Dicen
que las cosas no pasan por casualidad, que por mucho que nos sorprendan siempre
hay un motivo. Cuando crucé la meta del Medio Ironman de Orihuela en sexta
posición Élite, lo primero que pensé fue en eso, en la casualidad de haber
conseguido un resultado completamente inesperado. Pero ahora, unos días
después, hecho la vista atrás y repaso el trabajo forjó ese sexto puesto y no
puedo negar la evidencia de que el
resultado de esta primera prueba de la Copa de España de Media Distancia lleva
meses cimentándose. " Pelayo
Menéndez Fernández, dime cómo entrenas y te diré cómo corres, pero aun así
tiene que salir!!" Fueron
las palabras de mi entrenador Ricardo Lanza, el menos sorprendido de todos,
nada más terminar la carrera. ¡Y qué razón tiene! Ambos sabemos dónde
estamos y a donde queremos llegar; pero, sobre todo, tenemos claro el “cómo”: hacerlo
de tal forma que disfrutemos del camino.
¡EMPEZAMOS!
El viernes a la
hora de comer pusimos rumbo a Orihuela el equipo Astur-Cántabro formado por
Sergio Bolado, Miguel Ruíz, Pablo Gutiérrez, Ramiro Ruíz y un servidor. Cargados
como mulas y en la autocaravana más cañera que cruzó España, pusimos rumbo a la
otra punta del país, con la ilusión de hacer una buena carrera en la primera
prueba de la Copa de España de Media Distancia, en Orihuela. Este triatlón
sustituía al recién desaparecido e histórico Triatlón de Arenales de Elche, y
recibía el nombre de "Triatlón Orihuela Miguel Hernández" en honor al
75 aniversario de la muerte del poeta, nacido en dicha localidad alicantina.
Unas 10 horas
de viaje dieron con nuestros huesos y músculos, molidos por el traqueteo sobre
el asfalto, en la capital mundial de los poetas, donde Pablo, novel en esto de
rimar versos, optaba a ganar en la categoría de "triatletas con libro de
poesía publicado". Sergio, Miguel y yo saldríamos en categoría Élite,
donde unos 70 participantes de toda España e incluso de primer nivel mundial,
lucharíamos por los primeros puntos en juego de la Copa. Por su parte, Ramiro,
que debutaba en Medio Ironman, lo hacía con la vista puesta en el pódium de
grupos de edad.
La noche del viernes
al sábado la pasamos, Pablo y yo, en un hotelito de Orihuela, mientras que los
otros tres mosqueteros se fueron a dormir a la playa donde estaría la primera
transición, a unos 40 kilómetros. La mañana del sábado, víspera de carrera, aprovechamos
para rodar por el circuito de carrera a pie. Nos pareció bastante llano y
entretenido, con zonas muy distintas como el Palmeral, paseo por la margen del
río Segura o las céntricas y adoquinadas calles oriolanas. En definitiva, un
circuito para correr rápido, siempre que las piernas respondan.
Con la
activación ya hecha, a las 11 de la mañana dejamos el hotel y nos fuimos en
taxi hacia La Dehesa de Campoamor, localidad costera donde se iba a dar la
salida del Triatlón al día siguiente. Nos asentamos en nuestro nuevo
apartamento, comimos y fuimos hasta la T1 por los dorsales. Allí nos
juntamos con Sergio, Ramiro y Miguel, y comenzamos a empaparnos del ambiente de
triatlón que se respira. No sé por qué, pero las pruebas que organiza Ximo Rubert
tienen algo especial, un ambiente distinto a lo que se vive en el resto de
carreras. Al ser el primer triatlón de la temporada para muchos, los nervios se
notan y, en mi caso, no iba a ser menos. Nervios que se acrecientan con la
difícil logística que una carrera en "línea" como esta supone. Y digo
en línea porque hay dos transiciones en dos sitios distintos. La T1 en la playa
de la Glea, y la T2 en Orihuela, empezando el triatlón a 40 km del lugar donde
se termina. Preparamos la bolsa de la T2 con las zapatillas, los geles, la
gorra y las gafas y se la entregamos a la organización el mismo sábado. También
ese día por la tarde dejamos la bici en boxes.
