sábado, 16 de septiembre de 2017

IRONMAN 70.3 WORLD CHAMPIONSHIPS: Lo que pudo ser y no fue

Voy a intentar elegir bien las palabras para narrar el capítulo principal de este “libro’ que, bajo el título de “Ironman 70.3 World Championships” lleva gestándose más de dos meses.

La aventura del viaje a Chattanooga (Tennessee, USA) nació allá por el mes de junio de 2016. Unos meses antes de ir de estancia de doctorado a Santa Cruz de California, mi compañero de trabajo y amigo, Borja Reguero, me “lio” para cruzar el charco acompañado de mi bici y competir en el Ironman 70.3 de Santa Cruz. Por aquel entonces acababa de debutar en triatlones de media distancia en el Campeonato de España, en Valencia, donde termine la carrera arrastrándome y de casualidad. Repetir distancia y, encima, en América, era poco más que un desafío y una prueba de superación para mí. Preparé con mimo la carrera californiana y competí sin agobios, sin presión y sabiendo que cada metro de recorrido hacia meta era un metro más de premio. Y así, sin más, casi sin pensarlo, gané a todos los grupos de edad y me “cayó” uno de los slots que la franquicia Ironman daba en esta prueba para competir en el Campeonato del Mundo del año siguiente, en Chattanooga, Tennessee.

Cartel de la prueba del Mundial de Ironman 70.3 2017
Ahora que os he recordado un poco los orígenes del Mundial, vamos a contar el periodo de gestación y el “parto” final. Había pasado un año desde que cruzara la meta en Santa Cruz; un año de cambios, orientado a los Triatlones de Media Distancia y en el que el Mundial Ironman 70.3 iba a suponer el sexto Medio Ironman de la temporada, tras Orihuela, Pamplona, Madrid, Valencia y Buelna. ¡Casi nada! Durante Julio y Agosto me centré exclusivamente en ponerme lo más burro posible para el día 10 de Septiembre. Creo que nunca hice una preparación tan focalizada y tan exhaustiva para una carrera. Por un lado, tuvo una parte muy buena, que fue la facilidad para planificar ordenadamente todas las cargas de trabajo y optimizar los descansos. Pero, por otro lado, reconozco que el periodo de preparación llegó a superarme y a agobiarme un poco. Siempre he rendido bien cuando compito mucho y cuando veo motivaciones a corto plazo. La falta de costumbre de preparar objetivos concretos tan a largo plazo hizo que los dos meses de preparación fueran eternos, y experimenté en carne propia lo duro que puede ser centrarse una única prueba. Aun así, con las competiciones intermedias de Getxo y Buelna, conseguí repuntar esos bajones de estado de ánimo y llegar a la puesta a punto de las últimas tres semanas en un estado de forma que no recuerdo haber tenido nunca.
Como fui contando todo este tiempo, desde que aterricé en USA, 10 días antes de la carrera, las sensaciones eran inmejorables. Me sentía fuerte, ligero, con muchas ganas, y lo que es mejor, confiado de poder hacer algo bueno en este mundial.

Y llegó el día.

Ese 10 de septiembre con el que tanto tiempo llevaba soñando amaneció despejado y con una temperatura perfecta para correr. Eran las 6 de la mañana cuando sonó el despertador. Salté de la cama como un resorte, ansioso, más que nervioso. Ansioso por todo el tiempo que llevaba esperando este momento y sin nervios, porque sabía que tenía la llave de la puerta a hacer algo grande. No me marqué ningún puesto como objetivo concreto, porque competir contra más de 200 chavales de tu grupo de edad de todo el mundo que no conoces, hace que sea un poco atrevido hacer cuentas. Además, según me habían dicho, en mi categoría (de 25 a 29 años) había un grupo de ellos que eran profesionales, que están concentrados en Boulder (Colorado) y solo se dedican al Triatlón. Lógicamente y en condiciones normales, gente buena y, además, con plena dedicación debería pasarme por encima, pero como digo siempre, las carreras terminan en el kilómetro 21 de la Carrera a pie, y hasta que no se cruce la meta no se puede dar nada por perdido.

4500 bicis son muchas bicis. Esto sí es un laberinto y no el de Villapresente.
Camino de boxes, donde habíamos dejado las bicis el día anterior, uno se da cuenta de lo que mueve este tipo de carreras. Mas de 3000 tíos iban a tomar la salida en el Mundial, desde los 50 Pros, que lo harían a las 7:30 am, hasta la última salida prevista a las 9:30 am, para el grupo de edad de 40 a 44 años, nada más y nada menos que 3000 triatletas masculinos. Mis dudas tenia de si era posible gestionar una carrera sin drafting con tanta gente, aun saliendo de forma secuencial, pero la duda quedó resuelta y tiene una respuesta clara y contundente: NO. 

