¡Qué envidia me da Estados
Unidos! Hay algo fundamental que deberíamos aprender de este país en relación
con el deporte, y en concreto con el triatlón: el respeto que se tiene a todos
y cada uno de los participantes de una carrera, del primer “pro”, al último
grupo de edad, en reconocimiento al esfuerzo de cada uno. Cuando ganas una
carrera en Grupos de Edad en Estados Unidos, te sientes valorado; cuando ganas
una carrera de Grupos de Edad en España, casi tienes que pedir perdón. Aquí, en
América, se sabe reconocer el mérito de cada deportista, acorde con su nivel y
capacidades. Dejé España habiendo competido en 2017 por última vez, y con la
idea de que correr en grupos de edad era un desprestigio absoluto. Dos carreras
en USA me han servido para darme cuenta de lo bonito que es disfrutar del
deporte compitiendo de tú a tú con gente de un nivel alto, no profesional, y
ser reconocido por ello. Aquí no se vende humo, si eres el campeón “amateur” de
una prueba eres las dos cosas: “campeón” y “amateur”.
Quería hacer esta reflexión antes
de entrar en la crónica del Ironman 70.3 de Santa Rosa para, por un lado,
animar a todos esos grupos de edad que se matan a entrenar día a día y que
cuando consiguen un resultado destacado siempre les dicen eso de “no sé por qué
compites en grupos de edad…”, “ganar en grupos de edad es engañarse…” o “tenías
que correr en Elite…”. Señores, dejemos las envidias de lado y seamos sensatos.
Ni el 90% de los teóricos Élite, ni ningún grupo de edad vivimos de esto, por
tanto ¡que cada uno corra donde le salga de las pelotas y que sea feliz! Nadie
es mejor o peor que otro por correr en una u otra categoría.
¡GRACIAS RICARDO! |
Dicho esto, tras reengancharme a
los triatlones en el 70.3 de Victoria y conseguir el pase, in extremis, para el
Mundial de Niza (8 de septiembre), vi que el 70.3 de Santa Rosa podía ser una
buena forma de mantener encendida la llama de la motivación. Fueron dos meses
de preparación entre ambas pruebas, en los que me centré, sobre todo, en
mejorar la bici, y en los que hubo días de entrenamiento realmente buenos. Si
los números no engañan, llegaba a Santa Rosa en el mejor estado físico y mental
de mi vida, sobre todo esto último, el estado mental. Estar motivado es la
pieza que a mucha gente le falta para rendir al 100% de su potencial. Estos
meses he conseguido llegar a ese estado de motivación que te hace creer que no
tienes límites, pero eso hay que demostrarlo luego en carrera.
Santa Rosa es una localidad
californiana al Norte de San Francisco, muy cerca del famoso “Napa Valley”,
donde los viñedos cubren casi la totalidad de su superficie y el sector
vinícola es la base de su economía. El mejor vino de Estados Unidos sale de
allí, y los paisajes por donde discurría el triatlón hacían honor a dicho
reconocimiento. Al ser una carrera relativamente cerca de casa (unas 3 horas de
coche) no fue necesario preparar el viaje con mucha antelación. Competíamos de
sábado, y el viernes subimos para allá. El día previo siempre es bastante
ajetreado. Primero había que recoger el dorsal en la ciudad de Santa Rosa,
donde estaba la T2 y la meta. Luego había que conducir 45’ hacia el Norte hasta
el lago Sonoma, donde estaba la T1, para dejar la bici. Me pareció un sitio
precioso, y, aunque las carreras con dos transiciones siempre son un desafío
logístico, en este caso merecía la pena por el hecho nadar en un enclave como
ese. Tras hacer el check-in, me metí al lago a dar unas brazadas y pude
comprobar de primera mano que la temperatura del agua estaba ligeramente por
debajo de la temperatura de permisividad de neopreno ¡Menos mal! No obstante,
tocaba rezar por la noche para que el día siguiente no subiera ese gradito que
nos hiciera nadar sin mi “salvavidas”. A las 19:00 ya me recogí en el hotel, y
una hora más tarde estaba haciendo el gran esfuerzo de dormir, porque la alarma
del sábado iba a sonar a las 3 de la mañana. A las nueve de la noche conseguí sumergirme
en el mundo de los sueños. Aun así, cuando sonó la alarma, me dio la sensación no
haber dormido suficiente. Oír el despertador tan temprano, mirar por la ventana
y verlo todo oscuro, hace que te preguntes que quién cojones te manda meterte
en estos jaleos… luego se te pasa.