Con todo listo
y tras escuchar las útiles indicaciones y consejos de Ximo en la reunión
técnica, nos fuimos a dormir. A las 23:00h más o menos conseguí cerrar los
ojos, y antes de que me diera tiempo a hacerme amigo de Morfeo, sonó la alarma
del despertador. Eran las 5 de la mañana, tres horas antes de la salida,
prevista para las 8:00am desde la playa de Cabo Roig.
Desayuno
ligero, deberes mañaneros hechos y rumbo a la T1 para ultimar los detalles que
faltaban: zapatillas de ciclismo, dorsal, hinchar las ruedas... Todo a punto
para afrontar el tercer Half de mi vida y el primero en categoría Élite.
Desde
la T1 hasta la salida, en Cabo Roig, nos separaban unos 3 km por carretera.
Gracias a los dos amigos de Ramiro, nos desplazamos en furgoneta hasta allí, en
lo que parecía más un viaje de vuelta a casa tras una noche de fiesta, que un
traslado a la salida de un Medio Ironman.
El tiempo,
aunque fresco, parecía que nos iba a respetar, y el mar, que los dos días
anteriores estaba movidito, amanecía prácticamente en calma, ofreciéndonos unas
vistas de postal desde Cabo Roig.
Nervios a flor
de piel, pocos minutos para empezar, y tras un breve calentamiento en el agua,
los Elite fuimos llamados a cámara de llamadas. Eran las 8:00am y, lo que
parecía que iba a ser una salida puntual, comenzó a retrasarse cada vez más.
Dieron las 8:30 y allí seguíamos, con un frío de narices y la tensión típica de
una salida. Es en esos momentos cuando por mi cabeza suele pasar la pregunta
de... "¿qué narices hago yo aquí, con más de 4 horas de agonía por
delante, pudiendo estar en una terracita desayunando tranquilamente?" Pero
este pensamiento se esfuma tan rápido como tarda en darse el pistoletazo de
salida.
Con más de
media hora de retraso nos tiramos al agua del Mediterráneo los 70 Elite
masculinos, con triatletas de la talla de Pablo Dapena, Gustavo Rodríguez,
Pakillo, Silvain Sudrie, Emilio Aguayo, David Corredor, Fernando Santander,
Iván Álvarez, Pedro Andújar, Jordi Pascual... un sin fin de nombres, muchos de
ellos medallistas en Kona y especialistas en media y larga distancia. Era todo
un lujo estar rodeado de esta gente, aunque ello conllevara irme a puestos
discretos de la clasificación. A todos nos gusta hacer cuentas antes de
empezar, y por nombre, me salían unos 15 triatletas que, salvo circunstancias
extraordinarias, deberían estar por delante de mí. Aunque un medio Ironman
tiene mucha tela y es una distancia más que propensa para que se den esas
condiciones extraordinarias.
La carrera no
pudo empezar de peor forma. La primera brazada casi me manda “al palco” Golpeé
a alguien con el pulgar de la mano izquierda doblándomelo cuan balón de
baloncesto suele doblárselos a los jugadores. Me incorporé asustado para
comprobar que podía mover el dedo, y, aunque dolía a rabiar, me volví a tirar
en modo delfín. El segundo encontronazo sucedió nada más volver a tirarme, cuando
mi predecesor me arrea una patada en la nariz que me deja medio grogui. De
nuevo me paro, esta vez más preocupado por si estoy sangrando o me ha podido
desplazar el tabique. Me toco la nariz, compruebo que no hay sangre e intento,
por tercera vez, empezar la carrera.
¡Ahora sí!
consigo nadar cómodo los primeros metros, pero voy en el pelotón de cola por
los incidentes. Hasta la primera boya, a unos 300 metros de la playa, adelanto
a mucha gente, y cuando alcanzo el flotante y encaro la travesía paralela a la
costa que nos llevaría hasta la Playa de la Glea, me doy cuenta de que voy
cortado, fuera de ritmo y en un grupo que no es el mío. Intento ponerme delante
y tirar, pero el grupo que me precede está muy lejos, y un calentón a esas
alturas de carrera podría hipotecar el resto de la prueba. Así que, con sangre
fría, decido resguardarme a cola de ese grupito de 6 o 7 triatletas en el que
voy “excesivamente” cómodo. En lugar de comerme la cabeza, intento pensar en
los beneficios que a posteriori va a tener ese ahorro de energía que voy
haciendo. Me centro en nadar sin estrés, fijándome incluso en mis compañeros de
nado. Y en estas, a medio camino, identifico a Sergio, que va nadando a mi
derecha. Nos vamos viendo en cada brazada, él parece ir también cómodo y,
probablemente haya decidido, igual que yo, mantenerse resguardado en el grupo,
en vistas a que enlazar con los de delante supondría un sobreesfuerzo que no
compensaría el tiempo que podríamos ganar.
