Aprovechando el puente de la Constitución, me desplacé hasta
Blimea (Asturias) para matar dos pájaros de un tiro: por un lado, completar la
dupla de carreras gastronómicas tras la disputada hace unas semanas en
L´Entregu (Carrera de Les Cebolles Rellenes) con la que se corría este Jueves
(Carrera de Los Pimientos Rellenos); y por otro lado, darle un poco de gusto al
paladar y disfrutar de estos platos típicos en la cuenca del Nalón.
Llegué a Blimea tras una semana de carga y con un par de
entrenos (a pie y en bici) el día anterior, que me hacían presentir que las
piernas no iban a carburar al 100%. Pero el objetivo es otro y, a veces, hay
que sacrificar alguna carrera para poder sentar una base que aún noto que me
falta.
Calenté bien durante media hora, con progresivos, cambios de
ritmo y agarrando una sudada que parecía que ya había competido antes incluso
de salir. Porque el veranillo de Diciembre sigue con nosotros, y ayer, en
Blimea, los termómetros rondaban los 20 grados. Creo que soy más de frío que de
calor.
Sin tiempo para pensar me coloqué en la salida, oteé un poco
a los compañeros de primera fila e identifiqué alguna cara nueva respecto a la
Carrera de Las Cebollas. Miguel Moro, por ejemplo, atleta veterano en edad,
pero junior en ambición y nivel, iba a poner las cosas muy difíciles a
Alejandro Onís (ganador en L´Entregu), a Máximo Cordero, a Aurelio Díaz (que
venía de cascarse 2:38 en la Maratón de San Sebastián) y a un servidor. Entre
nosotros iba a repartirse la rifa, solo tocaba luchar por llevarse el premio
más gordo. Como la carrera de las cebollas, junto a esta, daban opción a premio
en metálico para los tres primeros de la general, yo tenía que, o ganar la
carrera con más de 3 segundos de ventaja respecto a Alejandro, o entrar dos
puestos por delante de él, para llevarme la general, tarea que se antojaba
difícil en vistas a cómo llegué a esta prueba.
Se dio la salida por las sinuosas calles de Blimea. El
circuito constaba de 6 kilómetros ratoneros, con subidas, bajadas y sobre todo,
muchos muchos giros, que hacían imposible coger ritmo. Dos vueltas de tres
kilómetros y un pequeño extra de 100 metros sería la distancia a recorrer. Se
salió rápido, pero tras la primera curva el ritmo se ralentizó. ¡Perfecto!
Cuando más se dilataran las hostilidades en el tiempo mejor. No es lo mismo
recuperarse de un 6km a tope que correr fuerte solo al final, y yo necesito
estar recuperado para acabar bien lo que queda de semana, por lo que ese ritmo
cómodo del principio me venía bien. Máximo Cordero, valiente como siempre, tomó
la iniciativa en los primeros compases.
Foto: Pedro Pablo Heres |
Sin apenas tirones (solo uno pequeño al
salir del paso subterráneo bajo las vías del tren), fue pasando la primera
vuelta. Tres kilómetros recorridos ya y aún nadie había mostrado sus cartas. El
grupo de cabeza era grande, demasiado para mi gusto, y parece que también para
el gusto de Miguel Moro, que a la salida del paso subterráneo volvió a tensar
la cuerda. A este primer envite aguantamos Aurelio, Máximo, Alejandro y yo. Ya
solo quedábamos 5 atletas y ahí empecé a sentir el cansancio y falta de ritmo
en las piernas.
Foto: Pedro Pablo Heres |
Pero la insistencia de Moro por hacerse con el triunfo no se
quedó en un solo intento, pues a falta de 2 kilómetros volvió a lanzar un
ataque, consiguiendo abrir unos metros. Fue entonces cuando me la jugué,
equivocadamente, y salí a por él. Era la única esperanza que me quedaba de
descolgar desde lejos a Alejandro y no llegar con él al sprint. Pero gasté la
única bala que tenía en llegar a la espalda de Moro. Una vez lo alcancé, este
se paró y yo me quedé sin chicha, por lo que nos volvieron a coger y, ya sí,
Miguel acometió el ataque definitivo, dejándome muy tocado, a falta de
kilómetro y medio, a rueda de Máximo, Alejandro y Aurelio.
Foto: Pedro Pablo Heres |
Si se pudiera cuantificar la agonía de esos últimos 1500 metros, esforzándome por no perder el grupo de cabeza, no cabría tal cantidad de sufrimiento en la tierra. Sin duda estaba corriendo por encima de mi límite. La cabeza se nubla, el pulso se dispara y los metros pasan muy muy despacio.
Foto: Pedro Pablo Heres |
Callejeamos por el último tramo del recorrido y 300 metros de meta (en subida),
Alejandro lanza el sprint. Yo no sé ni lo que hago, porque no siento las
piernas, pero inconscientemente me veo corriendo detrás de él, a su espalda.
Noto que me falla todo, pero queda poco y no puedo tirar la toalla. Giro la
cabeza y Máximo y Aurelio vienen pegados. Puffff no dejo de apretar en ningún
momento, los metros finales me parecen kilómetros, pero consigo rascar un
tercer puesto en la carrera, por detrás de Moro y Alejandro, y asegurar el
segundo puesto del Primer Trofeo Gastronómico San Martín del Rey Aurelio.
Una de las carreras más sufridas que recuerdo. Nunca antes
había competido sin bajar la carga de entrenamiento los días anteriores, y la
diferencia de sensaciones entre llegar preparado y no, es enorme, pero creo
haber sacado adelante un buen 6000, que de haberlo hecho entrenando, no habría
salido ni la mitad de bien.
Ahora a seguir dándole que lo bueno todavía está por llegar.
Eso sí, del camino se disfruta y fíjate tú por dónde que hoy el camino terminó
en el pueblo de San Mamés, degustando un menú de pimientos rellenos que me
ayudó a resucitar del esfuerzo.
...y que dure...
PD: Muchísimas gracias a Pedro Pablo Heres por el reportaje fotográfico y los montajes que nos hace.
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