Voy a ser breve con esta crónica, lo prometo, casi tanto
como lo fue la carrera de hoy. Muchas veces he aguantado la coña de "Te
crees bueno por ganar la carrera de las cebollas..." (refiriéndose con ese
nombre a cualquier carrera de pueblo sin nivel ni importancia), pero mira tú
por dónde, que dio la casualidad de que existe una carrera con ese nombre y
encima en Asturias. ¡Qué mejor excusa que competir el "Les cebolles
rellenes" de L´Entregu para volver de fin de semana a casa!
Tras llegar de Bélgica cogí una gripe horrible. El Martes
por la mañana me metí en la cama con 38,5 de fiebre y desperté el día siguiente
a la hora de comer... Una gripe que me dejó sin fuerzas y consumido hasta el
viernes, pero como soy un poco cabezón y a veces desobediente (lo siento Juan
Carlos), me apunté a esa carrerita de 6 kilómetros del L´Entregu.
Llovía a mares la mañana del domingo. No recuerdo haber
agarrado mayor mojadura calentando como ese día. Con las piernas como flanes
por las secuelas de la gripe me puse en línea de salida. El objetivo era
probarme pero sin pasarme de la raya, y ver hasta dónde puede llegar mi grado
de masoquismo. Éramos poquitos pero bien nacidos. La presencia de Máximo Cordero
o el joven Alejandro Onís me hacía pronosticar que la carrera no iba a ser
tranquila y el sufrimiento estaba asegurado.
Salimos en tropel por el parque, dando curvas de 180º y
arrancando y frenando constantemente. Justo lo que mejor le viene a mi estado
de flacidez muscular post-gripe. Primer kilómetro y me llevan con la lengua
fuera. Sufro por no quedarme descolgado de un grupo de 5 unidades en las que
Máximo marca el ritmo, en torno a 3'10''/km. Al pasar por meta e iniciar la
primera de las dos vueltas largas de las que constaba la carrera, se empiezan a
definir las posiciones. Vamos entrando en calor y tan solo quedamos Alejandro
Onis, Máximo y yo en cabeza. Esto va a ser cosa de tres, pienso, aunque los 4
kilómetros que faltan podían dar para mucho. Me empiezo a sentir cómodo y noto
que el ritmo se ralentiza, momento en el que me la juego y muevo el árbol, pero
no cae ninguna manzana. Lo que el año pasado, cuando estaba a tope de forma,
suponía un cambio definitivo hasta meta, este año aún es pronto para aguantarlo
y fue solo una bala de fogueo, pero había que intentarlo. Tomo la iniciativa al
paso por meta y con solo una vuelta por delante. Es entonces cuando Alejandro
Onís pega un buen hachazo y nos rompe. Consigo recuperarle ese huequito
psicológico que había abierto conmigo, pero Máximo no, y la carrera se va a
resolver en el último kilómetro entre Alejandro y yo.
Noto como mi rival baja el ritmo a falta de 800 metros "¿arranco?",
pero el miedo a reventar y a romperme me hacen ser un poco conservador y me
bajo el ritmo yo también. El dicho de "no dejes para mañana lo que puedas
hacer hoy" me lo tengo que tatuar a partir de ahora en la piel, porque dejar
para el sprint a un chaval joven y rápido como Alejandro era condenarme al
segundo puesto. Últimos 50 metros y mi amago de esprintar dura medio parpadeo,
lo que tarda el joven atleta en decirme adiós y meterme 20 metros en esos
últimos 50. Segundo en meta y buen calentón para el cuerpo, pero faltó ser más
listo o atrevido. Aún así contento, porque conseguí olvidarme de la gripe por
completo y correr libremente, con buenas sensaciones al final y 6 kilómetros a
3:10 pa la saca, en un circuito ratonero, con muchas curvas y agua como para
llenar el embalse de Trasona.
Y con esto y un bizcocho, bueno, mejor dicho, con unes
cebolles rellenes, nos vemos en la siguiente aventura, dentro de 7 días.
¡Arranca el cross!
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