es decir, el tiempo empieza a contar cuando te tiras al agua, y puedes hacerlo cuando quieras entre las 6:10 am y las 7:00 am. Este tipo de salidas tienen la ventaja de que la natación es muy limpia y sin golpes, pero el inconveniente de que nunca sabes cómo vas hasta que llegas a meta.

A las 6:00 me coloqué en el corralito de los nadadores, en la primera tanda de salida. No me considero buen nadador, pero tampoco puedo dejar que los buenos se me vayan. Así que, para estar en la pomada y para evitar tráfico, decidí salir de los primeros. Con puntualidad nos colocan en tres filas. Yo me quedo el décimo o así, y cada 5 segundos van saliendo tres. Se acerca mi turno, el corazón empieza a bombear, y antes de que mi cabeza pueda pensar en nada más, arranco hacia la primer aboya amarilla ¿Dónde está la banda que registra el tiempo cada vez que uno sale? Me temo que ese minuto que estuve esperando en la fila me ha contado para el tiempo final, y solo espero no echarlo de menos al llegar.

Por fin estoy nadando, mis primeras brazadas en carrera después de mucho tiempo. No recibo ningún golpe, ni tampoco noto a nadie cerca, así que nado suavemente intentado deslizar ¡Menuda diferencia a nadar sin neopreno! El recorrido era bien sencillo, 900 metros de ida, marcado por 9 boyas amarillas numeradas cada 100 metros, giro a la derecha, 100 metros paralelos a la orilla, nuevo giro a la derecha y 900 metros hasta tocar tierra. A partir de la primera boya empiezo a encontrar gente, triatletas que habían salido por delante, lo cual me sorprende ¿Estoy adelantando a gente del cajón de sub-27’? Sigo a mi ritmo, sin agobios, concentrado, pero sin matarme. El primer largo lo hago completamente solo, y al girar a la derecha levanto la cabeza con la idea de encontrar unos pies más rápidos a los que “agarrarme”. En pocas nataciones había sentido tener tanto control como en esta sobre lo que pasaba a mi alrededor. A los 1200 metros me adelanta un chico por la derecha. Le dejo pasar, pego un quiebro e intento cogerle los pies ¡Imposible! Mi gozo en un poco. Se me queda cara de tonto viendo cómo se me escapa el fueraborda, y sigo solo, como hasta el momento.


Los últimos metros me cuestan un poco más y se me hacen largos, aun así, termino la natación con muy buenas sensaciones. Al tocar tierra miro el reloj para poner números a un segmento que aparentemente me había salido bien ¡26’ 50”! ¡Ole! Yo esperaba ver un “28” y me encuentro un “26. Además, la natación salió un poco larga, casi 2 kilómetros. En ese momento no lo sabía, pero estaba saliendo el primero del agua en mi grupo de edad. Si me dicen que iba a liderar una natación no me lo hubiese creído. Corro hacia mi bici, me calzo las zapatillas, pues una de las normas “raras” de esta carrera era que no se podía salir de boxes con las zapatillas de la bici enganchadas a los pedales, y arranco hacia mi sector más flojo.


Los 2000 km de entreno que llevo de bici no me dan mucha garantía, aunque me estaba encontrando bien, todavía no me conozco y no sé dónde tengo los límites. Empecé enchufado los primeros metros ¿A dónde vas Pelayín? En esos primeros metros adelanto a un chico que creo que era de mi grupo. Me devuelve el adelantamiento en un llano, poco después y me descuelgo, pero veo que en las subidas afloja mucho. Sin duda va regulando watios ¡Eso es conocerse! Me gusta su plan, así que me quedo detrás, no solo para marcarme el ritmo sino también las curvas, que en Victoria las hay de todos los “colores”. Pero, al igual que sucedió con el fueraborda que intenté seguir en la natación, este triatleta “regulator” tampoco era para mí. Me quedo a unos 50 metros, pero le sigo viendo. Voy fuera de punto en los llanos y las bajadas, y recupero en las subidas. Aun así, me hace ir pasado de watios. Gracias a él vamos pasando ciclistas que apenas nos siguen, pero el exceso tiene un límite, y tras hacer muchas veces la goma, definitivamente se me va en el kilómetro 15. Me quedo tirado como una mierda ¡Joder! ¡Qué putada! 