Salí del hotel a las 3:45 am, y
llegué 15 minutos más tarde a los autobuses que nos llevarían al lago. En ese
trayecto de 45 minutos en el que solo viajamos con lo justo para competir,
puedes empaparte del ambiente de triatlón que se respira, de los nervios, de la
ilusión… Me senté al lado de un neoyorquino, debutante tanto en la distancia
como en triatlón. Me encantó conócele, charlar con él y ayudar a quitarle un
poco los nervios del debutante. No volví a saber más de él, pero estoy seguro
de que se lo habrá pasado como nunca. ¿Veis? De estas cosas os hablo. En el
autobús había de todo, pros, amateurs buenos, malos, regulares… pero todos
camino de lo mismo. En ese momento te mimetizas con el entorno y te sientes uno
más de la gran familia tratlética. Sin duda un ambiente sensacional.
Llegamos a la T1, y el enclave de
la natación nos regala unos de los amaneceres más bonitos que haya visto nunca,
con un cielo rojo fuego hipnótico. A las 5:30 am éramos más de 2000 personas
en boxes, terminando de colocar el material, compartiendo estrategias y con
ganas de empezar. En la transición me encontré con Alberto, compatriota español,
amigo del mundial de Chattanooga y que vive en San Francisco. También está
clasificado para Niza, y en Santa Rosa iba a dejar el pabellón español bien
alto en su grupo de edad, 30-34. De mi grupo no conocía a nadie. Éramos unos
150 y, por lo que se ve, siempre es el grupo de edad más potente en media
distancia. Aun sin conocer a los rivales podía asegurar (y no me equivoqué) que
el Top 5 iba a estar muy complicado, pero yo sabía que llegaba en mi mejor
momento, así que solo tenía centrarme en mí y preocuparme de rendir al 100%. Es
lo bueno de las carreras de fondo, importa más centrarse en uno mismo que en
los demás, aunque luego, durante el transcurso de la misma, se den momentos
puntuales en los que te bates el cobre de tú a tú con otros competidores.
A las 6:30 am me dirigí hacia la
rampa de la natación, al mismo tiempo que daban la salida a los pros masculinos.
Conseguí hacerme hueco entre la multitud y coger sitio en las primeras filas.
Aunque la salida era “Rolling start” (en tiempo empieza a contar cuando cruzas
la alfombra del chip) siempre es mejor salir por delante y asegurarse estar en
la pelea desde el principio. Los primeros puestos estaban copados por
triatletas del equipo “Every Man Jack”, muchos de ellos de mi categoría, confirmando
lo dicho anteriormente, el nivel del grupo de edad 25-29 era altísimo. Me
coloqué entre ellos, Alberto también, y empezaron a dar la salida a las 6:45 am.
Al estar en quinta fila tardé poco en echarme al agua en una natación que
finalmente iba a ser con neopreno y que iba a tener un invitado inesperado, presto
a aguarme la fiesta: la niebla. Y es que se había formado una capa de un par de
metros de espesor sobre el lago que limitaba la visibilidad cuando estabas
nadando a la altura de la superficie del agua. Aunque Ironman coloca boyas cada
100 metros, costaba mucho ver la siguiente. Al contrario que en Victoria, esta
vez el nivel de natación de los que salieron conmigo era mayor, y no solo no
podía seguir a nadie, sino que también me empezaron a pasar los que habían
salido por detrás. En medio del descontrol y al ver a mucha gente saltarse
boyas descaradamente, me entró algo de ansiedad me volví un poco loco (¡Error! Pase
lo que pase alrededor has de hacer tu carrera, Pelayo). Tardé en encontrar mi
brazada y relajarme, cosa que conseguí tras el primer giro de derechas, pero la
niebla y la soledad hicieron que me perdiera y tuviese que parar a
reorientarme. ¡Menudo caos!
Fui siguiendo las boyas yo solo,
como pude, con unas ganas enorme de salir de “mordor” y coger la bici. Tenía la
sensación de estar haciendo una natación horrible, pero al tocar tierra y ver
28’ en el reloj, me di cuenta de que tampoco había sido un desastre. Con el
obstáculo del agua superado nos dimos de bruces con otra emboscada: la
transición. Desde el agua hasta la T1 había que salvar un desnivel de 70 metros
en 650 metros de distancia, es decir, subir una rampa corriendo de más del 10%
de pendiente. Como el mareo habitual en mí al salir del agua, me sufrí más de
la cuenta subiendo al trote la rampa, y llegué a boxes atufado y desorientado.
Esto hizo que me costase la vida coordinar algo tan sencillo como poner el
casco y las zapatillas. ¡Cinco minutos de transición! ¡Qué barbaridad! Cinco
minutos desde que salí del agua, hasta que pude subirme a la bici.