Por mucho que se llame “Ironman”, por mucho que tenga un prestigio y por mucho que goce con la fidelidad de tanta gente, no deja de ser una franquicia, es decir un negocio. Y antes de mirar por el bien de la competición, miran por el bien de su bolsillo. No soy el más indicado para criticar a la marca “Ironman”, pues he aceptado formar parte del circo. De hecho, admito que hacen casi todo bien y por eso somos tantos los que estamos dispuestos a nos dejamos medio sueldo para correr sus carreras. Pero en concreto, pretender meter a 3000 personas en un Mundial sin drafting, NO ES VIABLE. 

Volviendo a la mañana de Carrera, a las 7:00 am entré en boxes, y puse a punto la bici, inflando ruedas y colocando la comida que iba a llevar en este segmento. Como siempre hago, llevaba la estrategia de alimentación bien planeada. El sector ciclista tenía 4 puntos de avituallamiento con bebida isotónica y me parecía innecesario llevar un bidón lleno con ese tipo de bebida. Más aun cuando a los 8 kilómetros de empezar hay que subir un puerto de 5 km al 6% en el que cada gramo de más es lastre. Así que salí con lo justo y necesario: una cantimplora con 4 geles de Keepgoing mezclados, dos con cafeína y dos sin cafeína (me gustan mucho estos geles por lo líquidos que son y lo fácil que los asimilo) y un bidón con 50 g de Triforza de Keepgoing con medio litro de agua (el Triforza es una mezcla de hidratos de carbono de distinta velocidad de absorción que suelo empezar a tomar en el km 50, y tambien me resulta muy facil de digerir y muy tolerable para el estómago). Cuento esto porque vi que durante la prueba, y con las grabaciones en directo que hizo mi campanero del Bender Edu, hubo algún debate sobre por qué salia con los portabidones vacíos en el segmento ciclista. 

Con todo a punto y el cuerpo preparado para la batalla, me fui a un sitio tranquilo durante la hora y media que faltaba hasta el inicio de mi carrera. Me tocaba salir a las 9:04 am, en la antepenúltima tanda. El formato de salida era el conocido como “Rolling Start”, que consiste en dar salida en grupos de 10 triatletas cada 15 segundos, empezando a contar el tiempo desde el momento que pasas por la célula del chip. Este sistema tiene como objetivo evitar las salidas apelotonadas y permitir que haya espacio entre triatletas en la bici, pero no creo que esto último se consiga de esta forma. La desventaja que veo es que en ningún momento de carrera sabes si el triatleta con el que estas compitiendo cuerpo a cuerpo ha salido antes o después que tú, por lo que es un lío y te obliga a darlo todo hasta el final, por si acaso…

En fila y ordenados en el pantalán. Momentos previos a la "boooomba"
Veinte minutos antes de la salida de mi tanda entré en la zona de cámara de llamadas. Gorro blanco para mi grupo de edad y neopreno. ¡Oh! ¡Bendito neopreno! Llevábamos una semana con la temperatura del agua por encima del límite de permisividad de neopreno (24,5 grados) y por primera vez en los 10 días que estuve en Chattanooga, la temperatura del rio Tennessee había bajado de ese umbral. Para mí supone una gran ayuda nadar con él.
Los casi 300 muchachos de entre 25 y 29 años fuimos colocándonos en el pasillo de acceso al pantalán desde donde se daba la salida. Como sardinas enlatadas esperamos nuestra hora y, por fin, empezamos a avanzar hacia el borde de la estructura flotante. Me coloqué aproximadamente en la décima fila y fui viendo, con tensión, como los rivales que me precedían se tiraban al agua. Casi todos lo hacían de cabeza, pero allí estaba yo para dejar mi huella. Diez pitidos cortos y uno largo precedían a la apertura de puertas. 

El triatlón es un deporte minoritario... ¿o no?
¡BOOOOOOOOMBAAAAAAA! Me tiré a las templadas aguas del rio Tennessee fiel a mi estilo y con el mayor impulso posible. Los duros entrenos de lanzamiento en bomba en la piscina de Marisma y en la de la urbanización de Pepín dieron sus frutos. De hecho, fui, de los 10 que nos tiramos a la vez, el que más lejos llegó de todos; y cuando me puse a nadar iba el primero del grupo… ¿A ver si después de ver esto, Noya lo empieza a aplicar en las Series Mundiales?? Por cierto, oí comentar a mi amigo Julen (7º del Mundo en el GE 18-24) que se iba a tirar en modo “palillo”, para ver si tocaba fondo… ¿lo habrá hecho al final? 😉