Bajo el ritmo estrepitosamente, pues mis patas van echando humo y de seguir así  no llego a correr. Aprovecho para beber, pero se me cae el bidón de sales ¡Bravo! Un lastre menos piensa el lado optimista de mi cabeza, mientras que el otro lado se acojona de hacer toda la bici con solo 50 cl de mezcla de Triforza con agua. Tampoco le doy muchas vueltas y trato de mantenerme en mis watios, hasta que por detrás aparece un chico al que había adelantado previamente. Pienso que puede ser buena referencia. Como digo, el circuito es muy revirado y si me marcan los giros lo voy a agradecer. Me acomodo a una distancia de 30 metros del chico de azul, suficiente para anticipar las curvas, y van pasando los kilómetros a un ritmo demasiado cómodo. Creo que estoy pecando de conservador, pero tampoco me atrevo a tomar la iniciativa pues estamos en el kilómetro 30 todavía. Poco después adelantamos un triatleta que nos coge la referencia y nos sigue, por detrás llega otro, y ya somos 4. No quiero que me pase lo del mundial de Chattanooga, así que voy muy atento para no entrar en la distancia de drafting. Los watios son mucho más bajos que al principio y la velocidad empieza a decaer. Me pongo algo nervioso porque intuyo que por delante nos están metiendo un mundo, pero no me atrevo a pegar un cambio e irme solo. Las veces que me pongo al frente del grupo acabo siendo adelantado porque las curvitas de las narices no se me dan bien, así que nada, a cola y a dejar que vaya pasando el segmento. 

Sobre el kilómetro 50 llega la moto de los jueces y pilla a los tres que me preceden muy pegaditos. No creo que les haya sacado tarjeta, pero sí un aviso les ha dado. Mientras, yo a lo mío. Los watios que estoy guardando, son watios que tengo para correr después. Aun así sigo con la necesidad de probarme un poco. En el kilómetro 72 tenemos que subir un puertecillo de 2 km y es ahí donde aprovecho para abrir gas. Les meto 30 segundos a los tres con los que iba y ya pienso que los 15 km restantes me va a tocar bregar solo. ¿Por qué no ataqué antes? Las sensaciones son buenísimas rodando esos últimos kilómetros camino de boxes, ahora sí estoy notando que voy a todo lo que tengo. De hecho, esos 30 segundos de margen se amplían a 1 minuto en la T2, a la que llego solo.


No sé cómo voy de posición, pero intuyo que tengo a varios de mi grupo de edad por delante y muy lejos. Como me “sobra tiempo” decido darme una vueltita por boxes y coger el camino más largo hacia mi bici ¡seré borrego! Mira que había estudiado la T2, pero el ciego que llevaba me hizo correr con la bici a cuestas 100 metros de más de la cuenta hasta mi sitio. Me puse los calcetines, me calcé las Nike y salí dispuesto a demostrarme que ese parcial a pie que tantas alegrías me dio en su día, seguía estando en mis piernas. 


El Ironman 70.3 de Victoria no tiene la carrera a pie más propicia para hacer buen tiempo, pero sí para disfrutar de ella. ¡Preciosa! De las más entretenidas que he corrido nunca. Las dos vueltas al lago son un auténtico Trail, con subidas, bajadas, curvas cerradas, raíces, piedras. Me lo paso pipa haciendo “eses” entre los árboles el primer kilómetro. Al ser el sendero tan estrecho, aunque vayas a 3:50’/km tiene uno la sensación de ir desbocado. 


