miércoles, 22 de junio de 2016

CAMPEONATO DE ESPAÑA DE TRIATLÓN DE MEDIA DISTANCIA: El debut en 1/2 Ironman

Cuando el 1 de Noviembre del pasado año decidí pasar por la consulta del Doctor Llamas, jamás imaginé que iba a estar hoy escribiendo una crónica como esta. Hasta ese momento nunca había seguido una dieta ni había tenido un entrenador que me planificara las semanas; simplemente iba haciendo lo que me parecía, copiando de quienes creía que lo hacían bien y aprendiendo día a día. Pero esta temporada, y tras 5 haciendo duatlón y triatlón, decidí dar un paso más: ponerme en manos del más reputado especialista en nutrición que hay en Cantabria y experimentar conmigo mismo lo que supone someterse a un plan rígido y serio durante una temporada. Recuerdo en aquella primera consulta que Juan Carlos me preguntó cuáles eran los objetivos del año. Me costó tener que discernir entre lo que es objetivo y lo que no, pues mi planteamiento del deporte se basaba en ir día a día, sin picos de forma y con objetivos a corto plazo. El concepto me iba a hacer cambiar el chip, y como respuesta rápida, sin pensarlo, le solté: "ganar la San Silvestre de Oviedo". Se quedó extrañado ante tal petición, faltaban dos meses y le estaba pidiendo un objetivo demasiado a corto plazo, pero lo logramos. Ya en la siguiente consulta volvimos a plantearnos la misma pregunta y ahí nació la idea que acaba de culminar hacer unas horas, con el Medio Ironman de Valencia. Dicha prueba, además del Mundial de Duatlón de Avilés, serían las metas de mi preparación. Es complicado concentrarse en objetivos tan a largo plazo, pero, tras el éxito de la preparación para la San Silvestre de Oviedo, sabía que Juan Carlos iba a saber conducirme de la mejor manera hasta estos dos fines de semana que finalmente resultaron increíbles. ¿Cuál fue el truco para la mejora de rendimiento? Pues muy sencillo: TODO. Cambié en todos los aspectos: el doble de horas de entrenamiento, ajustar al milímetro la dieta y dichos entrenos en función de la fase de la temporada y la suplementación, básica para recuperar. Con ello conseguí bajar de 72 a 67 kg en 2 meses, perdiendo 9kg de grasa y ganando 2 kg de masa muscular. Además, incorporé en la rutina semanal dos sesiones de gimnasio que, sin duda, me dieron el punto de fuerza que me faltaba.



Y volviendo a lo más reciente, una semana después del Mundial de Avilés y con las piernas aún bastante destrozadas después de darlo todo en mi tierra, puse rumbo a Valencia, junto al presi del Bender, Pablo Gutiérrez para, como digo yo, hacerme un auto-regalo de fin de temporada, (a día de hoy no es el fin, habrá novedades) y estrenarme la distancia de Medio Ironman. Era mi debut en este tipo de pruebas y el entrenamiento que llevo haciendo todo el año va enfocado a la corta distancia, pero bueno, algún día había que probar y fue Valencia el escenario escogido, un 12 de junio de 2016.



Coincidió que, además, esta prueba era Campeonato de España de la modalidad, por lo que congregó a lo mejorcito del panorama nacional de media distancia. Se disputaba, simultáneamente, el Campeonato de España Élite y el de Grupos de Edad. Como era la primera, no me atreví a inscribirme con los 100 “gallos” de la Élite y me fui a apuntar, junto a más de 1000 personas, a la carrera de Grupos de Edad, en la que lucharía por un puesto con gente de 25 a 29 años y me aseguraba no tener que sufrir con los tiempos de corte que se establecen para la categoría ELITE. 

