jueves, 8 de agosto de 2019

IRONMAN 70.3 SANTA ROSA: Una carrera mental y otro slot a la buchaca


¡Qué envidia me da Estados Unidos! Hay algo fundamental que deberíamos aprender de este país en relación con el deporte, y en concreto con el triatlón: el respeto que se tiene a todos y cada uno de los participantes de una carrera, del primer “pro”, al último grupo de edad, en reconocimiento al esfuerzo de cada uno. Cuando ganas una carrera en Grupos de Edad en Estados Unidos, te sientes valorado; cuando ganas una carrera de Grupos de Edad en España, casi tienes que pedir perdón. Aquí, en América, se sabe reconocer el mérito de cada deportista, acorde con su nivel y capacidades. Dejé España habiendo competido en 2017 por última vez, y con la idea de que correr en grupos de edad era un desprestigio absoluto. Dos carreras en USA me han servido para darme cuenta de lo bonito que es disfrutar del deporte compitiendo de tú a tú con gente de un nivel alto, no profesional, y ser reconocido por ello. Aquí no se vende humo, si eres el campeón “amateur” de una prueba eres las dos cosas: “campeón” y “amateur”.

Quería hacer esta reflexión antes de entrar en la crónica del Ironman 70.3 de Santa Rosa para, por un lado, animar a todos esos grupos de edad que se matan a entrenar día a día y que cuando consiguen un resultado destacado siempre les dicen eso de “no sé por qué compites en grupos de edad…”, “ganar en grupos de edad es engañarse…” o “tenías que correr en Elite…”. Señores, dejemos las envidias de lado y seamos sensatos. Ni el 90% de los teóricos Élite, ni ningún grupo de edad vivimos de esto, por tanto ¡que cada uno corra donde le salga de las pelotas y que sea feliz! Nadie es mejor o peor que otro por correr en una u otra categoría.

¡GRACIAS RICARDO!
Dicho esto, tras reengancharme a los triatlones en el 70.3 de Victoria y conseguir el pase, in extremis, para el Mundial de Niza (8 de septiembre), vi que el 70.3 de Santa Rosa podía ser una buena forma de mantener encendida la llama de la motivación. Fueron dos meses de preparación entre ambas pruebas, en los que me centré, sobre todo, en mejorar la bici, y en los que hubo días de entrenamiento realmente buenos. Si los números no engañan, llegaba a Santa Rosa en el mejor estado físico y mental de mi vida, sobre todo esto último, el estado mental. Estar motivado es la pieza que a mucha gente le falta para rendir al 100% de su potencial. Estos meses he conseguido llegar a ese estado de motivación que te hace creer que no tienes límites, pero eso hay que demostrarlo luego en carrera.


Santa Rosa es una localidad californiana al Norte de San Francisco, muy cerca del famoso “Napa Valley”, donde los viñedos cubren casi la totalidad de su superficie y el sector vinícola es la base de su economía. El mejor vino de Estados Unidos sale de allí, y los paisajes por donde discurría el triatlón hacían honor a dicho reconocimiento. Al ser una carrera relativamente cerca de casa (unas 3 horas de coche) no fue necesario preparar el viaje con mucha antelación. Competíamos de sábado, y el viernes subimos para allá. El día previo siempre es bastante ajetreado. Primero había que recoger el dorsal en la ciudad de Santa Rosa, donde estaba la T2 y la meta. Luego había que conducir 45’ hacia el Norte hasta el lago Sonoma, donde estaba la T1, para dejar la bici. Me pareció un sitio precioso, y, aunque las carreras con dos transiciones siempre son un desafío logístico, en este caso merecía la pena por el hecho nadar en un enclave como ese. Tras hacer el check-in, me metí al lago a dar unas brazadas y pude comprobar de primera mano que la temperatura del agua estaba ligeramente por debajo de la temperatura de permisividad de neopreno ¡Menos mal! No obstante, tocaba rezar por la noche para que el día siguiente no subiera ese gradito que nos hiciera nadar sin mi “salvavidas”. A las 19:00 ya me recogí en el hotel, y una hora más tarde estaba haciendo el gran esfuerzo de dormir, porque la alarma del sábado iba a sonar a las 3 de la mañana. A las nueve de la noche conseguí sumergirme en el mundo de los sueños. Aun así, cuando sonó la alarma, me dio la sensación no haber dormido suficiente. Oír el despertador tan temprano, mirar por la ventana y verlo todo oscuro, hace que te preguntes que quién cojones te manda meterte en estos jaleos… luego se te pasa.

