Antes de empezar, quiero agradecer públicamente a FotoTri, Imanol Mujika, Marta Bolado, Pablo Gutiérrez y Festak.com por las pedazo de fotos que nos hacéis en cada carrera y sin las cuales esta crónica sería infumable. "MIL GRACIAS"
Si ya de por sí me resulta fácil escribir cualquier crónica,
las hay, como esta, que casi se escriben solas. El pasado fin de semana se
disputó el Campeonato de España de Triatlón de Media Distancia, en Pamplona. La
cuarta carrera consecutiva en mi particular calendario y la última antes de
darme un respiro competitivo de tres semanas.
A Pamplona llegué en el mejor estado de forma de mi vida.
Las carreras anteriores, unidas a la base de entrenamiento que fui cogiendo en
los meses de invierno, me hicieron llegar a la "prueba objetivo" con
unas sensaciones tan buenas que me daba "respeto" creérmelas. Era la
primera vez que disputaba un Campeonato de España Élite. Ya no había excusas,
el sexto puesto de Orihuela me había servido para quitar las dudas sobre mi
rendimiento en este tipo de carreras que se van por encima de las 4 horas de
duración, y ante rivales de mucho nivel.
El viernes, camino de Pamplona, iba pensando en lo que se
podía cocinar al día siguiente. Repasaba la lista de inscritos y todos, o casi
todos, eran conocidos. Y no por tener amistad con ellos, precisamente, sino de
verlos ganar otras carreras o estar delante en la mayor parte de las
competiciones, es decir, por ser "gallos" de la Media Distancia.
Gustavo Rodríguez, Joan Ruvireta, Fernando Barroso, Daniel Bayón, Pablo Dapena,
Ángel Salamanca, Cristobal Dios, Raúl Amatriaín, LLuis Vila, Ariel Hernández,
Daniel Mujica, Pedro Andújar, Ivan Cáceres, Nacho Villarruel, Alberto Bravo,
Roberto Cuesta, Jaime Menéndez de Luarca, Josep Torres, Eduardo Chordá, Javier
Cardona, Andrés Carnevali... son solo una pequeña muestra del nivel de este
Campeonato de España. Sin atreverme a pronosticar cuál era mi sitio, llegué a
Pamplona con la ilusión de un niño en la noche de reyes, con la intriga de
despertarme en meta y descubrir mi lugar, mi regalo. Soy una persona a la que
le cuesta creer en sus posibilidades. Muchas veces me subestimo y me amilano
antes de medirme en carrera. No me gusta la presión de salir con expectativas
demasiado altas y después darme el batacazo, prefiero ser prudente, pero en
esta ocasión, algo me decía que iba a ser distinto, que iba a ser un buen día y
que lo iba a hacer bien. Subido en una nube de confianza, la noche antes quise
testar en las redes sociales la idea que tendría la gente sobre mi rendimiento
en esta carrera, y me llevé una sorpresa. La mayoría apostaba por un Top 10
(personalmente y viendo el cartel de salida yo lo veía inalcanzable), y
particularmente me sorprendió ver que la mayor parte de los que hicieron el
pronóstico me situaban entre el 5º y el 10º... Parece que la gente sabe más de
triatlón de lo que pensaba.
Tras recoger el dorsal y bolsas de la transición, y ver la
reunión técnica desde la habitación del hotel (bendito Facebook y sus
retransmisiones en directo), me fui a dormir soñando con el día de mañana, con
el arco de meta, con las calles pamplonesas llenas de gente y con el pañuelo
San Ferminero de "finisher" que te ponen al cuello al llegar.