Me planteo una carrera a pie constante. Si tengo que pillar a alguien, mejor hacerlo a ritmo constante, no tiene por qué ser nada más empezar. Pero los primeros kilómetros son desoladores. No vi a nadie hasta el kilómetro 4. Al girar y coger una pequeña recta, veo que hay un corredor a 100 metros. Tardo poco el pillarle y pasarle. Le miro el gemelo y veo que lleva pintada la “P” de “Pro” (yo llevo 29, de mi edad, como todos los que competimos por grupos de edad). Cuando lo adelanto le doy ánimos. Él ya está en su segunda vuelta, yo en mi primera, así que me estoy desdoblando, aunque no sé de quién. Sigo corriendo y un kilómetro y medio más adelante alcanzo a otro triatleta ¿Será de mi grupo? Pues no, la “P” tatuada en su pierna me hace ver que no, que es “Pro”. También le animo al adelantarle, pero al contrario que el anterior, este chico me pega una voz al pasar: “Are you a Pro?” No sé si descojonarme o darle un susto y decirle que sí, que soy Pro, pero parece majete y le digo que no, que yo voy en la vuelta 1. Me pregunta que a cuánto viene el de detrás, y le digo que a 30 segundos. Le ofrezco marcarle el ritmo (el que yo llevo, no el suyo) y me lo agradece, pero a penas me sigue 500 metros. En la subida cabrona que nos meten en el kilómetro 8 se me queda. Yo sigo a mi bola y completo la primera vuelta sin saber que los dos encuentros que tuve en ella iban a suponer la anécdota del día. El primer Pro del que me desdoblé era Cody Beal, ganador de pruebas Ironman y uno de los Top en Kona. Iba segundo cuando le pasé. Pero es que el otro chico al que le marqué un poco el ritmo ¡era el que iba primero, Sam Long! ¡Claro! Ahora entiendo por qué me animaba la gente al pasar por la zona de meta para empezar la segunda vuelta. De hecho, ¡oí varios “come on Cody!”, creo que me confundieron con él. Unos metros por detrás venían jugándose la carrera y yo sin enterarme. 

Empecé la segunda vuelta y el cambio de escenario fue radical. De la soledad a la muchedumbre. Al encontrarme con triatletas doblados, tuve que bajar una marcha en los primeros kilómetros ratoneros por el sendero del bosque. 


Ahora ya sí que no tenía ni idea de si estaba pasando gente de mi vuelta o de una menos. Pero me importaba bien poco, el objetivo era mantener el ritmo constante y fuerte hasta el final, pensar en mí y no en el resto. Me tomé un gel en el kilómetro 14 que me permitió no tener el mítico bajón que me suele dar entre el 15 y el 19. De hecho, estaba siendo de las pocas carreras a pie de un medio Ironman sin amagos de calambres, y eso que no había bebido sales en bici, pues las perdí en los primeros kilómetros. Sorprendido de la solidez de mi carrera a pie, muchos meses después de mi último triatlón, fui acercándome a la meta. A falta de un kilómetro por fin salimos a un claro desde donde se puede ver la zona de llegada ¡Venga que lo tienes! 


Aprieto los dientes, sé que cada segundo puede ser clave, y entro en meta haciendo 1h 17’ 01’’ en la media maratón, tercer mejor parcial de todos, contando los Pros, y un tiempo total de 1h 17’52”.




¡Contentísimo! Creo que he sacado casi lo mejor que tenía dentro. Quizás en bici me acomodé un poco, pero también me ayudó a llegar con fuerzas a correr. El puesto no lo supe hasta llegar al hotel. Al parecer había quedado 2º de mi grupo de edad, a un mundo de Jesse Frank, “vecino” mío en Santa Cruz, y 3º de los casi 2000 participantes en grupos de edad, detrás del citado Jesse y de Travis Wood, un chico del grupo 20-24 con el que estuve charlando en la entrega de premios y que el año que viene va a correr en Pro. Si contamos a los Pros, entré 10º de la general ¿Qué más puedo pedir? Es un lujo volver a estar compitiendo y ser capaz de rozar mis límites. Y si esos límites sirven para estar en la pomada, el disfrute es doble. Pero lo mejor vino luego. 