Fueron
pasando los metros. Brazada a brazada, boya a boya, recorrimos la distancia que
separa Cabo Roig con la Playa de la Glea. Cuando encaramos la última boya que
nos enfila hacia el arco blanco de salida de la natación, el grupo se dispersa.
Cada uno decide afrontar la salida del agua por una trayectoria distinta.
Intento seguir la línea más recta posible y poco a poco ese arco blanco, que en
la salida parecía miniatura, se va viendo más grande. Salgo del agua en el
puesto 40, marcando un parcial de 30’15’’, a 6’ 15’’ del líder, Pablo Dapena, a
4’45’’ del segundo grupo de Sudrie, Aguayo, Cardona… Yo creo que en un inicio “normal”
de natación puedo intentar coger el grupo de Gustavo Rodríguez, que al final me
metió aproximadamente dos minutos.
Me
incorporo, nada mareado, lo cual ya es una novedad, pues mis salidas del agua
suelen ser antológicas y merecedoras de interpretar un papel en la serie “The
Walking Dead”. Los primeros metros sobre la arena los aprovecho para
desabrochar el traje de neopreno y bajármelo hasta la cintura. “¡Qué fresquete
hace!” Fue lo primero que pensé y sentí al quedar con el tritraje como única
capa de abrigo. Corrí detrás de Sergio por la larga transición y llegué hasta
mi bici sin problema. Por el camino comprobé que la pulsera amarilla, sin la
cual no nos dan la paella al acabar la carrera, seguía en la muñeca. Y
efectivamente, por ahora seguía teniendo derecho a comerme esa paella al llegar
jeje.
Al
igual que había hecho en otros Medios Ironman, bebí medio litro de agua con
isotónico que había dejado preparado, asegurando una buena hidratación para los
primeros kilómetros de bici. Metí el neopreno, gafas y gorro, no sin
dificultad, en la bolsa negra, me puse el casco y salí de boxes con la Avenger
TM6. De nuevo había hecho una T1 penosa, pues fui el último en abandonar boxes de
mi grupo de natación, donde iban Sergio Bolado, Pedro Andújar, Daniel González
o Víctor Mujica, entre otros. Como referencia, mi tiempo de la T1 fue de 2’36’’,
mientras que los líderes, Pablo Dapena, Gustavo Rodríguez o Sylvain Sudrie, la
hicieron entre 1’50’’ y 2’00’’. Se me habían ido entre 30’’ y 50’’
gratuitamente, cosa que no puede ser. De mis compañeros de expedición, Miguel
Ruíz fue el más rápido en el agua y en la T1, con unos tiempos de 29’29’’ y 2’11’’
respectivamente.
Si
el inicio de la natación fue penoso, el de la bici no lo fue menos. Meto el pie
derecho en la zapatilla, pero al subirme, me percato de que el izquierdo no
tiene la goma y se ha quedado colgando. Intento sin éxito calzarme en marcha y
por poco me la pego. “¡Pie a tierra Pelayín!” Me tengo que parar para calzar el
izquierdo y, ya sí, empezar a pedalear por el duro circuito que Ximo nos había
preparado.
Los
primeros 30 km eran todo de subida, coronando el puerto de Rebate en el km 27
aproximadamente. Este inicio duro me vino bien, pues tal y como estoy ahora en
bici, voy mejor para arriba que para abajo. En el primer repecho, nada más
salir, recorto los 20 segundillos que me separaban de Sergio y otro triatleta,
Daniel González. Atufado por el calentón inicial me tomo un respiro mientras
circulamos por una zona “delicada” paralelos a un canal. Aunque no llevo
pulsómetro, y los watios no me funcionan, tengo la sensación de haber empezado
un poco pasado de rosca, quizás por los nervios de haberla liado en la
Transición y ver cómo mis compañeros de natación se iban hacia delante.
