Han pasado dos meses
desde que viviera la aventura americana del Ironman 70.3 de Santa Cruz. Dos
meses que sirvieron para decir adiós a la temporada 2016 y abrir el telón de
2017. Por el medio fueron cuatro las semanas de desconexión deportiva, en las
que me olvidé de la efectiva, pero dura, dieta del míster Juan Carlos Llamas y
en las me dediqué a comer todo lo que no pude probar durante el año. El
resultado final: unos kilillos más de felicidad y una recarga de pilas para
arrancar un nuevo año lleno de objetivos e ilusiones que detallaré en otra
entrada del blog.
Y para no dilatar más el motivo de esta crónica,
tras tres semanas y media en vereda, con duros y productivos entrenamientos,
puse rumbo a Bélgica, buscando estrenar temporada junto a mi amigo Pablo
Ibarguren, con la Media Maratón de Kasterlee, la undécima de su reto "12
Medias, en 12 Países en 12 Meses". Es la segunda en la que le acompaño
tras Dublín, y en esta ocasión Dani Lanza también formó parte del equipo
"ibargurense"; los tres dispuestos a emular las clásicas ciclistas
del país. Porque allí, ni las medias maratones, habitualmente pruebas
atléticas de asfalto y largas rectas, son normales. La épica suele ir de la
mano en el territorio belga, y el frío y lluvioso pueblo de Kasterlee iba a ser
el escenario de una lucha entre el barro más propia de un cross o, como digo, y
siguiendo el símil ciclista, como una clásica adoquinada de las que por aquí se
disputan.
El viernes por la
tarde llegué a Lovaina, donde un "ovetense por el mundo" y buen amigo, Fernando, me recibió y acogió
en su casa. Aunque las tres semanas de entrenamientos que llevo las había
seguido a rajatabla, cuidando las comidas y los descansos, en Lovaina me
esperaba un pre-carrera un poco ajetreado. Una fiesta en casa de Fer durante la
noche del viernes al sábado me hizo olvidar todo y desconectar, quizás
demasiado, del objetivo con el que había ido a Bélgica. El día siguiente y con
el cuerpo bastante machacado de la fiesta, me reuní con Pablo y Dani para
dirigirnos a Kasterlee y pasar allí la noche previa a la prueba.
Recogimos los
dorsales y nos informamos bien de quienes eran los corredores más rápidos y
favoritos para la media maratón. Me resultó curiosa la seguridad con la que uno
de los organizadores de la carrera daba por hecho que el primer puesto estaba
asignado a un tal Seppe Odeyn, máximo favorito ante la ausencia de Bart Borhgs,
ganador en 2015. La curiosidad por saber algo más del supuesto futuro ganador
me hizo rebuscar en google y toparme con su palmarés. Efectivamente, este chico
belga cuenta en su haber con un Oro en el Campeonato del mundo Élite de Duatlón
de Larga Distancia de este mismo año o con un 5º puesto Elite en el europeo de
Duatlón Cross de Castro Urdiales del pasado año. Sin duda, la afirmación del
buen hombre de la organización estaba fundamentada y por mi parte no quedaba
otra que descubrirse ante el mejor duatleta belga en la actualidad y sentirse
afortunado de intentar, al menos, ponérselo difícil.
Amaneció lluvioso y
frío el domingo en Kasterlee. Los tres grados de temperatura y una fina cortina
de agua que había caído durante toda la noche le darían un tono más épico, si
cabe, a la carrera. Con tiempo suficiente nos acercamos en coche hasta la
salida, nos abrigamos bien y calentamos al trote junto a los aproximadamente
2000 participantes. ¡qué moral tiene la gente aquí! Si tengo que entrenar día
tras día con este frío y este tiempo veo más posibilidades de acabar haciéndome
jugador profesional de cartas que atleta.