El segundo puesto de mi grupo no me aseguraba el slot para el Campeonato del Mundo, así que fui al “Roll Down” (ceremonia de reparto de slots) con pocas esperanzas, y resultó que ¡SÍ! Mi grupo de edad tenía 2 slots y pude coger uno. Sin comérmelo ni bebérmelo acabo de sacar billete a Niza, el próximo septiembre, con la idea de quitarme la espinita del Mundial de Chattanooga. ¡¿Quién me iba a decir que después de dos años volvería a tener la oportunidad de correr otro mundial?!




Las experiencias que surgen de repente en la vida hay que aprovecharlas, y si se puede, no deberíamos renunciar a ellas. ¡GRACIAS! Ricardo Lanza, por sacar lo mejor de mí en todos los sentidos, por aprender tanto juntos y por haber ayudado a encender la llama que se había atenuado en 2018. Estamos juntos en esto para hacer un “Road to Nice” en el que cada día sea mejor que el anterior y en el que disfrutar del camino sea la prioridad. Tengo un entrenador que antes es amigo y amante del deporte. Entrenar no es seguir un plan, es compartir el día a día, y con él lo hago. ¡Qué orgulloso estoy de pertenecer a su grupo, BRAGUÍA 1146 ENTRENAMIENTOS! 



¡GRACIAS de nuevo! 
¡A por ello!

#RoadToNice

martes, 28 de mayo de 2019

SURFER´S HALF MARATHON: Lluvia, viento, frío, granizo y la primera en CA "pa la saca"


Cambio de país, cambio de continente y cambio radical a mi vida. Hace poco más de tres semanas que hice las maletas y me convertí en uno más de los miles de españoles que probamos suerte fuera de nuestro país. Admito que en mi caso me ha movido más la inquietud que la necesidad, es decir, las ganas de conocer mundo y ampliar el alcance me mis perspectivas laborales. En estas tres semanas en suelo americano no puedo más que confirmar las buenas sensaciones con las que me he ido.


Puestos ya en contexto, este blog no lo creé para hablar de mi vida personal y laboral, sino para tener un recuerdo de mi otra afición: el deporte. No es, ni mucho menos, un blog donde busco venderme, enseñarme o publicitar mis éxitos o desgracias. La esencia con la que lo creé y que aún mantengo vigente, es el de tener ordenada cada competición que he hecho y poder, años más tarde, rememorar las sensaciones y sentimientos vividos en carrera. Ya son más de seis años lo que llevo escribiendo en “corriendo por lo segao” y espero que la llama no se apague nunca.

Pues eso, tres semanas en Santa Cruz de California ha sido lo que tardado en ponerme un dorsal en el pecho. Con objetivos más ambiciosos a la vista, coincidió que este fin de semana se disputaba la Media Maratón de Capitola (la “Surfers half marathon”). Una carrera popular con casi 2000 participantes que recorre el frente costero de Santa Cruz, en dirección a Capitola, para volver por el mismo lugar y terminar en le emblemática playa de Cowell, junto al “Wharf”. El recorrido, siempre con el océano Pacífico como testigo, transcurre por algunas de las zonas de surf más conocidas de California.


Santa Cruz tiene un clima “Mediterráneo”, bastante seco, especialmente en esta época del año. Pero este mes de Mayo está siendo uno de los peores que recuerdan los locales en cuanto a climatología. Tras una semana de lluvias constantes, el Domingo de carrera apuntaba a “catástrofe meteorológica”, e igual nos quedamos cortos con este término. La carrera estaba prevista a las 7:00 am ¿qué horas son estas? Desde luego que tengo que cambiar el chip español de competir a medio día. El problema de correr tan temprano es que, por mucho que te empeñes, siempre vas a dormir poco la noche antetior y, además si tienes que desayunar, el madrugón puede ser peor ¿solución? Ir a la carrera sin desayunar, con la cena de las 6 de la tarde del día anterior, y así poder apurar el sueño. Estoy muy acostumbrado a hacer entrenamientos de intensidad con el estómago vacío, por lo que consideré menos arriesgada la opción de ir en ayunas.