¡A remar!
Fuera de bromas, lo que nos esperaba en las siguientes cuatro horas eran tres segmentos durísimos, mucho más de lo normal en un Campeonato del Mundo. Para empezar, en la natación debíamos remontar 850 metros de río contra corriente. Los días previos, entrenando en ese mismo lugar, pude testar yo mismo lo poco que se avanzaba río arriba. Tras los 1900 metros totales de natación, cogíamos la bici y teníamos un recorrido de 91 kilómetros a una vuelta en la que se iba hacia el Sur de Chattanooga, entrando en el estado de Georgia. Tras 8 kilómetros iniciales llanos, había que subir un puerto de 5,5 kilómetros al 6% de pendiente media y con rampas de más del 11%, seguido de un rápido descenso y 40 kilómetros finales de repechos cortos rompepiernas, acumulando más de 1000 metros de ascenso. Y para terminar, la carrera a pie tenía un perfil más parecido a un electrocardiograma que a lo que estamos acostumbrados. ¡300 metros de desnivel positivo acumulado! Un constante sube y baja que, a priori, me gustaba, aunque luego resultó ser mi tumba.

Esas "amigas" flotantes, las boyas amarillas ¡qué lejos estábais unas de otras!
Volvemos a la salida de la natación, en la que consigo liderar el grupito de 10 que nos habíamos tirado al agua a la vez. Me coloqué a la derecha del todo, pero el triatleta que estaba a mi lado sin neopreno me adelantó antes de llegar a la primera boya roja. Ese primer largo perpendicular al sentido de la corriente, lo nadamos bastante rápido. Pero fue girar a nuestra derecha para encarar el segundo largo de 850 metros río arriba y empezar la tortura natatoria. Para entonces ya había perdido la referencia de todos los de mi grupo. Me dio la sensación de que la gente estaba nadando muy dispersa y con trayectorias muy distintas ¿quién era el que se estaba orientando mal, yo o el resto? Siempre tengo esa duda cuando nado, y por eso soy de los que levanto mucho la cabeza para redireccionar mi trayectoria hacia la siguiente boya. A contracorriente y con el sol recién salido dándonos de cara, era difícil ir recto. Busqué, sin éxito, unos pies que me sirvieran de referencia, pero la mezcla de triatletas más lentos con otros que venían por detrás pasándome a toda leche, no me permitió encontrar a nadie con quien nadar. Fueron tres los intentos de seguir los pies de ciertos “pececillos” que me adelantaron por mi derecha, pero ¡Imposible! La diferencia de ritmo era demasiado grande y se me iban. Ya resignado y cansado de buscar pies, decidí ir a mi bola, con cadencia de 30 brazadas por minuto y tratando de deslizar lo máximo posible. Las boyas amarillas que la organización dispuso cada 100 metros en este tramo de la prueba ayudaban a orientarse y a tener pequeñas motivaciones a corto plazo. “¡Una boya menos!”, iba pensando mientras me acercaba a la de color rojo, la más alejada de la salida y donde hacíamos el giro para volver a favor de corriente hacia el final de la natación.

Punto más alejado de la natación tras remontar 850 metros río arriba
Con 1000 metros ya en los brazos las sensaciones seguían siendo bastante buenas y no parecía estar notando mucho el esfuerzo. Con lo mal que nado tengo comprobado que voy igual de rápido si hago el movimiento de brazada con delicadeza y deslizando que si meto mucha cadencia y me vuelvo loco. Además, ahorro mucha energía que seguro me va a hacer falta en el resto de la prueba. Tras girar en la boya roja y hacer la diagonal que nos pondría ya de cara a las escaleras para salir del agua, el popurrí de colores de los gorros hacía imposible nadar en línea recta. El color blanco de mi grupo de edad empezó a mezclarse con colores verdes y azules de los más rezagados de los grupos de edad precedentes. Un jaleo en el agua que me hacía pensar en el caos que se iba a vivir en el segmento ciclista. Os recuerdo que mi categoría, de 25 a 29 años, salió en la penúltima tanda, y por delante había más de 2000 participantes… “¡Que Dios nos pille confesaos, porque en bici vamos a tener que “pecar” bastante si queremos hacerlo dignamente!”

Con corriente a favor todos somos Michael Phelps (tramo final del segmento de natación)
Los últimos metros de la natación con la corriente a favor fueron rapidísimos, y casi sin darme cuenta estaba saliendo por las escaleras hacia la primera transición. Mi Garmin me marcó 30’ 20’’ para recorrer casi 2000 metros… Sí, me llevé 100 metros extra de regalo, y por lo que pude ver luego en el mapa de mi trayectoria, no fue mi mejor día en cuanto a orientación. Esos 100 metros de más suponían más de 1 minuto respecto al tiempo que podría haber hecho. No fue una buena natación. El ritmo medio de 1’30”/100m que marqué no estaba al nivel que tengo. Ya hice nataciones de medios Ironman a 1’25”/100. Con ese tiempo salí en el puesto 70 del agua, a 6’ del primer clasificado… Todo un mundo en un Mundial. Pero, como digo siempre, en carreras de más de 4 horas no se puede dar nada por perdido hasta el último metro.