Empezaba ahí el segmento que más
ganas tenía de hacer para poner en valor el progreso visto en los entrenamientos.
Salí decidido del lago, con media sonrisa de “voy a reventarlo”, pero la
sonrisa me duró un suspiro, lo mismo que tardé en coger el primer bache, en la
junta del puente, pegar un bote y ver salir volando mi bidón con la mezcla hidratos
de carbono y sales. ¡Otra vez no! Y ya van más de cinco carreras en las que me
pasa. Como era en bajada, los 10 segundos que tardé en decidir si parar o no
parar hicieron que me pasase 400 m del lugar donde había perdido el bidón.
Finalmente di la vuelta, consciente de que no podía hacer la bici sin hidratos
ni sales desde el primer kilómetro, pero mi gozo en un pozo cuando al
encontrarlo veo que está sin tapón y vacío. ¡Qué putada! Casi dos minutos
perdidos y por delante una carrera de supervivencia, sin comida. En vez de
venirme abajo me lo tomé como un reto. No me gusta dar nada por perdido, y
menos cuando todavía tienes 90 km de ciclismo y 21 km de carrera a pie para
darle la vuelta a la tortilla. Además, seguía en competición, igual que los que
en ese momento me rodeaban, ¿qué es eso de tirar la toalla? ¡Con dos cojones a
luchar hasta el final, hombre! Diría, incluso, que salí reforzado moralmente
tras el incidente, fue como una liberación, de repente sentí que no tenía nada
que perder, así que abrí gas y que fuera lo que sea.
Los primeros dos kilómetros
bajando del pantano eran rapidísimos, pero enseguida la carretera se puso
rompepiernas. En el primer tramo llano comencé a adelantar triatletas con
bastante diferencia de velocidad. Las piernas iban, y la cabeza estaba
desatada. A los 10 km afrontamos la primera subida, con rampas de hasta el 8%,
y donde seguí pasando gente. Subiendo me noté muy bien, y creo que es ahí donde
más rendimiento puedo dar en la bici. Perdí la cuenta del número de
competidores que había rebasado, pero ya empezaba a notarse más limpia la
carretera. Alguno de ellos de equipos punteros como Every Man Jack o el Olimpic
Triathlon, señal que las cosas iban por buen camino. De inicio, el circuito de
bici se desvía unos kilómetros hacia el Norte para luego coger sentido Sur,
hacia Santa Rosa, topándonos en el kilómetro 15 con el primer avituallamiento
de obligatoria parada para mí, pues dependía de ellos para asegurar la
hidratación. Conseguí coger un Gatorade, beber parte y volcar algo más sobre el
bidón delantero. La mitad del bote me lo tiré encima, pero bueno, al menos
había conseguido pillar algo.
Tras el tenso avituallamiento, de nuevo me
escondo entre los acoples de mi Orbea y sigo dando pedales. Al fondo avisto a
un grupo de 4 que van rodando bastante juntos. Tardo poco en llegar a ellos y
sin pensarlo, los adelanto a todos de golpe. No me creo que yo sea capaz de
hacer esto en bici. Intuyo que me van a intentar coger la referencia y
seguirme, pero no, un kilómetro después de pasarles ya estoy solo de nuevo.
¡Genial! Rondaba el kilómetro 20, y el terreno era rompepiernas, con repechos
cortos, y un asfalto horrible, que daba la sensación de ir montado en una
batidora. En ese momento comenzó el juego mental más duro del segmento
ciclista. En las largas rectas podía intuir, al fondo, una pequeña mancha azul
del triatleta que me precedía. Sin volverme loco y sosteniendo unos 270 watios,
me iba acercando a él. Pero, tan poco a poco, que no fue hasta el kilómetro 45
cuando por fin lo tuve a tiro. Coincidió, cómo no, con una subida corta y dura.
Pese a haberme costado la vida llegar hasta él, di por hecho que tenía más
ritmo, así que en la subida lo pasé y seguí a lo mío, pensando que me iba a
quedar solo de nuevo, pero no fue así. En el primer llano después de coronar,
Justin Riele (que así se llama el chico), de Every Man Jack, me devuelve el
adelantamiento y se pone delante. Curioso, yo iba con la misma percepción de
esfuerzo que me hizo llegar hasta él, ¿y ahora parece que quiere tirar? Pues
estupendo. No tengo ningún problema en dejar que tire. Yendo detrás, aún en
distancia de no drafting, se va muchísimo más cómodo. Tras comprobar que íbamos
a la misma velocidad que cuando yo tiraba, pero con mitad de esfuerzo, no tuve
duda de que esa era la mejor situación de carrera que podía darse.
