Cuando te hubiera gustado que los 10 km de Laredo hubiesen
sido 5, y no 10, significa que algo ha ido mal.
Laredo amaneció, la mañana del sábado 16 de Marzo,
regalándonos el mejor día posible para correr. Tiempo soleado, temperatura de
unos 14 grados y nada de viento. Todo apuntaba a que, durante ese día, la villa
pejina se convertiría en el lugar más rápido del mundo. ¡Qué os voy a decir que
no sepáis de los 10 km de Laredo! Atletas de toda España vienen cada año con el
objetivo de batirse a sí mismos y luchar contra el crono.
Yo llegué a Laredo
con más ganas que dudas, aunque estas últimas estuvieron presentes. Si bien es
cierto que hace un mes veía factible rebajar la barrera de los 32 minutos y
mejorar mi anterior marca (32:30 en 2014), el día "d" la perspectiva
había cambiado. Llevaba cuatro semanas bastante flojas de carrera a pie. En la
Media de Siero me encontré bien, pero fue un espejismo de lo que luego era el
día a día de entrenamiento. Además, ver cómo eres incapaz de seguir a tus
compis de entreno, aunque en cierto modo invita a esforzarse más, llega un
punto que también se hace duro. Pero yo soy cabezón, y optimista por
naturaleza. Me convencí de que el 16 de Marzo estaría en la salida de Laredo al
100%. Y así fue.
Las sensaciones en el calentamiento eran espectaculares, tan
buenas e irreconocibles que me asustaba lo que pudiera salir de ellas. Calenté
con los compis del grupo de Ricardo, los dos Adrianes y Nacho, y tras calzarme
las voladoras nos pusimos todos juntos en el segundo cajón de salida. Estaba
todo listo para que 2300 corredores lucháramos por ganarnos a nosotros mismos.
La intención inicial era intentar ir los dos "Adris" y yo juntos. Sé que por lo
visto en los entrenos estoy un paso y medio por detrás de ellos, pero ese día,
a esa hora me creía capaz de todo. ¡Me la jugué!
Se dio el pistoletazo de salida y esos 5 segundos que
tardamos en ponernos en marcha se me hicieron eternos. Cuando la marea humana
de mi alrededor empezó a moverse, comenzaron las hostilidades. En 10 metros,
justo delante de mí, me encuentro dos caídas. Salto por encima y evito, de
milagro, irme también la suelo, mientras noto como otros corredores no pueden
salvar a los accidentados y tocan el asfalto. Llevamos 20 metros de carrera y
siento que hemos pasado lo más difícil. Ahora solo toca mover las piernas.
Con el lío de las caídas pierdo de vista a mis dos
compañeros de viaje. Corro de cara al sol, cegado por el precioso atardecer en
el paseo marítimo de Laredo, aunque esa ceguera no me impide localizar a Adrián
Rodríguez. Veo que está justo delante y le voy cogiendo. Ha salido a su ritmo,
al que sabe que puede aguantar 10 km. Yo voy sin conocimiento y le paso por la derecha.
No sé si se da cuenta, pese al intento hacerme ver. Tiro para adelante,
superando corredores en el primer kilómetro. Aunque llevo reloj, no pienso
mirarlo, no pienso comerme la cabeza con los tiempos, voy a hacer caso de mi
cuerpo, que siempre ha sido mi mejor cronómetro. Pero en ese intento de
aislarme del mundo, me doy de bruces contra la cruda realidad, "¡Primer
kilómetro 3:01'/km!", oigo gritar a más de uno cuando pasamos por la
primera pancarta. "¡Mierda! ¿Pa qué lo cantáis?" Realmente yo paso un
poco más lento de lo que decían, pero aún así, voy rápido.
Sigo corriendo y
adelantando gente sin conocimiento ¿pero a qué ritmo salen estos? Paso el km 2
a 3:05'/km y voy súper atrás. Lo mismo el km 3, 3:05'/km, y no veo el final del
largo pelotón que me precede. ¡Esto es Laredo señores! Decido bajar el pistón
del 3 al 4, y es ahí cuando mi compi Adrián Rodríguez me adelanta. No hay mejor
incentivo que este para volver a ritmos locos, así que aprieto el culo en la
recta abarrotada de gente para encarar la segunda vuelta y pasar por el ecuador
de la prueba ¡Otro kilómetro a 3:05'/km! (os recuerdo que yo no iba mirando el
reloj, esto lo supe a posteriori). Las sensaciones era espectaculares, nunca me
había visto así de suelto muscularmente, y llevando el cuerpo al límite.