Pronto
me doy cuenta, en el siguiente repecho, de que la bici no va a ser un camino de
rosas. Me pongo en paralelo a Sergio por un momento, y me dice algo del “plato
pequeño” que no llego a entender. Yo voy aún con el grande, y prefiero no
cambiar de momento. Daniel González toma la iniciativa de este pequeño trío que
habíamos formado y se pone a marcar el ritmo en la subida. Pasamos a varios
triatletas, pero tampoco soy consciente del puesto en el que voy, sé que no es
demasiado bueno, pues me esperaba que fueran otros los que me quitasen las
pegatinas en bici y no yo a los demás.
Seguimos
subiendo y cubriendo kilómetros. Voy haciendo la goma con Sergio y Daniel,
siempre dejando distancia de sobra para no incurrir en drafting, hasta que
aparece una bala por detrás y nos incita a cambiar el ritmo. Se trata de
Andújar, pódium en Kona el pasado año con un cuarto puesto (suben 5 al pódium)
en el grupo de edad 25-29 ¡casi nada! Es un lujo poder disputar carreras de
este nivel y luchar con gente así.
Fue
Sergio quien respondió a la pasada de Andújar, mientras yo sufría para no
perder comba. Se me escapan unos segundos, sobre todo en las zonas de llano y
bajada, pero en las subidas vuelvo a contactar. Sé que Sergio está muy fuerte
en bici, así que aguantarle es buena señal. Con esa dinámica de quedarme en las
bajadas y recortar en las subidas, van pasando los kilómetros. No me olvido
tampoco de alternar, cada 5 km, un trago de Triforza (Keepgoing), que llevo en
el bidón delantero, y un trago a los geles (llevo 4 geles disueltos con agua en
el bidón del cuadro).
En
una de las bajadas adelantamos a Miguel Ruíz, que se está tomando los descensos
con más calma que nosotros. Aunque trata de engancharse a la grupeta, pierde un
poco el hilo y se descuelga.
Llegamos
al kilómetro 27, fin de la subida, coronando el “omnipresente” puerto de Rebate.
Las sensaciones son estupendas pero quedan todavía más de 60 kilómetros por
terreno rodador que no me viene tan bien. Y queda demostrado nada más coronar
el puerto, cuando Sergio abre gas y se escapa en una bajada de la de dar
pedales. En una bajada de las de potencia en la que ni Daniel ni yo podemos
darle caza. Vemos la sombra verdi-blanca alejarse y yo me quedo con la
referencia de Daniel. Sufro mucho para que no se me vaya bajando pero es
inevitable no ceder unos metros. En un repecho, coincidiendo con el primer avituallamiento
en el kilómetro 33, consigo darle caza. Me tengo que concentrar para,
manteniendo los 12 metros reglamentarios, evitar que se me escape la buena
referencia de Dani.
En
este primer avituallamiento cojo un bidón de sales y me lo “trinco” de un
trago. ¡Qué empacho!” la barriga casi me explota, pero es necesario, pues hasta
el kilómetro 66 no vuelvo a tener la oportunidad de beber sales, así que hay
que cargar bien.
Llegamos
a la zona del embalse de la Pedrera, donde haremos varias idas y vueltas en
forma de cruz, antes de tirarnos carretera abajo hacia Orihuela. En la primera
de las “aspas” de la cruz que dibujamos, nos cruzamos, por primera vez, con
cabeza de carrera.
Intento
contar cuántos triatletas van delante, pues es la única oportunidad de hacerme
a la idea del puesto en el que voy. En el resto de cruces iremos mezclados
triatletas de primera vuelta con los de la segunda y con los de la distancia
olímpica, por lo que va a ser imposible saber dónde estamos “pinaos”. Uno, dos,
tres…. Veinte… Y los siguientes somos nosotros.
¡BIEN! Primera referencia en bici y voy entre
el 20 y el 25. Por el camino calculo que habré remontado unos 10 puestos y
perdido solo uno, con Andújar. Giramos 180º y de vuelta hacia el centro de la “cruz”
del circuito alcanzamos a 4 triatletas más. Me pongo a liderar el grupo en
algún momento, pero en el llano y bajada Dani tiene más ritmo y me adelanta. No
pasa nada, referencia y “p´alante, como los de Alicante”. De los cuatro que
pillamos, tres se nos pegan y aceleran el ritmo, que sigue siendo exigente. De
vez en cuando levanto la cabeza con la esperanza de pillar a más gente y aunque
ya no veo a Sergio, sé que no estoy haciendo una mala bici.