Pufff ¡Lo que costó llegar a esas escaleras!
Al salir del agua un séquito de voluntarios nos asaltaban, nos tiraban al suelo y nos quitaban el neopreno a una velocidad de vértigo. Yo nunca había visto semejante actuación, pero gracias a que el día anterior corrieron las chicas, estaba al tanto de lo que sucedería nada más salir del agua. 

"¡Bájate la cremallera antes de que te `plaquen´!" A punto de poner en práctica la técnica de la cucaracha
El problema vino cuando al intentar quitarme la manga se me atascó el reloj y, en vez de parar, los voluntarios tiraron tanto que casi me destrozan el neopreno y además hicieron que el “atasque” fuera mayor. A grito de ¡STOOOOOP! Conseguí que pararan, para ser yo mismo quien me quitara esa manga. Tardé casi un minuto en despojarme del neopreno… ¡Qué desastre! Cuando lo hice pude correr hacia mi bolsa de la T1 y subir la rampa rumbo a las sillas donde nos íbamos a cambiar. 

La que estamos liando... no me sale una T1 decente ni aunque lo intente
Sentado, me coloqué el casco, puse calcetines, metí las gafas el gorro y el neopreno en la bolsa, pegué un trago de Isotónico de Keepgoing (recordad que en bici iba a ir sin isotónico y con los portabidones traseros vacíos) y me fui a por mi Orbea Ordu que estaba colocada, tal y como la dejé, en medio de los cientos de bicis que aún quedaban en la T1.

"Id tirando que ahora voy yo"... sigo con caraja al salir del agua
Salí de boxes dispuesto a desquitarme de la regulera natación y la pésima transición, que me hizo comenzar el segmento ciclista en el puesto 77, a 7’ del primer clasificado. Tardé 1’ más que la media de competidores de mi grupo de edad, por culpa del imprevisto a la hora de quitar el neopreno. Otro minuto regalado, y ya iban dos…

Empieza la fiesta... si lo sé me compro un claxon
Me subí a mi montura, decorada de amarillo flúor para la ocasión (por gentileza de Zero Grados Biomechanics of Cycling), y pronto me di cuenta de que los 91 kilómetros ciclistas serían poco más que un suicidio. Salimos de Chattanooga por un carril estrecho donde solo cabían dos bicis en paralelo, y allí circulábamos a la vez triatletas de mi grupo de edad, con triatletas más lentos de otros grupos, produciéndose en este primer tramo situaciones de verdadero peligro. Si el año pasado en el Ironman 70.3 de Santa Cruz me quedé afónico de gritar “¡LEEEEEEEEEFT!” durante toda la carrera, en el Mundial íbamos por el mismo camino.

Con lo justo para los 9qkm. Cualquier gramito pesa
Me conocía el circuito como la palma de mi mano y sabía cómo gestionarme en todo él, pero a veces las circunstancias de carrera te hacen cambiar cosas, y en este caso se dio una circunstancia muy curiosa que me hizo cambiar el plan y calentarme más de lo previsto en los 8 kilómetros de aproximación al puerto.

Jeremy Stagg, un triatleta americano de mi grupo de edad y con el que había coincidido en el Ironman de Santa Cruz (fue tercero), salió en bici 100 metros por delante de mí. En ese momento no lo reconocí, pero algo me decía que aquel chaval que había cogido la bici poco antes que yo sería una buena referencia. Las primeras pedaladas detrás suyo fueron agónicas ¡Qué manera de rodar! Además, íbamos jugándonos un poco el tipo en zigzag entre la gente que iba muchísimo más despacio que nosotros. “¿de qué me suena esa forma de pedalear?” iba pensando. Pero no había manera de asociarlo a aquel chico que en el kilómetro 10 de bici del Ironman de Santa Cruz me quitó las pegatinas y me dijo “Hasta luego” sin despeinarse. Inocente de mí, traté de no perderle de vista, pero se metía mucha gente por el medio y poco antes de empezar el puerto lo perdí. 

Subida a las Lookout Mountains. ¡Cómo pican las patitas!
La calentada del día hizo que llegase al inicio de la subida con las piernas echando humo… “¿y ahora cómo hacemos?” La solución fue poner el plato pequeño y piñón de 28 dientes (¡oh, bendito piñón de 28 que tan reacio era a llevarte conmigo, me libraste de una buena `clavada´!). El primer tramo de subida consistía en 3 kilómetros al 10% de media sin descanso, por un bosquecito sombrío y muy chulo, camino de las “Lookout Mountains”. Unos desniveles demasiado duros para las pesadas cabras que llevábamos, y eso se notaba. A pesar de ir un poco justo de fuerzas, seguía adelantando gente sin parar, y muchos de ellos rivales directos, de mi grupo de edad. A los dos kilómetros de subida entramos en el estado de Georgia, pero las rampas no entendían límites geográficos y seguían siendo igual de duras. Por suerte, la trabada de piernas del principio se me había pasado y pude subir hasta el descansillo del kilómetro 3 bastante suelto. Ese falso llano con algo de bajada era solo un respiro para los “repechones” de más del 12% finales. 