Salí del hotel a las 3:45 am, y llegué 15 minutos más tarde a los autobuses que nos llevarían al lago. En ese trayecto de 45 minutos en el que solo viajamos con lo justo para competir, puedes empaparte del ambiente de triatlón que se respira, de los nervios, de la ilusión… Me senté al lado de un neoyorquino, debutante tanto en la distancia como en triatlón. Me encantó conócele, charlar con él y ayudar a quitarle un poco los nervios del debutante. No volví a saber más de él, pero estoy seguro de que se lo habrá pasado como nunca. ¿Veis? De estas cosas os hablo. En el autobús había de todo, pros, amateurs buenos, malos, regulares… pero todos camino de lo mismo. En ese momento te mimetizas con el entorno y te sientes uno más de la gran familia tratlética. Sin duda un ambiente sensacional.


Llegamos a la T1, y el enclave de la natación nos regala unos de los amaneceres más bonitos que haya visto nunca, con un cielo rojo fuego hipnótico. A las 5:30 am éramos más de 2000 personas en boxes, terminando de colocar el material, compartiendo estrategias y con ganas de empezar. En la transición me encontré con Alberto, compatriota español, amigo del mundial de Chattanooga y que vive en San Francisco. También está clasificado para Niza, y en Santa Rosa iba a dejar el pabellón español bien alto en su grupo de edad, 30-34. De mi grupo no conocía a nadie. Éramos unos 150 y, por lo que se ve, siempre es el grupo de edad más potente en media distancia. Aun sin conocer a los rivales podía asegurar (y no me equivoqué) que el Top 5 iba a estar muy complicado, pero yo sabía que llegaba en mi mejor momento, así que solo tenía centrarme en mí y preocuparme de rendir al 100%. Es lo bueno de las carreras de fondo, importa más centrarse en uno mismo que en los demás, aunque luego, durante el transcurso de la misma, se den momentos puntuales en los que te bates el cobre de tú a tú con otros competidores.


A las 6:30 am me dirigí hacia la rampa de la natación, al mismo tiempo que daban la salida a los pros masculinos. Conseguí hacerme hueco entre la multitud y coger sitio en las primeras filas. Aunque la salida era “Rolling start” (en tiempo empieza a contar cuando cruzas la alfombra del chip) siempre es mejor salir por delante y asegurarse estar en la pelea desde el principio. Los primeros puestos estaban copados por triatletas del equipo “Every Man Jack”, muchos de ellos de mi categoría, confirmando lo dicho anteriormente, el nivel del grupo de edad 25-29 era altísimo. Me coloqué entre ellos, Alberto también, y empezaron a dar la salida a las 6:45 am. Al estar en quinta fila tardé poco en echarme al agua en una natación que finalmente iba a ser con neopreno y que iba a tener un invitado inesperado, presto a aguarme la fiesta: la niebla. Y es que se había formado una capa de un par de metros de espesor sobre el lago que limitaba la visibilidad cuando estabas nadando a la altura de la superficie del agua. Aunque Ironman coloca boyas cada 100 metros, costaba mucho ver la siguiente. Al contrario que en Victoria, esta vez el nivel de natación de los que salieron conmigo era mayor, y no solo no podía seguir a nadie, sino que también me empezaron a pasar los que habían salido por detrás. En medio del descontrol y al ver a mucha gente saltarse boyas descaradamente, me entró algo de ansiedad me volví un poco loco (¡Error! Pase lo que pase alrededor has de hacer tu carrera, Pelayo). Tardé en encontrar mi brazada y relajarme, cosa que conseguí tras el primer giro de derechas, pero la niebla y la soledad hicieron que me perdiera y tuviese que parar a reorientarme. ¡Menudo caos!

Fui siguiendo las boyas yo solo, como pude, con unas ganas enorme de salir de “mordor” y coger la bici. Tenía la sensación de estar haciendo una natación horrible, pero al tocar tierra y ver 28’ en el reloj, me di cuenta de que tampoco había sido un desastre. Con el obstáculo del agua superado nos dimos de bruces con otra emboscada: la transición. Desde el agua hasta la T1 había que salvar un desnivel de 70 metros en 650 metros de distancia, es decir, subir una rampa corriendo de más del 10% de pendiente. Como el mareo habitual en mí al salir del agua, me sufrí más de la cuenta subiendo al trote la rampa, y llegué a boxes atufado y desorientado. Esto hizo que me costase la vida coordinar algo tan sencillo como poner el casco y las zapatillas. ¡Cinco minutos de transición! ¡Qué barbaridad! Cinco minutos desde que salí del agua, hasta que pude subirme a la bici.