Llegamos a Valencia el día antes de la prueba. Muchos nervios, para mí era todo nuevo, una carrera larga en la que la que hay que comer e hidratarse siguiendo unas pautas estrictas. Durante la semana previa intenté asesorarme pidiendo consejo a gente con experiencia como Fernando Barroso, para decidir cómo organizar el tema de los geles, barritas y bebida en bici. Gracias a sus consejos y a las pautas de Juan Carlos Llamas, opté por la siguiente estrategia: en la bici un botellín con geles disueltos en agua (6 en total) y otro con Triforza, de Keepgoing, que son hidratos (amilopectina) para recargar los depósitos de glucógeno rápidamente. Pegado al cuadro puse una barrita Energy Fruit de Keepgoing y 3 pastillas de Sales. Y en boxes dejé un botellín con Hipotónico Full Energy para beber en las transiciones y un gel con cafeína para el inicio de la carrera a pie. Dicho así parecía demasiado complicado y, sobre todo, el miedo que tenía era que mi estómago no lo asimilara correctamente, pues yo nunca como nada entrenando. Además de esto, la idea era beber y comer de lo que nos dieran en los avituallamientos de carrera.



Con la bici preparada en boxes y la compleja logística alimentaria resuelta, llegó el madrugón del siglo el día de la carrera. Con salida prevista a las 7:45 en la playa de la Malvarrosa, me levanté a las 4:30 am para desayunar, y desde entonces los nervios no me dejaron descansar mucho más. Aún así, las sensaciones eran buenas, me notaba más suelto muscularmente que los anteriores, en los que las secuelas del destrozo de Avilés apenas me dejaron entrenar.



Casi 1000 triatletas de grupos de Edad fuimos congregándonos entorno a la salida de la natación. De mi grupo éramos aproximadamente 60 inscritos, pero no tenía controlado a nadie salvo a Felipe Santamaría (Buelna) y a Alex Rodríguez, que me ganó el pasado Domingo en el mundial de Avilés, llevándose la plata. Tampoco me preocupaba mucho quien corriera, el objetivo era acabar y hacerlo con buenas sensaciones que me dejaran ganas de repetir experiencia en la distancia Medio Ironman.



Con una puntualidad espartana se dio la salida de mi grupo de edad, en la misma tanda que los de 30-34. Me tomé la natación con muchísima calma. 



Los más de 2100 metros que marcaban las boyas colocadas para dar una vuelta, eran mi punto débil este año. No estoy nadando bien, al menos no como otros años, pues haber centrado la temporada en el duatlón me hizo dejar de lado la piscina. Por eso, este segmento debía tomármelo sin agobios. Y así hice. Salí tranquilo, evitando golpes y por el lado izquierdo. Traté de deslizar lo más que pude y nadar sin brusquedad. Camino de la primera boya fui superando rivales que, como yo, llevaban gorro de color blanco. Tras un eterno largo hasta el primer flotante, comenzó el caos. Empezamos a pillar a corredores de otros grupos de edad que iban con gorros de diferente color y perdí por completo la referencia de los gorros blancos. Aquello era un popurrí de colores indistinguible. Seguí nadando a mis anchas, sin preocuparme por ello y esquivando a la gente retrasada que había salido antes. Entre la primera y segunda boya tuve momentos de desorientación que me hicieron pararme para corregir la trayectoria y evitar nadar metros de más. Por fin llegó a la última boya y comienzamos el largo que nos llevaba a la arena. No veo nada hasta pasados unos metros, en los que tomo como referencia las banderas clavadas en la playa que marcaban en camino de boxes. Aunque no tengo la sensación de ir fuerte, noto que los brazos empiezan a pesar y que se me está haciendo larga la natación. ¡Y tanto que larga! Cuando toco la arena y miro el Garmin me marca ¡2200 metros! Bueno, no pasa nada, pienso “¿qué ye una faba en un cocido?” 





Poco a poco y con el freno de mano echado cruzo la playa en dirección a boxes entre triatletas de todos los grupos de edad mezclados. No veo a nadie con gorro blanco y no tengo ni idea de cómo voy, pero me da igual. Hago la T1 más tranquila de mi vida. Me paro en las duchas, me limpio los pies, bebo, me pongo el casco, dorsal y salgo a por los 82 km de ciclismo. Es la primera vez que hago una distancia tan larga de seguido con la cabra, y probar en carrera no es lo más recomendable, pero me veo fuerte en bici y eso me da confianza. Aun así, arranco la moto con dos “puntitos” menos de fuerza de lo que realmente tengo, haciendo caso a Fernando Barroso, que me había recomendado guardarme algo en este segmento. La agonía a la que estoy acostumbrado a ir en la bici en duatlones cortos no tiene nada que ver con la mentalidad con la que iba en Valencia. En los primeros kilómetros no hice más que pasar gente y gente y gente... Sin referencia de los de mi grupo de edad hasta el km 15 en el que me dicen que voy a ¡¡¡3 minutos y medio de Felipe!!! ¡Madre mía, me estoy durmiendo! 