Sacando watios de donde se puede...
Pero me vino bien el descanso, porque en esas últimas rampas y antes de coronar, había pasado, entre otros a Jeremy Stagg, llegando al final de la subida en el puesto 52 a 5 minutos y 10 segundos de cabeza de carrera ¡Había recortado ya 2 minutos y avanzado 25 posiciones! El plan “remontada” estaba en marcha y yo me veía con fuerzas y ganas para ejecutarlo. “Empujar, empujar y empujar” no quedaba otra en los 20 kilómetros siguientes, en los que, tras una bajada con toboganes, teníamos que subir dos “trampas” en forma de repechos con desniveles que se iban, de nuevo a más del 12%.  Con un avituallamiento de por medio, donde aproveché para pegar dos tragos de isotónico, completé, bregando en solitario, esos 20 kilometrillos hasta justo antes de tirarnos carretera abajo y perder toda la altitud que habíamos ganado hasta entonces. Era el kilómetro 40 aproximadamente, y me había colocado en el puesto 49, a 6’ de cabeza. Un liderato que había pasado de estar en manos de nadadores a estar en manos de ciclistas, por lo que mantener las diferencias a partir de entonces iba a ser complicado. Aun así, las piernas iban, ¡y cómo iban! Estaban transmitiendo las sensaciones de todo lo entrenado estos dos meses y creo que le iba sacando partido. Alberto y Xavi Tijero, los otros dos españoles de mi categoría que me precedían estaban cada vez más cerca, lo cual era buena señal, porque no van nada mal en bici e ir recortando era sinónimo de que me estaba saliendo un buen segmento. Aun así, si quería bajarme a correr con opciones de pódium (5 primeros) todavía tocaba bregar mucho, mucho, muchiiiiiisimo. El puesto 49 momentáneo era un poco engañoso y las diferencias de tiempo no eran tan grandes. Con el quinto, por ejemplo, solo había 4’ de margen.

¡Qué bien se va a rueda! ¿verdad?
La siguiente parte de la bici fue la bajada. Seis kilómetros rapidísimos, por una carretera ancha, bien asfaltada y en la que superar los 80 km/h era bastante fácil. No había curvas de frenar y se podía hacer acoplado. De todas formas, el exceso de tráfico hacía peligroso el descenso, y sí que tuve que recurrir al freno por falta de espacio para adelantar. Fue este el único momento de respiro de todo el segmento de bici, porque tras perder en 6 kilómetros toda la altura ganada en los 40 anteriores, tocaba de nuevo ponerse el mono de trabajo y dar pedales. Del kilómetro 50 al 80 estaba la clave de la carrera. Un terreno pestoso, rompepiernas, lento y con un asfalto roto, era el siguiente plato a devorar. Hasta entonces, sin referencias de puestos ni de rivales, tenía la sensación de ir por el buen camino, pero un poco mosqueado, porque no me había encontrado a nadie de mi nivel, más o menos, a quien coger la referencia, por lo que llevaba 50 kilómetros en solitario, luchando por mantener vatios y sensaciones.

Nada, no hay manera de pillar una foto acoplado. Gonzalo, hay que enseñar a los fotógrafos dónde ponerse
Pero fue aproximadamente en el kilómetro 50 cuando sucedió lo que me temía. Ante la pregunta de “¿dónde está la gente?”, respuesta rápida… No me dio tiempo a pensarlo mucho cuando me vi desbordado por un pelotón de unas 30 unidades que me pasó por todos los lados a un ritmo muy superior al que yo iba. Pero ¿qué es esto? .... (bienvenido a la franquicia Ironman, Pelayín). No me podía creer lo que acababa de pasar… Parecía una escapada del Tour de Francia, pero con cabras. No es que no hubiera 12 metros de distancia entre bicis, es que iban, literalmente, tocándose las cornamenta. Ni en las peleas de venados durante la berrea van tan juntos unos cuernos ¡Manda cojones! Además, la situación de peligro que viví cuando todo el grupo me pasó fue bastante desagradable. Medio carril para circular y decenas de bicis pasándome por ambos lados no es plato de buen gusto. Tuve que pararme prácticamente porque me agobié ante la situación. Dejé que el grupo se fuera hacia delante y, como no quería tirar a la basura un mundial por pardillo, cogí la referencia del pelotón del Tour de Francia, apreté un huevo contra otro, y me puse a rodar, con el gancho, detrás de ellos, soñando con que apareciera la moto de los oficiales para repartir justicia. 