Los
kilómetros caen sin enterarme. Me entretengo fijándome en los corredores con
los que nos cruzamos, buscando caras conocidas, pero no identifico ni a Pablo
ni a Ramiro, solo a Miguel, que va bregando solo unos minutos detrás de
nosotros.
El
kilómetro 66, punto del segundo avituallamiento, llega rápido y antes incluso
de que mi cuerpo me pida beber. De hecho, no solo no me pedía beber, sino que
me estaban entrando unas ganas de mear alucinantes. Me había pasado con la
ingesta de líquido en ese primer avituallamiento en el que me bebí un bidón de
golpe, y ahora iba con ganas de mear. “Aguanta hasta la carrera a pie”, me iba
diciendo. Y es que esta sensación de ir sobre-hidratado era nueva para mí. Normalmente
voy justito y con sed, pero ahora sucedía lo contrario. Aun así procuro seguir
bebiendo y no rechazo pegarle un trago al bidón de sales.
Quedan
unos 20 kilómetros, y tras hacer el último bucle en el pantano, nos lanzamos
carretera abajo hacia Orihuela. Al paso por Huchillo, los badenes y las curvas
hacen que casi me la pegue un par de veces. “No la vamos a liar a estas alturas
¿no Pelayín?”, así que “cabeza” y con calma, para llegar vivos a la T2. Uno de
los triatletas que habíamos pasado es quien toma la iniciativa en la bajada.
Daniel y yo nos quedamos detrás y el resto hacen lo propio, cubriéndome la
retaguardia.
Llegamos
a la T2, entre un pasillo de gente animando, Daniel González, Jordi Pascual, Rafael
Lao y yo juntos. Transición tipo Kona, en la que, al bajar, los voluntarios te
cogen la bici y nosotros entramos corriendo en una carpa donde están las bolsas
azules que el día anterior entregamos a la organización con lo necesario para
correr.
No
tenía ni idea de la ubicación de mi bolsa, pues el día antes no había podido ir
a Orihuela a ver dónde me la colocaban, así que entre la ceguera por el
esfuerzo de la bici y la desorientación de encontrarme en un sitio desconocido,
tardé unos segundos en localizarla.
J. V. Mingo |
Una
vez lo hice me senté en la silla, me puse los calcetines, la gorra y las
zapatillas New Balance Hanzo, que Pepín nos había conseguido de forma exprés a
través de Interval Running un par de semanas antes. Me la estaba jugando un
poco saliendo a correr con ellas, pues son unas voladoras agresivas, más aptas
para carreras de 5 y 10 km de atletismo que para una media Maratón, y menos de
un Medio Ironman. Pero si era capaz de rodarlas a los ritmos que había
planificado con mi entrenador, entre 3:30 y 3:35, me iban a dar un plus. Es, a
ritmos altos, donde se nota el efecto “catapulta”, así que no había excusa para
no apretar.
Tardé
1’25’’ en terminar toda la parafernalia de la T2, mucho mejor que la T1 en
relación a los primeros, pero, aun así, dejándome unos segundillos. Los pros,
estaban tardando entre 50’’ y 1’15’’. Por ejemplo, Iván Álvarez, que cerraba el
TOP 5, la hizo en 55’’.
Salí
de la carpa el último de mis acompañantes en bici, puesto 16 de la general,
ligeramente aturdido y torpe de piernas. Por delante 3 vueltas y media a un
circuito que ya había reconocido el día anterior y que me gustaba bastante:
llanito y rápido, perfecto para volar bajo si las fuerzas acompañan. Pero en
los primeros metros parecía que no, que las “patucas” se habían olvidado de
correr.
En
la larga recta antes de meternos en el palmeral voy cogiendo ritmo poco a poco
y en el kilómetro 1 ya había adelantado, no sin dificultad, a Daniel González,
Jordi Pascual, Rafael Lao. Sorprendido quedé de haber hecho el primer kilómetro
a 3:34, cuando la sensación de torpeza en las piernas me daba la sensación de
ir rodando por encima de 4’/km.