Empezaba ahí el segmento que más ganas tenía de hacer para poner en valor el progreso visto en los entrenamientos. Salí decidido del lago, con media sonrisa de “voy a reventarlo”, pero la sonrisa me duró un suspiro, lo mismo que tardé en coger el primer bache, en la junta del puente, pegar un bote y ver salir volando mi bidón con la mezcla hidratos de carbono y sales. ¡Otra vez no! Y ya van más de cinco carreras en las que me pasa. Como era en bajada, los 10 segundos que tardé en decidir si parar o no parar hicieron que me pasase 400 m del lugar donde había perdido el bidón. Finalmente di la vuelta, consciente de que no podía hacer la bici sin hidratos ni sales desde el primer kilómetro, pero mi gozo en un pozo cuando al encontrarlo veo que está sin tapón y vacío. ¡Qué putada! Casi dos minutos perdidos y por delante una carrera de supervivencia, sin comida. En vez de venirme abajo me lo tomé como un reto. No me gusta dar nada por perdido, y menos cuando todavía tienes 90 km de ciclismo y 21 km de carrera a pie para darle la vuelta a la tortilla. Además, seguía en competición, igual que los que en ese momento me rodeaban, ¿qué es eso de tirar la toalla? ¡Con dos cojones a luchar hasta el final, hombre! Diría, incluso, que salí reforzado moralmente tras el incidente, fue como una liberación, de repente sentí que no tenía nada que perder, así que abrí gas y que fuera lo que sea.


Los primeros dos kilómetros bajando del pantano eran rapidísimos, pero enseguida la carretera se puso rompepiernas. En el primer tramo llano comencé a adelantar triatletas con bastante diferencia de velocidad. Las piernas iban, y la cabeza estaba desatada. A los 10 km afrontamos la primera subida, con rampas de hasta el 8%, y donde seguí pasando gente. Subiendo me noté muy bien, y creo que es ahí donde más rendimiento puedo dar en la bici. Perdí la cuenta del número de competidores que había rebasado, pero ya empezaba a notarse más limpia la carretera. Alguno de ellos de equipos punteros como Every Man Jack o el Olimpic Triathlon, señal que las cosas iban por buen camino. De inicio, el circuito de bici se desvía unos kilómetros hacia el Norte para luego coger sentido Sur, hacia Santa Rosa, topándonos en el kilómetro 15 con el primer avituallamiento de obligatoria parada para mí, pues dependía de ellos para asegurar la hidratación. Conseguí coger un Gatorade, beber parte y volcar algo más sobre el bidón delantero. La mitad del bote me lo tiré encima, pero bueno, al menos había conseguido pillar algo. 


Tras el tenso avituallamiento, de nuevo me escondo entre los acoples de mi Orbea y sigo dando pedales. Al fondo avisto a un grupo de 4 que van rodando bastante juntos. Tardo poco en llegar a ellos y sin pensarlo, los adelanto a todos de golpe. No me creo que yo sea capaz de hacer esto en bici. Intuyo que me van a intentar coger la referencia y seguirme, pero no, un kilómetro después de pasarles ya estoy solo de nuevo. ¡Genial! Rondaba el kilómetro 20, y el terreno era rompepiernas, con repechos cortos, y un asfalto horrible, que daba la sensación de ir montado en una batidora. En ese momento comenzó el juego mental más duro del segmento ciclista. En las largas rectas podía intuir, al fondo, una pequeña mancha azul del triatleta que me precedía. Sin volverme loco y sosteniendo unos 270 watios, me iba acercando a él. Pero, tan poco a poco, que no fue hasta el kilómetro 45 cuando por fin lo tuve a tiro. Coincidió, cómo no, con una subida corta y dura. Pese a haberme costado la vida llegar hasta él, di por hecho que tenía más ritmo, así que en la subida lo pasé y seguí a lo mío, pensando que me iba a quedar solo de nuevo, pero no fue así. En el primer llano después de coronar, Justin Riele (que así se llama el chico), de Every Man Jack, me devuelve el adelantamiento y se pone delante. Curioso, yo iba con la misma percepción de esfuerzo que me hizo llegar hasta él, ¿y ahora parece que quiere tirar? Pues estupendo. No tengo ningún problema en dejar que tire. Yendo detrás, aún en distancia de no drafting, se va muchísimo más cómodo. Tras comprobar que íbamos a la misma velocidad que cuando yo tiraba, pero con mitad de esfuerzo, no tuve duda de que esa era la mejor situación de carrera que podía darse. 