A las 5:45h sonó el despertador ¿ya? Bueno, me visto y salgo a activar 10’ las patitas y conseguir, a su vez, que se active mi estómago; pero no hay manera. Estas horas no son las habituales y no le da la gana “despertar”. No queda otra que rezar para que ya no se active hasta el final de la carrera. Media hora antes de empezar, bajo a la zona de salida, y justo cuando llego empieza a chispear. El cielo no puede estar más gris y con peor pinta. Ante la previsible mojadura del calentamiento y como no tengo a quien dejar la ropa (voy de corto, y me estoy congelando), opto por resguardarme bajo techo de la lluvia y el frío y salir de mi refugio un minuto antes de la salida. Creo que era peor empezar con hipotermia que sin calentar. Avisan de que queda un minuto y salgo de mi escondite, colocándome en primera fila. No tengo ni idea de quien corre, ni del nivel ni de nada, pero ya el hecho de ponerme en primera fila y que la gente de alrededor se aparte y de deje un metro a cada lado, quiere decir algo, y espero que no sea que es porque huelo mal. 


Poca tensión cuando termina la cuenta atrás y enfilamos la calle paralela al Boardwalk. Y en un perfecto ejercicio de sincronización con el pistoletazo de salida, el cielo se nos cae literalmente encima ¡QUÉ DUCHA! Ni 100 metros llevábamos y no me cabía más agua en la ropa. La coña de correr en bañador iba camino de convertirse en la opción más lógica. Entre el viento (de culo) y el agua, la sensación térmica era muy baja, por lo que inconscientemente hice un primer kilómetro un poco rápido para entrar en calor, quedándome más solo que la una. Sí, solo, solo desde el principio. 

Ante ese panorama no quedaba otra que tomarse la carrera como una lucha mental contra uno mismo y contra los tiempos, el del reloj y el meteorológico, aunque el primero de ellos iba a estar directamente condicionado por el primero. En el kilómetro dos empiezan las rampas, no demasiado largas, pero sí machaconas, que acumulan en total 150 metros de desnivel positivo. No es la Media Maratón de Siero pero tampoco es rápida. Trato de centrarme y correr detrás de la moto y la bici que abren carrera sin bajar el ritmo. Los primeros kilómetros voy rodando a 3:20’/km y bastante bien, de momento no percibo las consecuencias de no haber desayunado. En cada zona baja se había acumulado muchísima agua y he llegado a pasar charcos de media pierna. 

Público poco (lógicamente) pero el que hay ¡cómo anima! Aquí en América se vuelcan con el corredor, cero prejuicios y aunque no te conozcan te gritan como lo haría tu grupo de amigos si te estuvieras jugando un campeonato de España. Trataba de ir devolviendo los ánimos con un saludo o algún comentario. De esta forma fueron pasando los kilómetros y llegué al punto de giro, en Capitola, donde había que dar la vuelta para regresar por el mismo camino. 

Hasta entonces el viento había soplado de culo; al girar, pasaría de dar de culo a “dar por el culo”. Solo faltaba el granizo en la fiesta, y apareció. Volviendo de Capitola empezaron a caer piedras blancas que me hicieron pensar que estaba soñando ¿De verdad está granizando en Mayo en Santa Cruz? ¡Manda cojones que tenga que venir al Estado del surf, la playa, las chanclas y los bañadores para encontrarme con frío, granizo, lluvia, viento y rayos! ¡y qué rayos! La tormenta eléctrica se quiso unir a la fiesta. Afortunadamente, para contrarrestar las condiciones adversas estaban los miles de participantes con los que me iba cruzando al volver. TODOS, absolutamente TODOS con los que me cruzaba me animaban. Al principio me motivé saludando a cada uno de ellos, pero cuando son miles de personas llega un punto en el que acabas con el oído izquierdo un poco saturado y la mano más atrofiada de saludar que la de la reina de Inglaterra. Aún así, gracias, de verdad, porque esto es lo que da sentido a nuestro deporte.