Fue ahí, coincidiendo con el inicio de la subida, cuando decidí dar un "puntín" más y empezar a sufrir un poco. Aun con una marcha guardada en la recámara, seguí comiendo kilómetros y geles, sin encontrarme con nadie en bici que me pudiera servir de referencia. En el km 30 bebí el bote de sales del avituallamiento y hasta el momento no había tenido ningún problema con todo lo que iba metiendo al buche. Iba fresco de piernas y bien de estómago. La modificación de última hora del recorrido nos preparó una mini emboscada poco después de dicho avituallamiento, en forma de cuestecita en la que recurrí al plato pequeño. Hasta se agradece la subida, pues ponerse de pie ayuda a relajar las piernas después de tantos kilómetros acoplado, pero he de admitir que me pilló de improvisto y con media barrita en la boca que no tuve narices de tragar hasta llegar al alto.

Me iba fijando en los dorsales de los competidores a los que adelantaba pero no encontraba a nadie de mi grupo de edad. Ante tal desinformación solo quedaba apretar el culo, tirar hacia delante y quedarse satisfecho con el trabajo realizado. En esos kilómetros de subida adelanto a mi compi del Bender Lucía, que corría la carrera Elite femenina y que iba muy bien posicionada. Me cuesta adelantarla. De hecho, es de las chicas que más me cuesta pasar ¡Buena señal! Significa que está yendo fuerte y va a estar en la pomada del Campeonato de España. Una vez coronamos la “tachuelilla”, tan solo restaban 40 kilómetros a meta, y todos favorables. Primero una bajada sinuosa, pero preciosa, por el Parque Natural de la Sierra de la Calderona, en el entorno de Náquera y después las largas rectas en dirección a la capital del Turia. Plato grande, piñón de 12 dientes y a dar pedales. De verdad estaba disfrutando del segmento de bici, no solo por el recorrido sino porque, al contrario de lo que estoy acostumbrado en duatlones y triatlones cortos, en este caso nunca fui agónico y me permitía recrearme bastante con lo que iba viendo. En una de las largas rectas me devuelve el adelantamiento un chico de grupos de Edad pero que había salido antes que yo. Va con lenticular y me adelanta fuerte. Buena excusa para dar un poco más de mí y apretar. Le cojo la referencia, respetando ampliamente los 12 metros reglamentarios, y me lanzo detrás de él a por los últimos 20 kilómetros. Su ritmo decae cuando toca llanear o subir, momentos en los que me pongo yo al frente, pero en las bajadas me quita las pegatinas. Entretenido con este triatleta durante los últimos kilómetros, se me olvida tomar las pastillas de sales que tenía programadas. Aparentemente voy bien hidratado, pero todavía queda correr una media maratón, a 30 grados y con una humedad altísima, donde puede que eche de menos no haber tomado esas pastillitas. 



En el último avituallamiento aprovecho para guardarme de recuerdo un botellín de los que da la organización. Lo encajo en el portabidones trasero que tenía libre y al poco entramos en Valencia. Es una maravilla cruzar la ciudad con el tráfico cortado y tan anchas avenidas. Miro el cuentakilómetros y marca 80. Ya falta poco, pienso. Dicho y hecho. Entramos en el carril bici de la avenida paralela a la playa de la Malvarrosa. Al fondo se intuyen los boxes ¡qué bien voy! Me siento pletórico y con ganas de ponerme a correr. 