Los watios bajaron, pero el ritmo no, y los kilómetros iban pasando. Además, seguimos pillando y dejando atrás a triatletas, entre ellos algún compañero suyo de equipo. Con la comodidad que da ir siguiendo una referencia en la bici, las pulsaciones bajaron y el cerebro empezó a funcionar mejor. Buen momento para hacerme una idea de cuál era la situación de carrera, pues desconocía el número de triatletas que llevaba delante. Esto se produjo en torno al kilómetro 65, donde había un tramo de ida y vuelta. Nada más entrar en ese tramo nos cruzamos con un grupo compacto de 5, donde va Alberto ¡JODER! ¡NOS SACAN 4’! Lo mismo debió de pensar Justin, porque nada más cruzarnos con ellos metió una marcha más y durante 10 kilómetros me llevó al límite. Me vino bien despertar del letargo, además, seguro que les estábamos reduciendo diferencias. Las piernas respondían al cambio de ritmo de Justin, lo cual era buena señal, aunque se acercaba el momento de correr. Una vez más, si quería meterme en el pódium y optar a slot para el mundial, iba a necesitar hacer una carrera a pie sin errores, casi a mi 100%.


Entramos en Santa Rosa y la llegada a la línea de desmontaje me pilla un poco despistado. Solo me da tiempo a descalzarme la zapatilla derecha; la izquierda se me queda en el pie, y “me hago la picha un lío” para sacarla. Corro por la transición con una zapatilla en la mano y la otra en el pedal… ¡Pareces nuevo en esto, Pelayín! El box se me hizo larguísimo y duro, por tener que correr descalzo por un asfalto caliente que me dejó los pies medio KO. Aun así, conseguí ser un poco más rápido que Justin dejando la bici y llegar a la bolsa de la T2 antes que él, pero ahí me volví a liar. Vacío la bolsa, y el ansia me puede. No sé qué ponerme antes, si el calcetín, la gorra, el dorsal… Acabo perdiendo unos segundos cambiándome, mientras veo que Justin sale a correr. Y para colmo, cuando consigo terminar, tengo la brillante idea de empezar la carrera a pie con la bolsa en la mano ¡Estoy “sembrao” hoy! Por suerte me doy cuenta antes de cruzar la banda del chip y rectifico. Empiezo a correr el 9º de todos los grupos de edad y el 6º de mi grupo, 15 segundos detrás de Justin (¿alguna duda de cuál es el grupo más potente en media distancia?).


Empieza mi parte fuerte, y al contrario que en Victoria, donde comencé tranquilo, aquí salí demasiado enchufado. Es increíble cómo se le olvidan a uno los problemas y re-conecta con la carrera de esa forma. Sin acordarme de que llevaba un déficit de alimentación, hice los primeros metros con una sola palabra en la cabeza: remontar, remontar y remontar. Tardé solo 500 metros en llegar a Justin, pero al pasarle se pone detrás. No me importó marcar el ritmo un rato, sabía que no era sostenible y los 21 km acaban poniendo a cada uno en su sitio, pero hombre, pasar a 3:15 el primer kilómetro y verle pegado a mi espalda me hizo pensar que iba a ser un rival a tener en cuenta. Falsa alarma. De un instante para otro mi compañero de viaje desapareció, puso su ritmo y yo seguí solo. ¡Empieza la caza!

Octavo puesto parcial, quinto de mi grupo en ese momento. Cinco de los ocho que me precedían eran los mismos que me había cruzado en bici y con los que tenía referencias. Sabía que si conseguía contactar con ellos iba a adelantar 5 puestos de una tacada. El primero cayó antes del kilómetro 2. Después, el circuito se mete de lleno en un paseo sombrío paralelo al río, donde las rectas me permitieron ver al siguiente rival, en este caso el triatleta de Every Man Jack, Brian Oneil. Poco después de superarle, vislumbré la mancha roja del tritraje de Alberto. ¡Qué carrerón estaba haciendo! Me costó más llegar a él que a los dos anteriores, y no lo hice hasta el kilómetro 5. Le animé, me animó y me dijo que tenía a tres por delante. Al menos uno de ellos estaba a tiro, Eric Abbott, a quien conseguí pasar en el kilómetro 6. 

