domingo, 29 de diciembre de 2019

CARRERA DE NOCHEBUENA DE GIJÓN: El turrón y los refugiados volvemos por Navidad


Cada 24 de diciembre, Gijón se llena de corredores populares. Algunos vienen a por el Papá Noel de chocolate, otros a darse candela y los que más, a reencontrarse con su gente y celebrar la Navidad haciendo deporte. Yo me siento representado en los tres aspectos. Desde hace ya muchos años, la carrera de Nochebuena ha sido el punto de unión del atletismo asturiano antes de las San Silvestres. Hay algo en ella que la hace especial, y este año más todavía. Hace 8 meses que me fui a vivir a California; demasiado tiempo desde la última vez que pisé la “tierrina”, y hay muchas cosas que se echan de menos cuando vives a miles de kilómetros. Poder juntar las ganas de volver a casa, con la afición que da sentido a tu vida es el mejor homenaje que uno puede darse a sí mismo. Este año, independientemente del estado de forma, o de las ganas, había que estar en Gijón. En realidad, ganas eran muchas, y eso eclipsa cualquier déficit de entrenamiento.


La última competición que hice fue el pasado septiembre, en el Mundial Ironman70.3 de Niza. No salió como esperaba, pero me dejó más ganas de volver a intentarlo. Desde entonces focalicé mis entrenamientos en potenciar tres aspectos: fuerza, técnica y velocidad; tanto nadando, como en bici y corriendo. Comencé la pretemporada con el objetivo de construir una base sólida capaz de soportar todo lo que vendrá en 2020. Las carreras de Navidad no eran un objetivo per se, aunque nunca voy a renunciar a ellas. Pero las buenas sensaciones de inicio de pretemporada se torcieron a principios de noviembre. Cuando la preparación iba sobre ruedas, cuando mejor me estaba encontrando ¡zas! Una lesión en la planta del pie me deja sin correr tres semanas. La única razón para no correr en Navidad era estar cojo, y se estaba cumpliendo. Pero a principios de diciembre el pie me dio la señal de estar listo para probar.

Con poco más de dos semanas de trote muy prudente para no volver a recaer, llegó el 24 de diciembre. Si el año pasado corrí esta carrera pasadísimo de peso, este año llegaba con la incógnita de saber cuánto partido le podía sacar al entrenamiento transversal de piscina, bici y gimnasio. Los trotes de las dos semanas previas poca información me podían dar, así que tiramos de “experiencia” para generar una confianza en mis posibilidades de correr rápido sin un sustento sólido.

El día 24 de diciembre amaneció despejado y fresco, unas condiciones óptimas para correr. Hace muchos años que no recuerdo una carrera de Nochebuena con mal tiempo. Esta carrera, como digo, también es sinónimo de reencuentros. El primero, Miguel, que otro año más me compaña a Gijón, con la idea de mejorar su marca e intentar correr los 5 km de carrera a un ritmo inferior a de 3:30’/km. Los minutos previos a la salida son un constante “saluda y abraza”. Creo que he calentado mejor la lengua y los brazos que las piernas, pero bueno, esto lo “guapo” de esta carrera.


A las 11 formamos los más de 2000 participantes por detrás de la línea imaginaria de la que yo también era partícipe. Que no llegue en forma no quiere decir que no vaya a competir con todo, y salir en primera fila es un requisito si se quiere optar a algo. Cuenta atrás de 5 segundos… y ¡comienzan los 5 km más rápidos y agónicos del año! Como siempre, la salida es un caos. 


Sin querer te ves engullido por un gran pelotón que rueda a menos de 3’/km los primeros metros. Intento no calentarme, pero es imposible. Noto como los cuádriceps se van cargando de ácido láctico los primeros segundos de carrera y decido ser prudente. La cosa no se despeja hasta el primer kilómetro, donde consigo espacio para correr solo. En ese instante tengo la sensación de estar a punto de explotar. Ritmos totalmente desconocidos, que mis piernas no identifican como familiares, son los culpables. Voy ciego, pero pienso que van a ser solo unos minutos y eso me permite seguir coqueteando con el umbral del dolor, “casi” insoportable. 


Al paso por el kilómetro 1 se forma un grupo por delante con gente de la Universidad de Oviedo. Yo me quedo en el siguiente, donde va la primera chica y otros atletas conocidos como Manu Álvarez Prado. Me engancho detrás como un pez al anzuelo y giramos la glorieta de vuelta hacia las Mestas. Pequeña subida del kilómetro 1,5 al 2 que me hace perder unos metros. 


Consigo recuperar el espacio perdido y antes de la curva a la derecha hacia el Molinón levanto la vista y veo que varios del primer grupo se están quedando. Coincido con Juan Ojanguren, una alegría verle de nuevo a ese nivel, y sigo para delante. El tramo de ida y vuelta hasta el Molinón se me hace eterno. Me descuelgo de Manu y a su vez abro un pequeño hueco con los de detrás. Paso por una pequeña y rara crisis. Por un lado pierdo comba por delante, y por otro, consigo margen por detrás.


Llegamos al último kilómetro y no tengo cambio. Espero a falta de 700 metros, y tampoco, espero al 500, pero ¡qué va! Mientras tanto, me quedo solo en tierra de nadie. Entro en el velódromo, últimos 300 metros, y veo un crono que marca 14’:55” ¡Joder! ¡Voy a bajar de 16! Es ahí cuando saco un poquito más e intento esprintar contra mi mismo (porque al lado no tenía a nadie) consiguiendo entrar en meta en 15’:49”, a 3:09’/km y en el puesto 15 de la general, pegado al grupo que me precedía pero al que no llegué a adelantar.


¡Qué alegría más tonta te genera esto de correr! Ni de coña me hubiera imaginado rodar a esos ritmos. La duda sobre el efecto de la transversalidad de entrenamiento queda resuelta ¡SIRVE! Quizás no para ganar, pero sí para rendir casi al mismo nivel que cuando entrenaba específicamente atletismo para estas carreras. El chute de motivación es grande, y el de confianza más. Gijón vuelve a ser el punto de inflexión de unas Navidades que prometen ser disfrutonas.

…y que dure…