Nada, seguimos igual, que a rueda se va muy bien
Ir el último del grupo me permitía gestionar bien la distancia de drafting y, si bien es cierto, y admito, que entre el kilómetro 50 y el 65 hubo muchos momentos en los que me los iba comiendo y estaba a menos de esos 12 metros reglamentarios, siempre procuraba que corriese el aire con mis predecesores. Esos 15 kilómetros de persecución fueron estratosféricos en cuanto a ritmo y peligrosidad. 

Aquí hago un inciso y una reflexión para que todos los que “idolatran” las pruebas de la franquicia Ironman y critican a morir otro tipo de carreras, sepan que no es oro todo lo que reluce, y en este mundial se pusieron de manifiesto muchas carencias organizativas. Primero… ¿cómo en un Mundial con 4500 triatletas no puedes cortar el tráfico en ambos sentidos de circulación, siendo carreteras secundarias las que utilizan para la carrera? Y, asumiendo que no se puede cortar completamente el tráfico (como fue el caso) y que en teoría NUESTRO CARRIL, delimitado con conos y con un ancho de menos de tres metros, era eso, EXCLUSIVAMENTE UN CARRIL PARA LOS CORREDORES, ¿Cómo es posible que en 30 kilómetros haya tenido que adelantar a 12 coches (¡¡SÍ 12 COCHES!!) que iban metidos por dentro de los conos? Esperpéntico, lamentable y PELIGROSÍSIMO. Me quedo corto para describir las situaciones de peligro que se vivieron desde el kilómetro 50 hasta el final… Grupos de decenas de ciclistas de sangre caliente y en plena competición, metidos en una ratonera que encima estaba taponada con coches. Entonces, el “drafting” pasaba a un segundo plano, porque allí no había sitio para tanta gente y tanto obstáculo.

Vuelvo a la carrera porque me enciendo. Como iba diciendo, ir el último del pelotón me permitía gestionar los 12 metros de distancia con el grupo. Y tras mucho desearlo, en el kilómetro 65 llegó la moto, la tan esperada moto de los oficiales. Me empecé a frotar las manos porque se iba a hacer justicia de un momento a otro, y todos los triatletas que habían hecho 65 kilómetros en el “sillón de la reina” serían sancionados con tarjeta azul (5’ de penalización en un Penalty Box).

 ¿Sabéis cuantas tarjetas sacó el juez? NIN-GU-NA…. Sí señores, ni una sola y mísera tarjeta. Fue vergonzoso ver cómo se ponía en paralelo al pelotón, los miraba y no sacaba ninguna… No supe si reír o llorar, porque no entendía que no se sancionara a nadie ante tanta evidencia. 

Lo único bueno fue que la presencia de la moto hizo que el grupo se estirara, se disgregara y esa oportunidad tenía que aprovecharla. Ahora, sabiendo que nos iban controlando y que la velocidad de la gente iba a caer en picado, debía aprovechar para ganar posiciones. Empecé entonces a adelantar y adelantar y adelantar. ¡Qué sensación ver la cara desencajada de todos los que hasta entonces fueron chupando rueda, y la impotencia de no poder seguir haciéndolo! No se había sacado ninguna tarjeta, pero al menos se había metido miedo a la gente, y pude aprovecharlo.

Esta es casi la misma foto que antes, pero había que rellenar la crónica, que luego decis que tiene mucha letra y pocos "dibujos"
El segmento ciclista estaba llegando a su fin, era el kilómetro 82 y ya habíamos entrado en Chattanooga. Tan solo quedaba hacer la circunvalación de la ciudad y llegar a boxes para intentar reventarlo en la Media Maratón. ¡Qué bien iba todo! Puesto 37 a menos de 4’ del quinto y a 5’ del primero. Si me salía una media maratón a mi nivel iba a luchar por el pódium. 

A solo 5 kilómetros de boxes me puse a relajar piernas y a pegar los últimos tragos a los geles y al “Triforza Mixed Berries”, para llegar suelto a la carrera a pie. Y cuando menos me lo imaginaba, cuando ya estaba todo hecho, cuando me frotaba las manos por lo que estaba por venir… viví el episodio más injusto y de más mala suerte  que recuerdo haber tenido en una carrera. En ese momento de relax dos triatletas que me estaban rebasando por la izquierda (lógico, yo iba más despacio mientras bebía) se metieron a la derecha, justo delante de mí, casi tirándome y obligándome a frenar y pegar un pequeño bandazo… Pues bien, esos 5 segundos en los que estuve pegado a ellos fueron suficientes para que el “famoso” juez de la moto, que no quiso sacar ni una sola tarjeta al pelotón de antes, llegase por detrás y sin pensárselo me sacase tarjeta azul “¿¡CÓMO!? ¿¡ESTÁS DE COÑA VERDAD!?” Fueron las palabras que me salieron del alma en español en ese instante y que luego traduje al inglés para que me entendiese. Le pregunté que si era una broma que no tenía gracia, pero me dijo que no, que cuando el pasaba yo iba pegado a los dos de delante y que eso eran 5’ de sanción, a cumplir parándome en el siguiente “Penalty Box”.