El sábado amaneció despejado. Buena señal, pues los
pronósticos durante la semana eran inciertos. La carrera empezaba a las 14:00h
pero la salida de la natación estaba ubicada a unos 40 km de Pamplona, en el
embalse de Alloz. Desde allí cogeríamos la bici rumbo a Estella, Puente la
Reina y, por último, Pamplona, dejándo nuestro caballo de batalla en la Plaza
del Castillo y recorriendo, a continuación, 3 vueltas por el "pindio"
y adoquinado casco urbano de Pamplona, por la zona amurallada y por los callejones
donde, en poco menos de dos meses, soltarán a los morlacos en alguno de los
encierros de San Fermín. No precisamente toros, sino triatletas, llenarían, en
unas horas, la Cuesta de Santo Domingo, la calle Mercaderes y la Calle
Estafeta, dispuestos a luchar cada uno por sus objetivos: superarse a sí mismo,
sumar puntos en la Copa de España o conseguir un buen puesto o por las medallas
en juego. Éramos muchos y la meta nuestro premio en común. En una prueba de
media distancia no creo que haya vencedores ni vencidos, no creo que haya nadie
que termine y no se sienta orgulloso. Yo, al menos, así lo percibo. Cruzar la
meta significa la gloria, hacer un buen puesto, es solo la guinda del pastel.
Llegué dos horas antes del inicio de la prueba a la zona de
boxes, en el precioso entorno del embalse de Alloz. El tráfico de triatletas
(más de mil) entre Elite y Grupos de Edad, hizo que los accesos al pantano se
colapsaran y tuve que ir en bicicleta, dejando el coche a un par de kilómetros.
Al haber llegado con tiempo pude estudiar bien la primera transición, colocar
con calma el material en boxes y saludar a varios amigos como Alex Rodríguez o
mis compañeros cántabros, Sergio y Miguel, que también competían en Élite.
Durante mi estudio de esta primera transición, quedé "acojonado" de
la cuesta que debíamos subir desde el embalse hasta los boxes. Una emboscada de
400 metros de longitud que a mí, particularmente, me viene muy mal por el mareo
y la desorientación con la que suelo salir del agua.
Se fue acercando la hora de la salida y a pocos minutos del
bocinazo, los Élite fuimos ordenados por dorsal. Sólo los 15 primeros del año
pasado tenían preferencia a la hora de escoger sitio en la salida, al resto, se
nos había asignado un dorsal según el orden de inscripción. Haber sido de los
más rápidos en apuntarme cuando estas se abrieron, me permitió tener un dorsal
bastante bueno, el 33 de 100. Me coloqué en segunda fila, detrás de Gustavo Rodríguez,
más o menos en el medio del grupo y con la primera boya justo de frente. Justo delante
también tenía a Dani Bayón, otro crack con opciones serias de pódium. No sabía
si estaba haciendo bien metiéndome en medio, pero había que intentar seguir los
pies de mis predecesores (iluso de mí). Primero salieron las chicas, y 5
minutos después la música de Piratas del Caribe tensaba el ambiente previo al
bocinazo de la Élite masculina.
¡A sus puestos! ¡BEEEEEEEEP! Los 100 competidores en Elite
nos tiramos a las templadas aguas del embalse (17graditos) como si acabaran de
soltar tiburones por detrás. ¡QUÉ OSTIAS! Y lo digo así, literalmente, porque
eso fue lo que pasó. Nunca en mi vida recibí (y di) tantos leñazos. Ya no era
cuestión de avanzar, sino de mantenerse a flote entre brazos y piernas que solmenaban a diestro y
siniestro.
El agobio extremo de los primeros segundos de natación me hizo replantear
la estrategia de ir por el medio, por lo que, como pude, fui abriéndome hueco
hacia la derecha, buscando la zona interior de giro de la primera boya y, a la
vez, evitar la pelea. Antes del primer giro de derechas, a unos 400 metros de
la orilla, ya me encontraba nadando solo. Alargando brazada y con el objetivo
de relajarme un poco tras el tumulto inicial, me dediqué a deslizar lo máximo
posible. Llegué al giro y lo cogí por dentro, muy pegadito a la boya, ganando
posiciones respecto a los nadadores que iban por fuera. En esos momentos fue
cuando aproveché para hacer tres o cuatro brazadas de braza y ubicarme. La
siguiente boya roja estaba donde Cristo perdió las sandalias, así que a
olvidarse de ella y a nadar, tratando de no alejarse mucho del grupo. Seguí
yendo solo, por la derecha. Esto me permitió coger buen ritmo e ir adelantando
puestos.