Y cuando me las veía felices, volviendo con holgura respecto al segundo (algo más de un minuto) y con la gente animando, apareció lo que no tenía que aparecer… las ganas de ir al baño. Kilómetro 11 ¡No fastidies! ¿Y cómo voy a aguantar yo 10 km así? Pues nuevo reto para mí, tratar de controlar con la mente lo que el cuerpo quiere hacer. Bajé el ritmo, me centré mucho en cada zancada y fui limando los kilómetros que quedaban hasta meta con mi estómago pidiendo guerra. Obviamente no pude ni beber ni comer nada en carrera, pero las sensaciones musculares seguían siendo buenas. Lo mejor de todo era ver como mi marcha de supervivencia rondaba los 3:30’/km, y con un pulso de algo más de 150 pulsaciones, buena señal. 

Cuando por fin pude ver el Wharf al fondo respiré tranquilo. Tenía más miedo que se me escapara otra cosa que no la victoria. Últimos metros, giro a la izquierda, y meta en 1h 11’ 54”, batiendo el récord de la prueba. Meta que por cierto estaba desangelada. Normal, ¿quién iba a estar ahí con la que caía? A los dos minutos llegó el segundo y ocho minutos después el tercero. Hicimos la foto, nos dieron el trofeo a los tres, y pa casa. A las 8:30h de la mañana ya estaba entrando por la puerta de casa “cagando ostias”, nunca mejor dicho.



Sí señores ¡8:30 am! Y ya había corrido una media maratón, me habían dado el premio y estaba en casa…. ¡A ver si lo de madrugar no va a ser tan malo!


Nada más por ahora. Primer dorsal californiano saldado con éxito. En breve repetiremos, pero la próxima vez no va a ser ni tan fácil ni tan light.

¡Sean felices!

jueves, 11 de abril de 2019

CP CAÑERO DE CÓRDOBA: 2º puesto entre salmorejo y salmorejo

Si me preguntan qué no haría el día antes de una carrera, respondería “exactamente lo que hice antes de competir en la Carrera Popular Cañero de Córdoba”. El fin de semana de desconexión en esta preciosa ciudad andaluza bañada por el Guadalquivir, no podía haber dado más de sí. Además de visitar a mi primo, ir a verle jugar contra el Mallorca y catar la gastronomía cordobesa, hubo una sorpresa improvisada el día de mi cumpleaños.

El sábado salí a hacer mi entrenamiento de 1 hora y pico con 12 cambios fuertes de 1’ por el Parque de Miraflores, y el resto del día lo dediqué a avituallarme con salmorejos, pinchos de tortilla, almendras garrapiñadas… A las 12:00 de la noche estaba cenando la tortilla más bestia que haya visto nunca, en el bar Santos. Me acosté a punto de reventar, y me desperté el domingo casi en las mismas condiciones. Eran las 9 de la mañana del día de mi cumpleaños, y lo primero que hice fue vestir mi traje de luces (pantalón corto, camiseta, chubasquero y zapatillas de correr) para salir a hacer el rodaje largo del domingo que tenía programado en el plan de entreno. Cuando estaba a punto de salir, se me ocurrió la “brillante” idea de ir trotando hasta el barrio de Cañero, donde había visto que se iba a disputar una carrera de 9,1 km a las 10 de la mañana. Lo hice (lo prometo) con la idea de hacer más entretenido el rodaje y empaparme del ambiente de “runners” andaluces. Pero fue llegar a la plaza donde era la prueba y no pude evitar lo inevitable. Eran las 9:45, y el señor Pelayo estaba pidiendo un dorsal para correr ¡La hemos jodido! Los 5 km que llevaba rodando fueron suficientes para calentar.

Me coloqué en línea de salida junto a más de 500 personas. Ni conocía a nadie, ni tampoco sabía qué cojones estaba yo haciendo allí. El caso es que no me dio tiempo a pensar mucho, porque cuando me quise dar cuenta estaba envuelto en medio de un pelotón, camino del primer kilómetro de carrera. El salmorejo de la noche anterior y la tortilla cobraron vida de inmediato y me recordaron lo jodido que es correr alegre con la barriga llena. Por ello, fui poco a poco entrando en carrera, sin mirar el reloj y dejándome llevar por las sensaciones. 