 ¡A TOMAR POR EL CULO EL MUNDIAL! ¡Qué injusticia! Me hice los 4 km hasta el “Penalty Box” maldiciendo por lo alto y por lo bajo, completamente fuera de carrera, descentrado y de mala ostia. Me paré en la zona penalización, aun con la esperanza de verla “repleta” de triatletas, pero allí solo estaba yo y dos más. Me tocó pagar los platos rotos de un juez que tenía que pagarla con alguien. Me tocó ser el conejillo de indias y el “pringao” de este Mundial. Dos meses de preparación y un viaje de 10.000 kilómetros para acabar así ¡MANDA COJONES!

Los 5’ de sanción tuve que pasarlos de pie, sin poder moverme, ni estirar ni siquiera rascarme la nariz… No sé lo que dice el reglamento al respecto, pero allí me tuvieron como una estatua. Imaginaos lo que supone pasar de ir a mil pulsaciones a quedarte parado por completo 5’. Me corta el ritmo, enfrío y me quedo rígido. Tras cumplir la sanción llegué a boxes, ya en el puesto 62, a más de 10’ de cabeza de carrera y sin “cabeza” para intentar ninguna proeza.

Elástico como una goma...En fin, a una de estas parto en dos...
Hice la T2 con calma y mientras la hacía empecé a pensar… “¿por qué voy a tirar la toalla con 21 km por delante? ¿cuánta gente está detrás apoyándome y se merecen al menos que luche y termine con una media maratón digna?” Esa reflexión me hizo salir a correr con la intención de olvidarme de lo ocurrido, de pensar que ahí empezaba una nueva carrera y de que tenía tiempo de maquillar un resultado que no reflejaba para nada mi rendimiento. En bici, hasta la sanción, llevaba una media de 38,5 km/h, lo cual hubiera supuesto un tiempo en bici de aproximadamente 2h 20’, con más de 1000 metros de desnivel positivo y 260 vatios medios… Creo que son números para sentirse orgulloso. Ahora tocaba repetir rendimiento en la media maratón. 

Si te da por beber en todos los avituallamientos, pillas una empozada que ni a sidras en San Mateo
Salí fuerte y, aparentemente, las piernas pedían caña. El duro circuito que nos esperaba se hizo notar rápidamente. Tras un primer kilómetro llano, estrecho, con algún giro y con mucho tráfico de triatletas (ritmo de 3:28’/km), llegó la primer rampa. Todo el segundo kilómetro fue de subida y más o menos mantuve la intensidad, aunque el ritmo de ese kilómetro cayó a 3:48’/km. Antes de llegar al punto de giro para volver por el precioso paseo del río y única zona más o menos llana donde se podía correr, tuvimos una pequeña bajada en la que estaba puesto el segundo avituallamiento. Así como he criticado a la organización por la nefasta gestión del segmento ciclista, he de decir, que a efectos de avituallamiento estuvieron de 10. Había de todo y con muchos voluntarios, no solo dándote bebida y comida, sino también animando sin parar. El tercer kilómetro lo pasé a 3:30’/km, buen ritmo que me estaba haciendo remontar posiciones y que si lograba mantener me permitiría, seguro, luchar por una plaza de Top 20. En ese kilómetro 3 ya iba en el puesto 52. Diez posiciones ganadas en solo tres kilómetros era una buena señal, además de ir marcando el segundo mejor parcial de carrera a pie tras Michael Birchmore, a la postre claro vencedor de la carrera.

¡Manda narices! Mira que insistieron en que se viera el dorsal para identificar las fotos... ¡pues no! No sé por qué narices tenía que llevar la contraria...
Ya en el paseo del río marqué los siguientes dos kilómetros a 3:30’/km, todo según el guion establecido, hasta que, de repente, de un momento a otro, una ampolla apareció en el pie izquierdo, y me obligó a talonear un poco. Este fue el inicio de la excavación de mi tumba. Cambiar la técnica de carrera de forma radical tuvo sus consecuencias, y a penas un kilómetro más tarde... ¡ZAS! Un dolor agudo, un puntazo, como si me hubiesen clavado una aguja, en la inserción del talón con el tendón de Aquiles me hizo parar en mitad de una cuesta. Caminé unos metros y reanudé la marcha, cojo y con una rigidez en ese tendón que me hacía no saber cómo pisar.