Con tanto adelantamiento no me había preocupado de otra cosa que no fuera pillar gente, ni del ritmo, ni de comer ni de nada. Me había saltado 3 avituallamientos, y en el siguiente tenía que coger agua sí o sí. Empezaba aquí la parte más dura del día. Por delante había un vacío de 6 min 30 segundos con el segundo clasificado, Davis Frease, y 7 minutos con el primero, Jan Stopinski, ambos de mi grupo de edad. Era tal diferencia de tiempo que no me planteé ir a por ellos, simplemente debía concentrarme en mi ritmo, sufrir en soledad y tratar de evitar el desfallecimiento. Llegué al kilómetro 10 con un ritmo medio de carrera inferior a 3’30” /km. Ahora había que volver por el otro lado del río y con pendiente ascendente, condiciones idóneas para empezar a sufrir una pequeña crisis. La gasolina se me estaba acabando, y era solo el kilómetro 11 ¡Joder lo que iba a tocar sufrir! En caso de seguir a 3:30 la explosión podía ser monumental, así que para evitar un desfallecimiento bajé mucho el ritmo, puse la marcha de supervivencia y fui restando metros muy poco a poco. Además, la temperatura ambiente era de más de 30 grados y el camino de vuelta a penas tenía sombras. Todos los ingredientes para una gran petada. 


Haciendo un esfuerzo descomunal para correr a 3:50, conseguí pasar a varias chicas pros y a algún chico que iba tocado, pero los de mi grupo de edad aún me sacaban mucho. “Bueno, tercero no está mal”, pensaba. Cada paso era un cachito menos para llegar a Santa Rosa y cruzar la meta, pero antes de salir de la zona del río, la carrera me tenía preparada una grata sorpresa ¡Davis Frease estaba a tiro! No esperaba que en el kilómetro 19 se me presentara esa oportunidad, la oportunidad de alcanzar un nuevo slot para el mundial 70.3 de 2020 y la oportunidad de subir un escalón en el pódium. Forcé la máquina y lo adelanté tratando de mantener el ritmo alto para que no pudiera hacer el amago de seguirme. La verdad es que no reparé mucho en las condiciones en las que se encontraba Davis, pero olía a explosión, porque al poco de pasarle ya ni siquiera le veía al mirar hacia atrás. 


Termino la parte del río y paso por delante del último avituallamiento, donde los voluntarios animaban como si me conocieran de siempre, al igual que los triatletas con los que me iba cruzando. Últimos metros, giro a la izquierda y veo la alfombra de Ironman. Esta vez la recorro con tranquilidad, saboreando la carrera y entrando en meta ¡SEGUNDO AMATEUR Y DECIMOTERCERO DE LA GENERAL! y sobre todo muy satisfecho de haber sabido sobreponerme a los imprevistos que fueron surgiendo y no desconectar nunca de la competición. Me llevo una lección de Santa Rosa: En carreras de 4 horas, NUNCA hay que tirar la toalla, siempre hay tiempo para arreglar los problemas que surjan.


EL ganador Jan Stopinski, me sacó 5’, y yo le saqué 2’ al tercero. Entre los 10 primeros amateurs entramos 8 de mi grupo de edad ¡ALUCINANTE! Cada vez se pone más cara la categoría y cada vez es más difícil conseguir un slot para un mundial.

Y hablando de slots… ¡HABEMUS CLASIFICACIÓN PARA EL MUNDIAL 70.3 2020! Siiiiiiii ¡¡OTRO SLOT PARA CASA!! Con el segundo puesto me aseguraba el pase al Mundial de 2020 en Taupo, Nueva Zelanda.

 ¡Quién me iba a decir hace dos meses que en ese tiempo tendría la clasificación para los mundiales de 2019 y 2020!




No puedo estar más feliz, pero sobre todo agradecido. Agradecido a la persona que me rescató de mi letargo no competitivo, supo afinar el piano y dar en la tecla para, no solo ponerme en el mejor estado de forma posible, sino por hacerlo también en el ámbito mental, sabiendo adaptar el día a día a mis virtudes y a mis debilidades. ¡Gracias Ricardo Lanza! Desde fuera puede parecer que es fácil entrenarme, puedo dar la imagen de persona seria y que siempre cumple con lo que le mandan, pero la realidad es bien distinta. A mi entrenador se lo he puesto cada vez más difícil hasta conseguir, a día de hoy, una compenetración casi perfecta, en la que cada entrenamiento aprendemos algo, tomamos nota y procuramos aplicarlo en el siguiente. El tándem Ricardo-Pelayo está funcionando mejor que nunca, así que, míster, esta clasificación te la dedico. ¡Seguimos aprendiendo!



¡NOS VEMOS EN NIZA!

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