Los watios
bajaron, pero el ritmo no, y los kilómetros iban pasando. Además, seguimos
pillando y dejando atrás a triatletas, entre ellos algún compañero suyo de
equipo. Con la comodidad que da ir siguiendo una referencia en la bici, las pulsaciones
bajaron y el cerebro empezó a funcionar mejor. Buen momento para hacerme una
idea de cuál era la situación de carrera, pues desconocía el número de
triatletas que llevaba delante. Esto se produjo en torno al kilómetro 65, donde
había un tramo de ida y vuelta. Nada más entrar en ese tramo nos cruzamos con
un grupo compacto de 5, donde va Alberto ¡JODER! ¡NOS SACAN 4’! Lo mismo debió
de pensar Justin, porque nada más cruzarnos con ellos metió una marcha más y
durante 10 kilómetros me llevó al límite. Me vino bien despertar del letargo,
además, seguro que les estábamos reduciendo diferencias. Las piernas respondían
al cambio de ritmo de Justin, lo cual era buena señal, aunque se acercaba el
momento de correr. Una vez más, si quería meterme en el pódium y optar a slot
para el mundial, iba a necesitar hacer una carrera a pie sin errores, casi a mi
100%.
Entramos en Santa Rosa y la
llegada a la línea de desmontaje me pilla un poco despistado. Solo me da tiempo
a descalzarme la zapatilla derecha; la izquierda se me queda en el pie, y “me
hago la picha un lío” para sacarla. Corro por la transición con una zapatilla
en la mano y la otra en el pedal… ¡Pareces nuevo en esto, Pelayín! El box se me
hizo larguísimo y duro, por tener que correr descalzo por un asfalto caliente
que me dejó los pies medio KO. Aun así, conseguí ser un poco más rápido que
Justin dejando la bici y llegar a la bolsa de la T2 antes que él, pero ahí me volví
a liar. Vacío la bolsa, y el ansia me puede. No sé qué ponerme antes, si el
calcetín, la gorra, el dorsal… Acabo perdiendo unos segundos cambiándome,
mientras veo que Justin sale a correr. Y para colmo, cuando consigo terminar,
tengo la brillante idea de empezar la carrera a pie con la bolsa en la mano
¡Estoy “sembrao” hoy! Por suerte me doy cuenta antes de cruzar la banda del
chip y rectifico. Empiezo a correr el 9º de todos los grupos de edad y el 6º de
mi grupo, 15 segundos detrás de Justin (¿alguna duda de cuál es el grupo más
potente en media distancia?).
Empieza mi parte fuerte, y al
contrario que en Victoria, donde comencé tranquilo, aquí salí demasiado
enchufado. Es increíble cómo se le olvidan a uno los problemas y re-conecta con
la carrera de esa forma. Sin acordarme de que llevaba un déficit de
alimentación, hice los primeros metros con una sola palabra en la cabeza: remontar,
remontar y remontar. Tardé solo 500 metros en llegar a Justin, pero al pasarle
se pone detrás. No me importó marcar el ritmo un rato, sabía que no era
sostenible y los 21 km acaban poniendo a cada uno en su sitio, pero hombre,
pasar a 3:15 el primer kilómetro y verle pegado a mi espalda me hizo pensar que
iba a ser un rival a tener en cuenta. Falsa alarma. De un instante para otro mi
compañero de viaje desapareció, puso su ritmo y yo seguí solo. ¡Empieza la
caza!
Octavo puesto parcial, quinto de mi grupo en ese momento. Cinco de los ocho
que me precedían eran los mismos que me había cruzado en bici y con los que
tenía referencias. Sabía que si conseguía contactar con ellos iba a adelantar 5
puestos de una tacada. El primero cayó antes del kilómetro 2. Después, el
circuito se mete de lleno en un paseo sombrío paralelo al río, donde las rectas
me permitieron ver al siguiente rival, en este caso el triatleta de Every Man
Jack, Brian Oneil. Poco después de superarle, vislumbré la mancha roja del tritraje
de Alberto. ¡Qué carrerón estaba haciendo! Me costó más llegar a él que a los
dos anteriores, y no lo hice hasta el kilómetro 5. Le animé, me animó y me dijo
que tenía a tres por delante. Al menos uno de ellos estaba a tiro, Eric Abbott,
a quien conseguí pasar en el kilómetro 6.