Me bajo de la bici a la vez que mi amigo de los últimos kilómetros, y llego sin problemas a mi box. No veo ninguna bici cerca. Buena señal. Los boxes están prácticamente desiertos, salvo el espacio de los Élite. El protocolo fue algo distinto al de los triatlones habituales. Esta vez no me atreví a salir sin calcetines a la carrera a pie, por lo que tras dejar la bici, me puse los calcetines, las zapatillas de correr, cogí un gel y salí dispuesto devorar los 21 kilómetros restantes a ritmo de Olímpico... ¿A dónde vas Pelayín? Fue la pregunta que me hice al pasar en 6’:50’’ por el kilómetro 2 (ritmo de 3:25’/km) y después de haber adelantado a más de 10 triatletas en la primera recta. Sin duda me dejé llevar por las sensaciones, pero pronto la musculatura me puso en mi sitio. Amago de calambre en el kilómetro dos y la gacela saltarina tuvo que poner el modo "caracol de supervivencia". Metro a metro empecé a sentirme mal. La mezcla de geles, barritas, isotónico, unido al calor, al esfuerzo y a la falta de práctica, convirtieron mi estómago en una centrifugadora. No me lo podía creer, estaba en el kilómetro 3 pidiendo la hora. Con un ritmo que iba en descenso, mermado por los problemas estomacales, fui cruzando la emblemática Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia rumbo al paseo paralelo al cauce del río Turia. Y en el kilómetro 5 exploté… y cuando digo “exploté” me refiero literalmente a tener que salirme del recorrido para hacer una visita al señor “Roca”. En mi vida me imaginé tener que parar en medio de una competición para evacuar, pero la Media Distancia me estaba enseñando su cara más desagradable. Un par de minutos después de la excursión me volví a incorporar al recorrido con la duda de si podría terminar. El ritmo alegre al que había salido de boxes era una utopía en ese momento, y con 16 kilómetros por delante no me quedó otra que olvidarme de ritmos y sobrevivir. Arrastrándome, poco a poco, tuve que volver a adelantar a todos los triatletas que había pasado en los dos primeros kilómetros. Muchos me preguntaban que de dónde había salido, que por qué les adelantaba dos veces. “Es que me gusta darle emoción a las carreras” les decía, jejeje.



Sin ninguna ambición más allá que la de terminar, buscaba entretener la mente con cualquier cosa. Durante un rato fui dando tumbos de lado a lado del paseo en busca de sombras, después corrí un ratito por la hierba, entre avituallamiento y avituallamiento (había uno cada 3 kilómetros) me tomaba un gel, y cuando pasé bajo la pancarta del kilómetro 7 me crucé con cabeza de carrera. Los Élite ya estaban de vuelta. Eso me iba a permitir coger referencias y contar cuantos Grupos de Edad iban por delante. Intento animar a los conocidos como Barroso, Sobrino o Dani Bayón, y mientras me entretenía contando dorsales, vi a lo lejos un tritraje amarillo del Buelna. Era Felipe, y lo tenía cada vez más cerca. Llegué a su altura en el kilómetro 9. Se le veía un poco tocado. Traté de animarle diciéndole que tenía la medalla a tiro, pero creo que no surgió efecto. Cuando golpea el hombre del mazo lo hace de verdad. 



Estaba a punto de llegar al punto de giro (ecuador de la media maratón), y las sensaciones, aunque no habían mejorado, sí que se habían estabilizado. Además, no me había cruzado con ningún grupo de edad, lo que quería decir que iba el primero en ese momento. ¡BIEN! Contento, pero prudente, giré en el kilómetro 10,5 para volver hacia meta. La retirada ya no era una opción, pues volver, había que volver, sí o sí, y el camino más corto era el marcado por el circuito. Cuando di el giro y vi que la ventaja con Felipe ya era de más de 2 minutos, me relajé un poco. La victoria estaba en mi mano, pero las piernas todavía tenían que correr bastante para confirmarla. 

Con más dificultad que antes seguí adelantando triatletas de la carrera Élite, hasta que llegué a uno que, más o menos, iba a mi ritmo. Me puse delante, me siguió un rato y luego me devolvió el adelantamiento. Esta va a ser mi rueda hasta meta, pensé. Miraba el reloj y el ritmo era de 4:10 aproximadamente ¡qué triste! Iba a todo lo que daban mis piernas a ritmo de calentamiento… ¿a esto se le puede llamar petar? Cada vez que había un bordillo que saltar, o una minicuesta que rompiera la mecánica de la zancada, los amagos de calambre aparecían. Pensé en lo que supondría tener que hacer una carrera a pie con cuestas de verdad… ¡qué dolor!