Con
el puesto 13 en mis manos y 20 kilómetros eternos por delante, solo quedaba
buscar nuevos alicientes para seguir corriendo. Y quién mejor que Sergio
Bolado, mi compañero de viaje, para motivarme intentando darle caza. Mi
desventaja con él era de 3’ al empezar a correr. Cuando entré por primera vez
en el casco histórico de Orihuela, levanté la cabeza con la esperanza de verle
al fondo… pero no. Aún era pronto, y esos tres minutos no se recortan así como
así. Seguí bregando a ritmo constante, sin mirar el reloj, pero sabedor de que
estaba yendo más o menos al ritmo establecido.
Pasé
los kilómetros 2 y 3 por debajo de 3:30 y el 4 y 5 rondando ese mismo ritmo. Al
llegar a la contra recta de meta, me cruzo con Sergio. Primera referencia
visual que tengo con él y no parece estar muy lejos. Ahora sí, poco a poco le
voy viendo cada vez más cerquita y antes de entrar por segunda vez en el
palmeral le alcanzo. Corro con él unos metros, me dice que se ha bajado de la
bici en “la pomada”, es decir, con gente que va a luchar por el TOP 5, como
Iván Álvarez, y eso me motiva, aunque sé que estos son buenos corredores y por
ahora solo voy en el puesto 12, a un mundo de ellos.
Los
metros que hice con Sergio me sirven para tomar un respiro antes de volver al
ritmo de carrera que llevaba. Hasta ahí la prueba estaba bastante clara, pero
ya entrados en la segunda vuelta empezamos a juntarnos con triatletas doblados
y triatletas que corrían la distancia olímpica, haciendo que fuera imposible
ubicarse y saber si a los que adelantaba eran de mi carrera o de otra. Bueno,
daba igual, yo a lo mío y a tirar, sin importar el puesto y buscando pequeñas
motivaciones como la de cruzarme con gente conocida en algún punto del circuito
(Ramiro, creo que nos hemos visto más en la carrera a pie que en todo el
viaje). La presencia de mi madre también era un plus de motivación, y las zonas
del centro de Orihuela, abarrotadas de público, suponían un chute de adrenalina
que había que controlar para no pasarse de ritmo.
Al
salir por segunda vez del palmeral identifico a Fernando Santander, otro
corredor Elite que iba delante de mí y a quien paso antes de adentrarnos en las
adoquinadas calles oriolanas.
Empiezo
la segunda vuelta y alcanzo de nuevo una cara conocida. Es Julen, el joven
chico vasco que en el duatlón de Galizano me había quitado las pegatinas y que,
en Orihuela, debutaba con la Elite nacional y lo estaba bordando. Le toco la
espalda, nos saludamos, nos deseamos suerte y ánimos, y sigo hacia delante. Es
esos primeros kilómetros de la segunda vuelta me tomo el primer gel. Aunque lo
tenía pautado para el kilómetro siete, ya estábamos en el diez y medio, y las
sensaciones eran tan buenas que se me había olvidado tomármelo. Aprovecho la
toma del gel para coger un poco de aire y, aunque ese kilómetro 10 se me va un
poco en cuanto a ritmo (3:44’/km) me sirve para recomponerme y afrontar la
segunda parte de carrera.
En
esos kilómetros creo haber adelantado también a varios triatletas con los que
me jugaba un puesto, como Eduardo Chorda o Adur Eskisabel, aunque, como digo,
en carrera no tenía ni idea del puesto en el que iba.
Antes
de completar la segunda vuelta llego a la altura de Pedro Andújar, medallista
en Kona. Fue un subidón encontrarme con él. Es un “gallo” de la media y larga distancia y, aunque no sé
en qué estado de forma habrá llegado a Orihuela, encontrármelo en carrera
significaba estar haciendo las cosas medianamente bien.
Toda
media maratón de un Half tiene su momento de crisis, que puede ser pequeño y
pasajero o directamente mandarte a la cuneta. En mi caso se dio el primer
síntoma de bajón al inicio de la tercera vuelta, justo cuando me crucé con Gustavo
Rodríguez que entraba en meta y casi me dobla, mientras que yo aún rodaba por
el kilómetro 16. Por suerte fue pasajero y pude salvar el tipo. Tomándome el
segundo gel Activation, de Keepgoing. Es increíble como algo tan pequeñito como
un gel puede revivir a uno de esa forma. Noté el efecto del mismo a los dos
minutos de tomarlo y me ayudó a motivarme de nuevo. Conseguí que el ritmo no
decayera en esa vuelta y cada vez que miraba el reloj, este marcaba 3:30-3:35’/km
¡Buena señal!