Empezando el baile de "San vito"
Ni de talón ni de puntera, una mezcla entre patizambo y Chiquito de la Calzada. Parecía más una bailarina que un triatleta ¡Qué desastre! Cinco kilómetros me había durado la alegría, y pese a encontrarme en unas condiciones óptimas, cuando aparecen problemas de ampollas o lesiones te sientes como un león enjaulado. Crucé el primer puente como buenamente pude. Era ya el kilómetro 5 y mis esperanzas de remontada se esfumaban. De hecho, tenía dudas de ser capaz de terminar. Dieciséis kilómetros con dolores son muchos kilómetros. Traté de distraer la mente, fijarme en detalles del paisaje, de los triatletas, de los animadores. Pero dolía mucho ¡Joder, que si dolía! No estoy acostumbrado a lesionarme y la sensación de “querer no poder” es muy desagradable. La “rampona” de la Barton Avenue me sirvió para ganar algún puesto, pero en la bajada ¡ayyyyyy la bajada! Iba más lento que subiendo y me pasaba hasta el apuntador. 

Esto es marcarse un "Ibarguren" ¿no?


Poco a poco fui completando la primera vuelta. El paso por el mítico puente de madera, donde estaban Edu, Marta y mi madre animándome, fue una pequeña anestesia que me hizo ocultar los dolores. Inconscientemente corrí más rápido por esa zona, pero fue empezar la segunda vuelta y el tramo por donde no había público, y reaparecer los puntazos de dolor…

 “¡Solo quedan 7 kilómetros Pelayiiiin!” “Cada pasito más es un pasito menos hacia meta” …. Pequeñas frases con las que intentaba engañar a mi cerebro, pero de corto efecto. Llegué de nuevo al punto de giro y ya sí, empecé a pensar en que lo iba a conseguir, en que iba a ser “finisher” en un Mundial. Con eso me conformaba, viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos. Al paso por el primero de los puentes pude ver a Edu grabándome en directo y aproveché para hacer en vivo un pequeño resumen de la carrera. Sé que había mucha gente en España pendiente de mí y que no encontraban explicación ni a los 5’ extra de bici ni al bajón de rendimiento en la carrera a pie. Porque de correr a 3:30’/km había pasado a marcar parciales de en torno a 4:30’/km. Aun con todo, llegué a ponerme el 41º en el kilómetro 13, puesto que fue cayendo de ahí al final. 

Marcha de supervivencia. Media vueltina y"pa dentro"
Pero ya daba igual, el esfuerzo por llegar a meta hacía que cruzar esa línea fuera un premio. Aun así, viendo los resultados finales, da rabia darse cuenta de lo que se me había escapado. El quinto clasificado en meta, el británico Marton Cseik, me sacaba 1’ 20’’ en el kilómetro 72 de bici, último punto de cronometraje antes de la sanción. Él corrió la media maratón en 1h 20’ 37’’, por lo que me habría bastado con correrla en 1h 19’ para subir al pódium. Un ritmo teóricamente asequible (lesiones aparte). Con esto no quiero lamentarme, sino todo lo contrario, motivarme y darme cuenta de que sí tengo capacidad de, algún día, estar luchando por un sitio en el cajón de un campeonato de estos. Otro dato curioso es ver como no hace falta ser buen nadador para subir al pódium. El segundo clasificado, el alemán Timo Kuhlmann, salió del agua 4 minutos después que yo… así que no se puede dar por perdida tampoco una carrera, aunque no salga un buen primer segmento. Lecciones y reflexiones interesantes de cara al futuro.

Riverwalk. Un poco de sombra para disimular los 31 graditos

Traté de disfrutar de los últimos kilómetros, llevé a mi mente los recuerdos de estos dos meses preparando la carrera, de toda la gente que formó parte de esta aventura y llegué a la conclusión de que, solo por lo que me habían demostrado en este periplo hacia el Mundial, ya había merecido la pena cualquier gota de sudor. Y sí, con dolores, pero sí, pude disfrutar de esos últimos metros, del puente de madera, de las vistas que desde dicho puente se tienen de todo Chattanooga, de la bajada, de la alfombra roja, el icono de Ironman, de mis amigos, Edu y Marta y de mi madre, la primera animadora que vi en carrera y la última tambien, a escasos metros de meta. 

"¿Y si pongo esta moqueta en mi piso?"

"No, que no pega con el color de las paredes"

"¿o sí?"


C´est fini!
Un arco de meta con sabor agridulce pero que crucé con una sonrisa de oreja a oreja. Y es que no sería justo resumir un Mundial de Ironman 70.3 en solo números (puesto 46 y 4h 31’ 22’’ de carrera). Este Mundial fue mucho más que eso. Empezó hace meses y no termina en ese arco de meta, porque los números, al final se olvidan, pero los recuerdos quedan para siempre.

Todo sea por la medalla...

La 20 del mundo! CRACK Judith Corachán

Estamos pa salir de fiesta los dos. Bravo Julen

Un bahreiní de tez blanca. Mikel Calahorra, un places y ¡a por todas en Kona!



GRACIAS INFINITAS A TODOS LOS QUE HABÉIS FORMADO PARTE DE ESTA EXPERIENCIA.