No tenía ni idea de si iba en el último, penúltimo o cualquiera que
fuese el grupo que me custodiaba, pero las buenas sensaciones en el agua de las
últimas semanas se estaban viendo plasmadas. Casi sin enterarme llegué a la
segunda boya, de nuevo por dentro. Unos 200 metros más adelante estaba el
tercer flotante rojo, el último antes de afrontar una eterna recta hasta la
orilla. Lo más complicado de la natación ya había pasado y yo seguía a mi bola.
Si bien en Orihuela nadé a pies de un grupo que iba más despacio del ritmo que
yo podía llevar, en Pamplona estaba nadando a mi ritmo, con mi frecuencia de
brazada y bastante cómodo. No dejé de pasar gente en todo el segmento. La
nefasta salida me había hecho irme muy atrás, al parecer. Toqué tierra en menos
de 27 minutos, en el puesto 35 de 100, mi mejor natación del año y,
probablemente, de las mejores que haya hecho nunca.
Me incorporé aturdido, sin referencias de donde iba y
rodeado de un grupo numeroso. Los primeros metros de transición los hice
caminando, quitándome la parte de arriba del neopreno con cierta dificultad. En
pleno proceso de aturdimiento me pasaron por ambos lados dos caras conocidas,
Luis Fernández Zapico y Daniel Bayón ¡Había salido con Bayón! No me lo podía
creer, pues normalmente me sacaba entre uno y dos minutos en el agua. Pocos
metros después me adelantó Jaime Menéndez de Luarca, un icono en el triatlón
español, y que creo que, en condiciones normales, debería haber salido delante
de mí.
Eufórico, mareado y sorprendido, llegué a la carpa donde
teníamos las bolsas rojas con el casco y el dorsal. Cerca de mi sitio estaba
Miguel Ruiz, que había hecho un buen sector de nado. Me costó lo indecible
quitarme el neopreno. Se me atasca con todo, con el chip, con el reloj... entre
eso y lo mareado que estaba me había dejado unos segundos en una T1 de nuevo
bastante desastrosa, como pude comprobar tras la carrera. Más de tres minutos
pasaron desde que salí del pantano hasta que me subí a la bici, unos 30''-40''
más la media de triatletas Elite.
Aún con todo, me monté en la Avenger a la vez que Zapico y
Bayón que hicieron un cambio de material parecido al mío. Mientras me abrochaba
las botas, mis compañeros de viaje abrieron un pequeño hueco respecto a mí, pero
antes de empezar la peligrosísima bajada desde el embalse, ya los había
pillado. No quise pasar a ningún triatleta de los que me precedían antes de
superar, para mí, el punto más crítico de este segmento. En el kilómetro dos
había que bajar por una carretera con rectas muy rápidas y curvas de 180 grados
en las que entrar un poco colado podía significar irte por el precipicio. Y
mira que yo soy de los que baja muy prudente... pues esta vez, en la penúltima
curva se me pusieron los huevos de corbata al entrar colado y no irme de frente
por poco. La suerte estuvo de mi parte e hizo que, aprovechando mi pasada de
frenada, un triatleta que iba detrás me adelantara. Solo quedaba una curva para
acabar el suplicio de la bajada, pero sucedió algo que me marcó para toda la
carrera. El triatleta que me había adelantado y que en ese momento me precedía,
entró colado en esa última curva, yéndose de cabeza contra el muro del puente
que teníamos que cruzar, saliendo rebotado contra la carretera de nuevo y
quedando tirado en el suelo. Se me heló la sangre al ver el accidente. Mi
intención era parar para comprobar su estado, pero justo en esa curva había
varias personas que ya corrían a socorrerlo. Quise pensar que quedaba en buenas
manos y espero que todo se haya quedado en un susto. Desde aquí le quiero
mandar mucho ánimo al chaval y que se recupere lo antes posible.