Llego
al kilómetro 18 y empiezo a restar. “¡Esto está chupao!” me digo, tratando de
motivarme. Las fuerzas acompañan y hay que aprovecharlo.
Entro
por última vez en el casco histórico de Orihuela. Sé que la próxima vez que
salga de él será con la medalla de “Finisher” colgada al cuello, y eso me
motiva infinito. Disfruto de los últimos metros, empiezo a oír la música de la
zona de meta, lo veo cerca, muy cerca. Encaro la contra-recta con una sonrisa,
giro de 180º y cruzo el arco de meta directo a los brazos de Ximo. ¡CONSEGUIDO!
No
tenía ni idea del puesto y, en ese momento me importaba más bien poco. Estaba feliz
por haber terminado el Medio Ironman en 4h y 17 minutos y, sobre todo, por
haber hecho la media maratón a un ritmo constante y decente de 3:35’/km (1h 13’
para cubrir 20.5 km). Creo que me ha salido una de las carreras más sólidas que
recuerdo. Como dije al principio, los entrenamientos apuntaban a que podría
correr en estos ritmos, pero luego tiene que salir, y en Orihuela ¡SALIÓ!
Tras
recuperar el aliento me fui directo a la zona de avituallamiento donde la
organización nos tenía preparado todo un despliegue de fruta. Devoré varias
naranjas, como si no hubiera un mañana. El cuerpo me lo pedía, cosa rara tras
una carrera exigente, en las que más bien suelo rechazar cualquier tipo de
comida al llegar. Allí me encontré con Antonio Esteban, de Triatlón Channel,
que fue el primero en decirme que ¡Había quedado sexto! Ni en mis mejores
sueños me lo podía imaginar. El objetivo de hacer un TOP 20 había quedado en
anécdota y por poco me cuelo entre los cinco primeros en una de las pruebas de
Media Distancia de más nivel del país. Una sorpresa enorme para mí, y a la vez,
una pena, pues había premio en metálico para los 5 primeros (300 euros el
quinto), y yo me había quedado a las puertas. Aunque, sinceramente, me daba
igual y me sigue dando igual. No vengo, ni mucho menos, a “trincar” pasta a las
competiciones, así que para mí, ya solo haberme metido con los gallos es un
premio impagable. Repaso el Top 5 y me da vértigo: Gustavo Rodríguez, Pablo
Dapena, Emilio Aguayo, Sylvain Sudrie e Ivan Álvarez… ¡casi nada!
Poco
después llegó Sergio, que se marcó un carrerón, cimentando sobre la bici un 15º
puesto de mucho valor en esta prueba. El siguiente fue Miguel, que pese a los
duros meses que lleva sin poder correr, cruzó la meta en categoría ELITE el
28º, ¡Enhorabuena!
Pero
aún quedaba lo mejor, recibir a nuestros Grupos de Edad, a las dos figuras que
se estaban jugando rascar medalla en sus categorías, además del pique que
tenían entre ellos. Ramiro y Pablo se habían retado antes de empezar y, aunque
empezaron en salidas separadas, cuando cruzaron la meta ¡Casi clavan el tiempo!
Dos simples, pero a la vez eternos y decisivos segundos precedieron a Pablo de
Ramiro ¡Dos segundos en una carrera de casi 5 horas! ¡Increíble! Aunque la
recompensa de la medalla se la llevó Ramiro, con su victoria en el Grupo de
Edad 20-24 ¡Menudo debut!
Antes
de que llegaran Pablo y Ramiro, fui a ducharme al hotel de mi madre. Fue la
ducha de agua fría más reparadora y gratificante que recuerdo en mi vida.
También aproveché para hacer balance de heridas de guerra, que, por suerte,
fueron pocas o casi ninguna, así que muebles salvados en la primera cita de
este periplo primaveral que la próxima semana me llevará a Soria, para competir
en el Campeonato de Europa de Duatlón por Grupos de Edad.
Cambiamos
de tercio de nuevo, pero seguimos con las mismas ganas e ilusión de ver
reflejado en competición todo el esfuerzo acumulado estos meses.
¡A
por ello!