Si me preguntan qué no haría el
día antes de una carrera, respondería “exactamente lo que hice antes de competir
en la Carrera Popular Cañero de Córdoba”. El fin de semana de desconexión en
esta preciosa ciudad andaluza bañada por el Guadalquivir, no podía haber dado
más de sí. Además de visitar a mi primo, ir a verle jugar contra el Mallorca y
catar la gastronomía cordobesa, hubo una sorpresa improvisada el día de mi
cumpleaños.
El sábado salí a hacer mi
entrenamiento de 1 hora y pico con 12 cambios fuertes de 1’ por el Parque de
Miraflores, y el resto del día lo dediqué a avituallarme con salmorejos,
pinchos de tortilla, almendras garrapiñadas… A las 12:00 de la noche estaba cenando
la tortilla más bestia que haya visto nunca, en el bar Santos. Me acosté a
punto de reventar, y me desperté el domingo casi en las mismas condiciones.
Eran las 9 de la mañana del día de mi cumpleaños, y lo primero que hice fue
vestir mi traje de luces (pantalón corto, camiseta, chubasquero y zapatillas de
correr) para salir a hacer el rodaje largo del domingo que tenía programado en
el plan de entreno. Cuando estaba a punto de salir, se me ocurrió la “brillante”
idea de ir trotando hasta el barrio de Cañero, donde había visto que se iba a disputar
una carrera de 9,1 km a las 10 de la mañana. Lo hice (lo prometo) con la idea
de hacer más entretenido el rodaje y empaparme del ambiente de “runners”
andaluces. Pero fue llegar a la plaza donde era la prueba y no pude evitar lo
inevitable. Eran las 9:45, y el señor Pelayo estaba pidiendo un dorsal para
correr ¡La hemos jodido! Los 5 km que llevaba rodando fueron suficientes para
calentar.
Me coloqué en línea de salida junto
a más de 500 personas. Ni conocía a nadie, ni tampoco sabía qué cojones estaba
yo haciendo allí. El caso es que no me dio tiempo a pensar mucho, porque cuando
me quise dar cuenta estaba envuelto en medio de un pelotón, camino del primer
kilómetro de carrera. El salmorejo de la noche anterior y la tortilla cobraron
vida de inmediato y me recordaron lo jodido que es correr alegre con la barriga
llena. Por ello, fui poco a poco entrando en carrera, sin mirar el reloj y dejándome
llevar por las sensaciones.
Al no conocer el circuito, cada curva y cada calle era
una sorpresa. Pasé la primera de las dos vueltas sin matarme, y ya iba entre
los 10 primeros. Poco a poco, ya con las piernas calientes, fui testigo de las
petadas que iban sufriendo mis predecesores hasta colocarme segundo, casi sin
querer, en el kilómetro 7,5.
El chavalín que lideraba la carrera iba muy por
delante, y yo no estaba para muchos trotes, así que me dediqué a mantener mi
ritmo crucero de 3:20 sin agobiarme por nada. Pero hubo algo que me sacó de mi
ensimismamiento. En las rectas dejaba de oír a los que me perseguían, y al salir
de las curvas los tenía pegados al cogote. Esta secuencia se repitió varias
veces, hasta que, mosqueado, giré para ver por qué narices perdía tanto tiempo
en los giros, y vi que mientras yo trazaba las curvas por la carretera, mis
perseguidores se comían la acera constantemente ¡Seré pardillo! No hay nada
como un toque de atención para ponerse serios, y eso fue lo que me hizo decidir
que si querían quitarme el segundo puesto, iban a tener que hacer algo más que
recortar aceras. Apreté el culo en el último kilómetro, y entré segundo en meta,
detrás de un chico de 20 años del que luego supe que es una de las promesas de
atletismo andaluz, con marcas envidiables en distancias que van desde 800 m
hasta 10 km.
Y con la misma prisa que llegué,
me tuve que ir. Pedí disculpas a la organización por no poder quedarme a la
entrega de premios, pero por delante aún tenía 5 km hasta el hotel y a las 12 debía
estar en el campo de El Arcángel para ver el partido de mi primo con el Córdoba.
Esa prolongación de carrera fue quizás más dura que los 9 km a 3:20 ¡Se me hizo
eterno! Y es que al bendito salmorejo tomó la “brillante” decisión de que había
llegado el momento de abandonar mi cuerpo. Si en el último kilómetro de carrera
tuve que apretar el culo para que no me pillaran, ahora lo tenía que hacer por
otro motivo. Llegué al hotel pidiendo la hora, pero llegué.
Con este autorregalo improvisado
de cumpleaños sumamos una carrera y más un pódium más en el inicio del año del “retorno”.
Otra cosa no, pero ¡cómo estoy disfrutando de cada prueba en este 2019! Van
tres fines de semana seguidos, y el siguiente toca también jaleo.