Con el miedo en el cuerpo y más de 80 km de bici por
delante, ya menos peligrosos, solo quedaba olvidar lo ocurrido y centrar la
cabeza en lo que teníamos entre manos. Con la accidentada bajada había perdido
la estela del grupo de Bayón y Zapico, pero no demasiado. Pedaleé por encima de
300 watios un par de kilómetros y enseguida llegué donde los dos triatletas de
la Academia Civil, pasándoles y tirando con todo hacia delante.
Empezó entonces un recital de adelantamientos, pues eran
muchos los triatletas que se habían juntado e iba el grupo muy estirado,
teniendo que abusar durante varios kilómetros de carril izquierdo y de
watios... demasiados para mi gusto. El calentón estaba siendo curioso y el
pulso, por encima de 170ppm en algún momento, se me estaba yendo de las manos.
"Adelanto a uno más y paro", pensaba. Pero no, cada triatleta que adelantaba
me abría la puerta a un nuevo objetivo, y la parte caliente de mi cerebro era
la que mandaba en ese momento.
Casi sin querer encontré mi sitio. Por delante llevaba a un
par de corredores, pero ya a una distancia que me era imposible recortar. Rondaba
el kilómetro 10 y los watios empezaron a bajar, no mucho, pero sin necesidad de
pegarme calentones para adelantar. Poco duró mi alegría, pues por detrás llegó
Andújar con las rebajas y tan rápido como lo vi aparecer, se esfumó en el
horizonte ¡menuda bala! Imposible seguirlo, ni siquiera con la vista. Poco
después, otro triatleta, de cuyo nombre no me acuerdo, me adelantó, pero a un
ritmo más "humano". Buena referencia parecía ser. Así que probé a
seguir su ritmo y, poco a poco, la distancia con el grupito predecesor se fue
recortando. Contactamos con ellos en el kilómetro 20 y ahí se produjo un
parón. Con la moto de los jueces como testigo, pues no abandonó nuestra
compañía en toda la carrera, fueron pasando los kilómetros. En el primer
avituallamiento, cogí el bidón de sales y le pegué un trago. No tenía sed,
porque había bebido 300 ml de Full Isotonic de Keepgoing en la transición, pero
era mejor prevenir que curar.
Si bien los primeros 10 km de bici los hice, como diría
Miguel Ruíz, "al corte" (a morir), en ese momento me encontraba en
una posición de "apalanque" o acomodamiento que me hacía presagiar lo
que no tardó en suceder. Por detrás no se habían dormido como yo y Zapico fue
el encargado de despertarme de mi letargo. Contactó conmigo en el kilómetro 30,
a su ritmo, con sus watios, siempre tan cuadriculado como es él con el tema de
la bici. Sabía que podía ser un buen referente, pues no suele calentarse y
tiene estudiado a qué intensidad debe ir en cada momento. Tanto yo, como los
otros dos triatletas que rondaban a mi alrededor, cogimos la referencia de Luis
y tiramos hacia delante. Por el camino fuimos recogiendo gente como Nacho
Villarruel, que se unía a nosotros.
Sin duda el ritmo de Luis era lo que necesitaba para
motivarme, pero la comodidad del terreno por donde rodábamos (llano o, en su
defecto, picando hacia abajo) se terminó pronto. Una subida de 2 km con rampas
del 7% hizo estragos en el grupo. Tanto, que nos quedamos solos Luis y yo,
dejando al resto de integrantes por detrás e incluso adelantando a Fernando
Barroso. Me froté los ojos para ver si era cierto. ¡Sí! Habíamos llegado hasta Don Fernando, que no llevaba buena cara. Llegar a la altura del triatleta del Santander
fue un plus de moral y un mini premio para la cabeza, que en este tipo de
pruebas funciona como un interruptor, si está encendido, las piernas van, pero
como desconecte, se acabó. En la bajada Luis marcó las pautas. Yo me descolgué
y lo perdí de vista, mientras que Barroso aguantaba por detrás. Cuando pasamos
la zona delicada y pude dar pedales, volví a contactar con Luis, pero esta vez
pasando yo a tirar, labor que no dejaría de hacer hasta llegar a Pamplona. Era
el kilómetro 50 y el terreno, en esos 30 kilómetros restantes, picaba
ligeramente hacia arriba.