Pero... ¡ay amigos! llevar el cuerpo al límite tiene un precio, y lo iba a
pagar muy caro.
Sin previo aviso, sin notar ningún síntoma, al poco de pasar
el punto kilométrico 5 exploto. Exploto como nunca antes. En 1 minuto empiezo a
bajar el ritmo y a notar que voy muy agitado de respiración y
cardiovascularmente "¿Qué está pasando?" ¡Y todavía queda la mitad!. "Si
sigo así me muero", pienso, pero por otro lado mi cabeza me dice que mejor
morir matando. Voy al límite y empiezan a pasarme corredores, entre ellos
Adrián Briz. Le animo, pero no puedo seguirle, aunque voy sufriendo como un
perro.
El kilómetro 6 no llega y pienso en retirarme. Pero ¿Cómo voy a
retirarme? ¡Va contra mis principios! Y para un día que había salido valiente y
arriesgando había que morir matando. En el 6 el ritmo se me va muchísimo, y no
digamos en el 7 "¿¡Quedan 3!? ¡No llego!" Sigo viendo como me pasan
por los dos lados. Tengo la sensación de ser el Minardi de Laredo. Los 10 km se
han convertido en "5 de bonanza + 5 de tortura". Cuando paso por la
pancarta del kilómetro 8 creo que mi cuerpo ya se ha acostumbrado a la agonía y
sigue por inercia. Encaro la recta llena de gente antes de hacer el último
bucle hacia meta. Si en la salida nos cegaba el sol, ahora me ciega el "pelotazo"
que llevo. Pienso en qué pensarán los conocidos que me están viendo pasar con
esa cara de muerto y ese ritmo de Minardi. Oigo a Ricardo y los niños animarme
¡Qué vergüenza de final de carrera!
Llego al último kilómetro suplicando no desvanecerme, la
cabeza ya no funciona, las piernas se mueven, no sé cómo ni quién las hace
moverse, pero se mueven. Encaro la recta de meta y cruzo el arco. ¡Se acabó!
¡Qué salvajada de sufrimiento! Sin duda los 32:30 que marco en meta
(exactamente la misma marca que tenía) no hacen justicia al grado de agonía
alcanzado.
Sé que hice mal, salí a ritmo de bajar de 31:30 y acabé pidiendo la
hora. Si hubiese sido más conservador, quizás habría rozado los 32' sin tanto
esfuerzo, pero bueno ¿Hemos venido a jugar, verdad? Aposté fuerte y salió rana,
pero saco muchas conclusiones de esta carrera. Por la parte positiva, me quedo
con el hecho de haber sabido llegar al 100% muscularmente, tan al 100% que no
supe identificar mis límites y me pasé. También me quedo con la capacidad de
sufrir 5 kilómetros a unos niveles de agonía que jamás había experimentado. De
la parte negativa, de la que también se aprende, saco como conclusión que no
supe rendir al máximo para, como yo siempre digo, llegar lo más rápido posible
del punto A, al punto B, y no al punto A', como sucedió. Experimenté
sensaciones nuevas y de mucho contraste que me van a sumar mucho en mi curva de
aprendizaje deportivo.
Y antes de cerrar la crónica de "lo que pudo ser y no
fue", quiero dar la enhorabuena al dúo sacapuntas, a Adrián Rodríguez, por
el CARRERÓN que se marcó, haciendo 31:30 y siendo 3er cántabro en meta (tiene
mucho mérito un pódium en Laredo, Adri), y a Adrián Briz, que, aunque creo que
vale un poquito menos de la marca que hizo, 32:06, también se cascó un carrerón.
A veces uno busca la forma de verse delante en la clasificación y puede
quedarte el consuelo de haber sido el primer "Pelayo" en meta... ¡A
no! que hay otro Pelayo que es un cohete y ha hecho saltar todos los radares de
Laredo. Pela, ¡ENHORABUENA, por ese 31:17! Sencillamente espectacular. Me quito
el sombrero.
Y para celebrar la petada de algunos y las marcas de otros
nos fuimos de cena por Laredo. El post carrera con Pablo, Pela, Capi y el resto
de la expedición asturiana hizo que mereciera muy mucho la pena quedarse por
allí.
Enhorabuena por leer este tostón y ¡nos vemos en la próxima!
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