Al no conocer el circuito, cada curva y cada calle era una sorpresa. Pasé la primera de las dos vueltas sin matarme, y ya iba entre los 10 primeros. Poco a poco, ya con las piernas calientes, fui testigo de las petadas que iban sufriendo mis predecesores hasta colocarme segundo, casi sin querer, en el kilómetro 7,5. 





El chavalín que lideraba la carrera iba muy por delante, y yo no estaba para muchos trotes, así que me dediqué a mantener mi ritmo crucero de 3:20 sin agobiarme por nada. Pero hubo algo que me sacó de mi ensimismamiento. En las rectas dejaba de oír a los que me perseguían, y al salir de las curvas los tenía pegados al cogote. Esta secuencia se repitió varias veces, hasta que, mosqueado, giré para ver por qué narices perdía tanto tiempo en los giros, y vi que mientras yo trazaba las curvas por la carretera, mis perseguidores se comían la acera constantemente ¡Seré pardillo! No hay nada como un toque de atención para ponerse serios, y eso fue lo que me hizo decidir que si querían quitarme el segundo puesto, iban a tener que hacer algo más que recortar aceras. Apreté el culo en el último kilómetro, y entré segundo en meta, detrás de un chico de 20 años del que luego supe que es una de las promesas de atletismo andaluz, con marcas envidiables en distancias que van desde 800 m hasta 10 km.



Y con la misma prisa que llegué, me tuve que ir. Pedí disculpas a la organización por no poder quedarme a la entrega de premios, pero por delante aún tenía 5 km hasta el hotel y a las 12 debía estar en el campo de El Arcángel para ver el partido de mi primo con el Córdoba. Esa prolongación de carrera fue quizás más dura que los 9 km a 3:20 ¡Se me hizo eterno! Y es que al bendito salmorejo tomó la “brillante” decisión de que había llegado el momento de abandonar mi cuerpo. Si en el último kilómetro de carrera tuve que apretar el culo para que no me pillaran, ahora lo tenía que hacer por otro motivo. Llegué al hotel pidiendo la hora, pero llegué.

Con este autorregalo improvisado de cumpleaños sumamos una carrera y más un pódium más en el inicio del año del “retorno”. Otra cosa no, pero ¡cómo estoy disfrutando de cada prueba en este 2019! Van tres fines de semana seguidos, y el siguiente toca también jaleo.

¡Nos vemos en Donosti!

lunes, 25 de marzo de 2019

10 KM CABO VÍDIO: ¡Centollazo!


Correr en Asturias siempre es especial, pero si además te encuentras con carreras como esta, los 10 km de Cabo Vidio, el listón se pone cada vez más alto. Y me refiero a la organización de la prueba. Es un lujo ser partícipe de la fiesta que se organiza en Oviñana cada año con motivo de la “carrera del centollo”, así conocida por repartir un centollo a cada uno de los 500 participantes, además de muchos varios lotes adicionales a los 5 primeros de cada categoría.

Foto: Carreras Asturias
Llegar a Oviñana y encontrarte a los paisanos del pueblo dirigiendo el tráfico y habilitando aparcamiento en fincas privadas ya deja ver el nivel de compromiso con el evento ¡Qué lujo!
Llegamos una hora y media antes de la carrera, con tiempo para saludar a la gente, disfrutar del ambiente de gaitas y animar a los más pequeños en las carreras que precedía a la nuestra. Hacía una semana del “exceso” de Laredo, y durante estos 7 días no hice nada de intensidad a pie, aunque sí en la piscina. Por tanto, las sensaciones eran bastante buenas y a expensas de ver cómo respondía el cuerpo a esfuerzos altos, la cosa pintaba bien.

Hice un calentamiento largo antes de ir para línea de salida, junto al resto de los 500 corredores. Tarde perfecta, soleada, unos 16 grados y algo de viento. El circuito era de dos vueltas, con subidas y bajadas tendidas y un tramo de caminos con bastantes curvas. En total 9,9 km poco propicios para hacer buenas marcas pero muy propicios para disfrutar de las vistas, camino del faro de Cabo Vídio.