En ese tramo adelanté a la chica que iba líder. No veáis qué
calentón me tuve que dar para pasarla. Y claro, después de hacerlo uno tiene
que mantener el orgullo y no bajar el ritmo, por lo que el sufrimiento era
doble. Con la vista clavada en el manillar, cada vez que levantaba
la cabeza buscaba algo con lo que motivarme, y esto llegó sobre el kilómetro
65. Estábamos pillando a dos triatletas que rodaban por delante. En una subida,
justo antes del último avituallamiento, llegué a la altura de mis predecesores.
Quedaba poco para llegar a Pamplona y, aunque las piernas me decían "¡hoy
sí!", preferí darles un pequeño descanso en los últimos kilómetros.
Acomodado sobre mi cabra, aguanté los envites de los dos triatletas con los que
había contactado y que, a mi parecer, habían acelerado el ritmo.
Solo 10 kilómetros de bici, solo 10 kilómetros para empezar
mi sector favorito, pero sin duda los 10 km más cabrones que recuerdo. Al paso
por uno de los preciosos pueblos navarros, nos encontramos en medio de la
carretera con ¡TRES BORDILLOS! sí, sí, tres escalones que me comí de lleno y
donde no me maté de milagro. Si ya las tachuelas que te encuentras molestan un
poco, imaginaros tres bordillos de unos 5 centímetros de alto atravesados en
medio de la carretera. Con el traqueteo se me torció el manillar hacia la
derecha. Mala pinta tenía la cosa... Preocupado, comprobé que la torcedura de
manillar no hubiese provocado que este se soltase. Por suerte no fue así y, aunque
torcido, el manillar no se movía.
Con la rueda apuntando a Cuenca y los acoples apuntando a
Albacete, sobreviví al último tramo de bici como pude. No disfruté de la
llegada a Pamplona, pendiente de mantener la bici recta y que no se me fuera en
las curvas. Y por si fuera poco, los últimos metros por la adoquinada calle
Mercaderes y entrada a la Plaza del Castillo, ponían más aun en peligro la
integridad de mi bicicleta.
Renqueante, conseguí llegar a boxes sin perder tiempo ni con
Luis ni con los dos chicos que habíamos alcanzado. Ni idea del puesto en el que
íbamos, aunque mis cálculos apuntaban a estar en torno a la trigésima posición.
Aunque no lo sabía, entré en boxes en el puesto 25, similar al Half de
Orihuela, y con una media maratón durísima por delante en la que tocaba
remontar. ¿Hasta dónde? Pues hasta donde las piernas dijeran, y en el momento
de bajarme de la bici apuntaban muy alto.
Entré en la carpa donde teníamos las bolsas con el material
de correr. Allí había dejado zapatillas, calcetines, geles, gafas de sol y
gorra. Con las prisas de querer hacer una buena transición, no me puse la gorra
ni las gafas, y salí de la carpa hacia el serpenteo por la Plaza como si se
acabara la carrera ahí mismo. Fui el último de mis compañeros de bici en salir
a correr, pero a los 200 metros ya los había adelantado a los tres. Puesto 22
momentáneo y tres vueltas eternas que iban a dar para mucho.
La primera parte de la vuelta, salvo unos metros de subida
por un paseo peatonal hacia la muralla, eran cuesta abajo... ¡y qué bajada!.
Las adoquinadas y pendientes calles de Pamplona nos iban a hacer sufrir. Esta
primera cuesta es de las que, o vas muy rápido despendolado, o vas muy despacio
reteniendo. Opté por lo primero, y me tiré a lo "kamikace", cruzando
la muralla a un ritmo por debajo de 3'/km y pasando a triatletas como el
asturiano Moro, que se había bajado a correr en muy buena posición.