Salimos del cauce del río y ya solo quedaban tres kilómetros a meta. Aun tenía un gel en la mano, por si las moscas, y bien hice, porque en el kilómetro 19 me lo tuve que tomar. Mi compañero de viaje, que en ese momento marcaba el ritmo, pasó de ir a 4:10 a correr a 4:00 ¡y no pude seguirle! Me iba descojonando de la risa ¿estamos de broma? El caso es que cardiovascularmente tenía la sensación de ir a ritmo de rodaje lento, pero de piernas no iba. 

Hice de tripas corazón para no caminar en el último kilómetro. Dejo que se escape mi “liebre” y bajo el ritmo, tratando de disfrutar. Llego al paseo de la playa de la Malvarrosa. Tan solo 500 metros me separan de ser por primera vez Half Finisher. A 200 metros de la llegada, Noe me confirma que voy primero, pero en ese momento me da igual, solo quiero terminar de una vez, cruzar la meta e irme al hotel a tumbarme. Intento correr bonito por encima de la alfombra azul ¡Ni de coña! Casi la lío porque cada músculo de mi pierna tenía vida propia y parecían querer montar una orgía subiéndose los unos en los otros. ¡Solo unos metros! Oigo al speaker anunciar mi entrada y cruzo el arco azul recibiendo el mítico y apreciado abrazo del organizador de la prueba, Ximo. Acabo de terminar mi primer medio Ironman en 4 horas, 6 minutos y 57 segundos, y he sido primero de todos los Grupos de Edad. ¡Más de 750 inscritos y soy el primero! 



No me da tiempo a disfrutarlo demasiado, porque nada más cruzar la meta me pega un bajón de tensión que casi me tumba. Mareado y aturdido “huyo” de la zona de meta y me voy directo al hotel. Me encanta compartir los post-carrera con los triatletas que van acabando, pero no tengo ni un gramo de fuerza. Llego al hotel, aun no sé cómo, y me tumbo en la cama. Allí espero a que llegue Pablo, que lo hace un ratito después, tras 4 horas y 33 minutos de esfuerzo, que le auparon a la 127ª plaza de la general de grupos de edad ¡qué pedazo de resultado Pablito, cómo me alegro! Voy reviviendo poco a poco tras tomar el Recovery de Keepgoing, dos plátanos y una manzana. Tengo el estómago hecho mierda pero estas tres cosas me sientan de maravilla. Por dentro, siento la felicidad de haber sido capaz de sobreponerme a los imprevistos de la carrera a pie. El sufrimiento de las carreras largas es muy distinto al que estoy acostumbrado, pero no sabría deciros si peor o mejor, simplemente distinto. Da igual que hayas guardado nadando o en bici, que al final llegas vacío a meta. Aun así, esa sensación de vacío te hace sentir lleno, a mí por lo menos, y si eso se acompaña de una medallita de oro en el Campeonato de España mejor que mejor.





Tras recuperarnos en el hotel y dejar la habitación, nos dirigimos a boxes a por las bicis y después a la ceremonia de entrega de medallas. Allí nos juntamos con los amigos del Buelna: Felipe, Sergio, Luís y Noe. De ellos, Sergio fue bronce en su grupo de edad (30-34) mientras que Felipe se quedó finalmente sin medalla, pero consiguió terminar. Mérito enorme el suyo, viendo cómo iba en el kilómetro 9. Tras la ceremonia de entrega de medallas nos fuimos el séquito astur-riojano-cántabro a comer juntos al Burger King… Sí, somos un poco cutres, pero esas patatas y esa hamburguesa me supieron mejor que el caviar.



Y ya con unos días de reposo en las piernas y de asimilación de lo que fue un debut bastante, digamos, positivo, termino esta crónica describiendo la sensación que tengo respecto a la media distancia, y es que creo que hay mucho margen de mejora. La experiencia en este tipo de pruebas es fundamental para saber ir al límite. Yo creo no haber sabido, aunque terminé tocado, y que cuando haya hecho alguno más seré capaz de regularme mejor y rendir más al límite de mis posibilidades. Pero como no sé cuándo será esto, voy a disfrutar de lo que hay y del descanso competitivo que me voy a dar por un tiempo indefinido.

Espero no haberos aburrido mucho con esta crónica, pero una carrera así merecía ser bien contada.

Sean todos muy felices







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