A menos de 10
minutos para la salida me dispuse a colocarme entre la muchedumbre, lo más
adelante posible. Para ello me colé, saltando una valla, y conseguí un hueco en
segunda fila, aprisionado entre corredores y otra valla delantera. Demasiado
tiempo parado, pensé, pero como iba a ser igual para todos no le quise dar más
vueltas a dicha circunstancia. A falta
de dos minutos para salir vi que por delante de la valla donde yo estaba encerrado
empezaban a colocarse corredores que venían directamente del calentamiento
¡Mierda! ¡Había cajón de salida y no lo sabía! Con todo el morro volví a colar y,
por suerte, nadie me dijo nada. Al menos así evitaba perder unos segundos en la
salida o arriesgarme a ser empujado. Un minuto para el pistoletazo y sin querer
me vi en primera fila. Giré mi cabeza a la izquierda y allí estaba el crack
belga, concentrado para darlo todo.
El pistoletazo de
salida, acompañado de una lluvia de confeti, dio paso a unos primeros metros
frenéticos. Me vi desbordado y sobrepasado por unas 20 o 30 personas, que
arrancaron como si la carrera se acabase a los 200 metros.
"Tranquiiiiilo" me iba diciendo. Los entrenamientos de los días previos
me aseguraban poder correr cómodamente a 3:30, pero un exceso al principio de
una carrera tan larga te puede hipotecar el resultado. Completamos el primer
kilómetro por un asfalto mojado y lleno de charcos. Preferí no mirar el reloj,
pero sabía que estaba yendo por debajo de 3:20, y aún así me había quedado
descolgado del quinteto cabecero que lideraba la carrera unos 20 metros por
delante.
La alegría de correr
por terreno duro duró poco... Sabía que el 90% de la carrera transcurría por
caminos, pero lo que no me esperaba era el barrizal que nos encontramos. Barro
hasta las rodillas y charcos como lagunas... ese era el panorama que tendríamos
que librar en lo que quedaba de prueba. El segundo y tercer kilómetro por
terreno ya fangoso, me permitieron acercarme a ese quinteto de cabeza y ponerme a cola de grupo. Un belga
de camiseta amarilla y el favorito, Seppe Odeyn, parecían los más fuertes del
grupo, mientras que los otros tres daba la sensación de que habían salido muy
por encima de su ritmo.
Curva tras curva,
charco tras charco y barrizal tras barrizal, fueron pasando los kilómetros.
Como lugares anecdóticos de paso de la media estuvo cruzar la banda de un campo
de fútbol mientras se disputaba el partido, teniendo que saltar un muro de
tierra para volver al camino (totalmente surrealista) o atravesar una zona de
huertas, cabañas, portillas... Y entre medias, cada vez que el camino cruzaba
una carretera, se veía a mucho público animando. Al parecer, el circuito estaba
montado de tal forma que los espectadores podían moverse por carretera e ir
viéndonos en varios sitios. En el kilómetro 5 ya solo quedábamos los tres que
antes mencioné en cabeza, además de un chico francés que llegó desde atrás y
enganchó con nosotros. Viéndole la pinta, se podía intuir que sería uno de los
rivales más duros.
Preocupándome más de
guardar el equilibrio que de correr rápido, llegamos al ecuador de la carrera,
donde un avituallamiento líquido nos esperaba. Mi torpeza extrema a la hora de
coger el vasito hizo, no solo que se me cayera todo el agua, sino que perdiera
el gel que llevaba en la otra mano... ¡Cojonudo! Otra carrera en la que pierdo
la comida. Daba igual, no iba a poder meter mi gel del kilómetro 14 pero había
que olvidarse de ello y centrarse en correr. Al poco de perder el gel, Seppe
Odeyn tuvo un susto. En una de las curvas se fue al suelo, y unánimemente, los
tres que le acompañábamos, bajamos el ritmo y le esperamos. Con un simple
"ok" por su parte, se abrió la veda de nuevo.