Había que aprovechar esta primera vuelta para coger
referencias, pues, en cuanto pasáramos por meta, se iba a acabar la soledad y
nos empezaríamos a juntar con atletas doblados de grupos de edad. Al terminar
la bajada y empezar a correr por el Parque situado a las afueras de Pamplona,
sucedió lo que no me esperaba. El vasto interno de la pierna izquierda se me
subió por completo ¡Mierda! Era el kilómetro 2 y los fantasmas de los calambres
del Half de Valencia del pasado año habían aparecido, pero en aquella ocasión
fue a partir del kilómetro 11 y de ahí al final la carrera consistió en una
lucha por sobrevivir. En Pamplona me había llevado el mazazo en el kilómetro 2,
con casi toda la carrera a pie por delante. Intenté centrar la cabeza, no
pensar en los dolores y apoyar más del lado derecho, dándome un pequeño margen
para ver si desaparecía el agarrotamiento muscular. No las tenía todas conmigo
y la retirada pasó por mi cabeza. Pensé que se me había acabado la competición,
aunque, por otro lado, pese a ir medio cojo, miraba el reloj y marcaba un ritmo
de 3:35. Como digo, de fuerzas iba genial, así que traté de engañar a mi
cerebro haciendo que las buenas sensaciones predominaran frente al dolor. Lo
conseguí, más o menos, coincidiendo con el adelantamiento a Jaime Menéndez de
Luarca, mi tocayo de apellido a quién animé y con quien me hizo mucha ilusión
coincidir en carrera, pues es para mí un referente en el triatlón nacional y le
sigo bastante en su día a día de entrenos, publicaciones, tests de material,
consejos... Un pozo de sabiduría y experiencia triatlética.
En el recorrido por el parque, completamente llano, de la
primera vuelta, también di caza a otros corredores, pero estaba tan concentrado
en lo mío que no sé a cuantos pasé. Tocaba entonces volver al centro de
Pamplona subiendo la temida Cuesta de Santo Domingo. Las duras rampas de bajada
del inicio se tornaron en pindias subidas, pero allí estaba la gente para
anestesiar nuestra agonía. Un público entregado a nuestro paso entre el que oí
la voz inconfundible de mi madre "¡Estás remontando!" El chute de
adrenalina fue tal, que me olvidé de que estaba subiendo y las piernas corrían
solas. Entré en la Plaza del Castillo animado por Pablo y Almudena, que habían
venido a Pamplona para ver la carrera y luego participar en la "tercera
transición". Al paso de la primera
vuelta marcaba el mejor parcial a pie con 22'35'', un minuto menos que el líder,
Gustavo Rodríguez, y 30'' mejor que la, hasta entonces, mejor primera vuelta,
de Pablo Dapena (segundo clasificado).
Y el esfuerzo del primer giro lo pagué. Ya al inicio de la
segunda vuelta, cuando empecé a bajar la cuesta, adopté la opción conservadora
de bajar reteniendo en lugar de despendolarme. Y lo hice cargando el peso con
la pierna derecha, evitando forzar el vasto interno de la izquierda y que no se
subiera de nuevo. ¡Qué larga se me hizo la bajada! En el momento de llegar al
llano y empezar a correr se me pusieron los cataplines de corbata. Prueba de
fuego para los calambres... que por suerte ¡superé con éxito. Ni rastro de ese
calambrazo en el vasto, lo cual me dio confianza y me permitió seguir corriendo
en el llano a un ritmo de entorno a 3':30''.