Con tanto adelantamiento no me había
preocupado de otra cosa que no fuera pillar gente, ni del ritmo, ni de comer ni
de nada. Me había saltado 3 avituallamientos, y en el siguiente tenía que coger
agua sí o sí. Empezaba aquí la parte más dura del día. Por delante había un
vacío de 6 min 30 segundos con el segundo clasificado, Davis Frease, y 7
minutos con el primero, Jan Stopinski, ambos de mi grupo de edad. Era tal diferencia de tiempo que no me planteé ir a por ellos, simplemente debía concentrarme
en mi ritmo, sufrir en soledad y tratar de evitar el desfallecimiento. Llegué
al kilómetro 10 con un ritmo medio de carrera inferior a 3’30” /km. Ahora había
que volver por el otro lado del río y con pendiente ascendente, condiciones
idóneas para empezar a sufrir una pequeña crisis. La gasolina se me estaba
acabando, y era solo el kilómetro 11 ¡Joder lo que iba a tocar sufrir! En caso
de seguir a 3:30 la explosión podía ser monumental, así que para evitar un
desfallecimiento bajé mucho el ritmo, puse la marcha de supervivencia y fui
restando metros muy poco a poco. Además, la temperatura ambiente era de más de
30 grados y el camino de vuelta a penas tenía sombras. Todos los ingredientes
para una gran petada.
Haciendo un esfuerzo descomunal para correr a 3:50,
conseguí pasar a varias chicas pros y a algún chico que iba tocado, pero los de
mi grupo de edad aún me sacaban mucho. “Bueno, tercero no está mal”, pensaba.
Cada paso era un cachito menos para llegar a Santa Rosa y cruzar la meta, pero
antes de salir de la zona del río, la carrera me tenía preparada una grata
sorpresa ¡Davis Frease estaba a tiro! No
esperaba que en el kilómetro 19 se me presentara esa oportunidad, la
oportunidad de alcanzar un nuevo slot para el mundial 70.3 de 2020 y la oportunidad
de subir un escalón en el pódium. Forcé la máquina y lo adelanté tratando de
mantener el ritmo alto para que no pudiera hacer el amago de seguirme. La verdad
es que no reparé mucho en las condiciones en las que se encontraba Davis, pero olía
a explosión, porque al poco de pasarle ya ni siquiera le veía al mirar hacia
atrás.
Termino la parte del río y paso por delante del último avituallamiento,
donde los voluntarios animaban como si me conocieran de siempre, al igual que
los triatletas con los que me iba cruzando. Últimos metros, giro a la izquierda
y veo la alfombra de Ironman. Esta vez la recorro con tranquilidad, saboreando
la carrera y entrando en meta ¡SEGUNDO AMATEUR Y DECIMOTERCERO DE LA GENERAL! y
sobre todo muy satisfecho de haber sabido sobreponerme a los imprevistos que
fueron surgiendo y no desconectar nunca de la competición. Me llevo una lección
de Santa Rosa: En carreras de 4 horas, NUNCA hay que tirar la toalla, siempre
hay tiempo para arreglar los problemas que surjan.
EL ganador Jan Stopinski, me sacó
5’, y yo le saqué 2’ al tercero. Entre los 10 primeros amateurs entramos 8 de
mi grupo de edad ¡ALUCINANTE! Cada vez se pone más cara la categoría y cada vez
es más difícil conseguir un slot para un mundial.
Y hablando de slots… ¡HABEMUS
CLASIFICACIÓN PARA EL MUNDIAL 70.3 2020! Siiiiiiii ¡¡OTRO SLOT PARA CASA!! Con
el segundo puesto me aseguraba el pase al Mundial de 2020 en Taupo, Nueva
Zelanda.
¡Quién me iba a decir hace dos meses que en
ese tiempo tendría la clasificación para los mundiales de 2019 y 2020!
No puedo estar más feliz, pero sobre todo
agradecido. Agradecido a la persona que me rescató de mi letargo no
competitivo, supo afinar el piano y dar en la tecla para, no solo ponerme en el
mejor estado de forma posible, sino por hacerlo también en el ámbito mental, sabiendo
adaptar el día a día a mis virtudes y a mis debilidades. ¡Gracias Ricardo Lanza!
Desde fuera puede parecer que es fácil entrenarme, puedo dar la imagen de
persona seria y que siempre cumple con lo que le mandan, pero la realidad es
bien distinta. A mi entrenador se lo he puesto cada vez más difícil hasta
conseguir, a día de hoy, una compenetración casi perfecta, en la que cada
entrenamiento aprendemos algo, tomamos nota y procuramos aplicarlo en el
siguiente. El tándem Ricardo-Pelayo está funcionando mejor que nunca, así que,
míster, esta clasificación te la dedico. ¡Seguimos aprendiendo!
¡NOS VEMOS EN NIZA!