Ya estábamos en el
kilómetro 15 y las hostilidades aún no habían comenzado. Tras uno de los
"tropocientosveinticomil" cambios de sentido, nos encontramos con un
cartel que decía: "Col Hoge Mouw". Cualquier duda sobre lo que
aquello significaba quedó resuelta de inmediato cuando el camino se puso
pendiente y al barro se le añadió la dificultad de tener que superar esas
rampas, cortas, pero matadoras. Odeyn atacó en la subida. No entré al trapo
pero, a ritmo, poco a poco vi que le volvía a coger. En la bajada enganché con
él de nuevo y al girar la cabeza vi que el de amarillo y el francés habían
cedido unos metros. Primeros signos de flaqueza de nuestros rivales, que,
aunque lograron conectar con nosotros, ya no iban tan frescos como parecía.
La
calma duró poco, pues otro cartel ("Muur kastel") precedió a otra
subida donde de nuevo Odeyn aceleró, dejando reducido definitivamente el grupo
a tres unidades: él, el francés y yo. Las piernas ya no las notaba tan frescas
pero todavía me veía con cambio en caso de llegar juntos a un hipotético
sprint. Era el kilómetro 18 y el "Col Roger" fue el último obstáculo
antes de lanzarnos hacia meta. En esta subida fue donde yo tomé la iniciativa,
tirando con todo y llevándome a Odeyn conmigo. El bravo duatleta belga
respondió a mi ataque con otro hachazo ¡Qué agonía! Nunca había competido en
una media con tantos tirones, ataques, barro, frío, subidas, bajadas, lluvia...
me lo estaba pasando pipa, dentro de lo bien que uno se lo puede pasar yendo a
180 pulsaciones por minuto.
Entramos en el
último kilómetro, ya por fin por asfalto. Sabía que la recta de meta era larga
y picaba hacia arriba, y que una vez entrada en ella lanzaría mi sprint. No
antes porque no sabía con exactitud cuando faltaba. De hecho, fue una sorpresa
la forma en la que asomamos en dicha recta de meta, que fue tras pasar por un
garaje... sí sí, a 400 metros de meta teníamos que entrar por un garaje o
parking, no sé muy bien lo que era.
Tras ese paso subterráneo
Odeyn lanzó el esperado sprint. Lo di todo esos primeros metros para que no se
me fuese, y me costó la vida. Pero no había viajado a bélgica para perder una
media maratón en los últimos 50 metros, por lo que ya con el arco de meta como
referencia, eché el resto. La acidosis y la descoordinación al esprintar me
recordaron al de aquella San Silvestre de Oviedo de 2013 en la que conseguí ser
tercero in extremis. Confetis al aire, giro la cabeza casi sin querer y veo que
Odeyn está justo detrás, cierro los ojos y me exprimo hasta intuir (que no ver)
haber cruzado el arco de meta. ¡VICTORIA!
No me lo podía creer, en uno de los
sprints más agónicos que recuerdo había conseguido ganar la media Maratón de
Kasterlee. Lo más gratificante fue el saludo y felicitación del hombrecillo de
la organización que el día antes había dado por supuesto la victoria de Seppe
Odeyn. El pódium lo completó el atleta francés Florent Fenrich, un
mediofondista con marcas destacables en 1500 (3:53) y 3000 obstáculos (8:55),
que no pudo seguir los cambios de ritmo de los últimos dos kilómetros.
Con frío en el
cuerpo corrí hasta el coche a cambiarme y volver de nuevo a meta para recibir a
Dani y Pablo, que con 1h 39' llegaron a meta felices y cerrando la undécima
etapa del reto de la 12 medias ¡Ya solo te queda Lisboa, a por ella!
Pero lo
mejor de todo fue el post-carrera. Las carreras como esta en las que todo el
pueblo se vuelca con ellas, suelen ir acompañadas de un trato al corredor
espectacular, pero la de Kasterlee superó las expectativas. Una carpa con
cerveza, pasta y buen ambiente nos tuvo entretenidos a los dos mil
participantes antes de disfrutar de la ceremonia de trofeos.
Cada día valoro
más estas oportunidades que me da la vida, ya no estoy hablando solo de ganar o
hacer pódiums, sino de poder compartir pequeñas aventuras con amigos y
disfrutar, que para dos días que estamos en esta vida es de lo que se trata.
¡Carpe Diem!