Mezclado entre el batiburrillo de triatletas de grupos de
edad, andaba más perdido que un pato en un garaje. Ya no distinguía contra
quien estaba luchando por un puesto. Lejos de desesperarme, seguí a lo mío,
zancada a zancada, tomando el primer gel antes del kilómetro 10, para afrontar
con garantías la segunda subida a Santo Domingo. Pero en el kilómetro previo a
esa subida, me vine abajo. Paré a coger agua en un avituallamiento y no
arranqué. Iba atascado, me había pegado un pequeño bajón. Aproveché la cuesta
para tomarme un respiro, y la subí al mismo ritmo que un grupito de triatletas
doblados. No fue mala idea hacer eso, había que guardar fuerzas para sobrevivir
a lo que se preveía una eterna y sufrida última vuelta.
Al paso de nuevo por la Plaza del Castillo todavía
conservaba el mejor parcial de carrera a pie, con un tiempo intermedio de
45'55'', por los 46'18'' de Dapena o los 46'41'' de Gustavo. No estaba mal,
pero el ritmo iba a menos. ¡Venga Pelayín, que solo queda una y pa meta!"
Trataba de animarme. Pero ni con esas. La última vuelta sí que fue una lucha
por sobrevivir, pero es en esos momento en los que las piernas no van y el
cuerpo se apaga, es cuando hay que tirar de cabeza y recordar todos los entrenos en
fatiga realizados en ayunas, a las 6 de la mañana, sin apenas haber dormido,
con sueño, lloviendo, con frío. ¡Anda que no he entrenado carrera a pie en
condiciones adversas estos últimos meses! Pues no me iba a dejar vencer así de
fácil por el agotamiento. Tras superar la zona de bajada y empezar el llano,
pasé a Andújar y a Cristobal Dios, dos atletas Elite de mucho nivel que, en ese
momento, marcaban el límite del Top 10. Yo no lo sabía, pero me estaba colando
en una fiesta a la que no había sido invitado. El siguiente en caer fue Dani
Mújica, también en la zona del Parque.
Motivado por saber que, aun con la castaña que llevaba, seguía
adelantando puestos, apreté el culo y subí lo más dignamente que pude la Cuesta
de Santo Domingo por última vez. Toqué el adoquín de la Calle Mercaderes, troté
por el centro de Estafeta, giro a la derecha, subo las cuatro escaleras que
salvan el desnivel con la Plaza del Castillo y huelo la alfombra roja de
Pamplona, mientras por megafonía anuncian la llegada a meta de Raul Amatriaín,
otro triatleta Top nacional que al parecer, había quedado muy poquito por
delante de mí. Últimos giros, miro a la grada y veo caras conocidas, sonrío, es
inevitable, choco las palmas del público apoyado en las vallas y disfruto de
una de las llegadas más luchadas de mi corta vida de triatleta de media
distancia.
Y además ¡OCTAVO DE ESPAÑA ÉLITE!
Es Pablo quien me informa antes de cruzar el arco, y Miguel
Ruíz quien me lo confirma al pasar la línea de meta. Lo había hecho, puesto de
finalista en un Cto de España Elite. Sigo sin creerme capaz de estar ahí en la pomada, pero ya van dos carreras en las que lo estoy y tengo que empezar a
confiar más en mis posibilidades. Mirar hacia delante y ver a Gustavo, Dapena, Rubireta, Lluis
Vila, Salamanca, Amatriaín y Ariel, no me hace sino ponerme más contento y
sentirme orgulloso de acompañar a unos cracks como ellos en el Top 10 nacional.
Y para rematar, con este resultado y el de Orihuela, me
coloco tercero en la Copa de España de Media Distancia, tras Gustavo y Dapena,
otro golpe de moral para lo que viene ahora.
Acabamos de cerrar un ciclo de cuatro carreras seguidas en
cuatro fines de semana, que ni en mis mejores sueños hubiese imaginado que iba
a salir así: 6º Elite en el Half de Orihuela, Campeón de Europa de Duatlón de
mi grupo de edad, Campeón del Circuito Cántabro de duatlón y 8º Elite en el Cto
de España de Triatlón de Media Distancia, saliendo de esta prueba tercero en la
general de la Copa de España...
Mientras me dejen, seguiré soñando....