Foto: Panella Fotografía
A las 17:40h dieron la salida y, al contrario que en Laredo, esta vez empezamos relativamente tranquilos. De inicio, el corredor del Ribadesella Juanjo García abrió un pequeño hueco con un numeroso grupo donde me encontraba. Al llevar cada uno un dorsal en la espalda con la categoría a la que pertenecíamos, podíamos controlar con quién estábamos realmente jugándonos la “centollada”. El primer kilómetro me entretuve “fichando” a la gente: Jordán, Pedrouso, Belver, Tejedor, Dioni, Villarmin… ¡Pufff! ¡sí que había gallos en Oviñana! Pasamos el kilómetro 2 agrupados, y con unos metros de desventaja respecto al escapado del Ribadesella, con quien contactamos después de dar la vuelta en el faro de Cabo Vídio.

Personalmente, aunque no iba con una percepción de esfuerzo demasiado grande, tampoco tenía la sensación de haber recuperado del todo las piernas, así que me mantuve un poco tapado, intentando controlar los ataques de Pedrouso. Entre  él y Juanjo, fueron seleccionando el grupo, que al paso por la primera vuelta se había quedado reducido a cinco unidades. No había nadie de mi categoría entre nosotros, por lo que el premio del centollo estaba asegurado, pero ya que estábamos, había que sufrir un poco para meterse en pódium. 

Foto: Panella Fotografía
Al inicio de la segunda vuelta las cosas se pusieron tensas, y en el kilómetro 7, Villarmin (2h:24’ en maratón ¡casi nada!) lanzó su ataque. Pedrouso salió detrás y yo me quedé con Jordán y Juanjo. Si este ataque hubiese sido a falta de uno o dos kilómetros, habría reaccionado, pero estábamos en el kilómetro 7 y no tenía las mejores sensaciones. Sin volverme loco fui cerrando el hueco con Pedrouso hasta pillarlo en el giro del faro. En ese cambio Juanjo cedió, y nos quedamos solo tres para luchar por el segundo y tercer puesto, porque Villarmin tenía dos marchas más y seguía aumentando la diferencia.

Foto: MV Foto
Camino de Oviñana empezó el juego de estrategia que tanto me gusta. Ataqué en una pequeña bajada y Jordán salió conmigo dándole continuidad al cambio. Esto permitió descolgar a Pedrouso y quedarnos los dos solos. Ahí ya me veía un poco justito y sufrí más de la cuenta para aguantarle. Apretando los dientes conseguí llegar con Jordán al último kilómetro. No me quedaba mucho gas en las patas, y agradecí el parón que hicimos a falta de esos 1000 agónicos metros. Nos empezamos a vigilar, quizás demasiado, pero creo que los dos necesitábamos ese respiro. Confiando en mi último cambio de 300 o 400 metros fui dejando pasar el tiempo y, a dicha distancia, ataqué, no a tope, sino progresivo, porque iba muy justo y no quería quedarme por el camino.

Foto: MV Foto
A medida que iba acelerando, veía como Jordán se cedía, pudiendo relajar un poco y entrar segundo en meta, con un tiempo de 32’:40”, casi la misma marca que en Laredo. Aunque el recorrido era 100 metros más corto, también era mucho más duro. Buen ritmo para haber sido una carrera táctica. Creo que no estaba para mucho más y lo de Laredo lo noté bastante. Además, tener compañeros como Juanjo y Pedrouso, que llevaron siempre la iniciativa de la carrera, y Jordán, que apostó fuerte en los últimos dos kilómetros, da más mérito al resultado.


El fin de fiesta se puso con el reparto de más bolsas de centollos y otros premios para los primeros de cada categoría. Tengo claro que hace mucho más el que quiere que el que puede, y la organización de Oviñana lo demostró ¡Chapeau y gracias por todo!



Nos vemos en la siguiente….